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Elegir la lechuga

Comparto con un clic un eslogan inquietante: “¿Palos o lechuga? Yo elijo la lechuga.” Y me detengo.

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Comparto con un clic un eslogan inquietante: “¿Palos o lechuga? Yo elijo la lechuga.” Y me detengo. ¿Cómo hemos llegado a esta dialéctica estrambótica? ¿Dónde se perdió el sentido común que los enunciados más elementales son poesía surrealista?

La tierra tiene un comportamiento complejo. Implica convivir con la catástrofe. Los únicos sistemas que sobreviven son los que se adaptan a ella. Los que la combaten –en cambio suelen fracasar. Pero así es la naturaleza; las sociedades serían exactamente lo contrario. Lo que no es “natural” es porque es “social”. De manera tramposa, la fuerza de la naturaleza y la preeminencia del más fuerte suelen imponerse en los lazos sociales de la maquinaria extractivista neoliberal como si no hubiéramos venido aquí precisamente a construir una civilización.

Un biólogo de la Fundación Vida Silvestre me explicó algo muy inquietante sobre la festuca, que es ese pasto foráneo, introducido en la pampa para el ganado, que fue acabando con los pastos originarios, como la cola de zorro o la paja colorada. Muchas especies (pájaros, sobre todo) perdieron su hábitat. Los chacareros cortan de vez en cuando la festuca, pero su semilla queda en la tierra tres años y volverá a crecer antes que los otros pastos. Lo sorprendente es que el elemento extraño injertado en el sistema produce un paradójico efecto: la festuca crece como plaga y alcanza la altura de los pastos a los que mató. Entonces las especies vuelven a encontrar un hábitat alternativo, un pastizal putativo. La festuca empieza a parecerse a lo que necesitaban. Los pastizales que el hombre trata de recuperar con pequeños parches fracasan, quedan cortos y las especies originarias no se instalan. Los que se infestan de festuca hasta que se prenden fuego, en cambio, se encarrilan solos.

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En materia social (que es otra cosa) muchos anhelan un fuego apocalíptico que reencauce el rumbo.

Un milagro social mal entendido, un milagro negativo con millones de víctimas por no haber podido ejercer el sentido común: evitar la extinción, mantener el equilibrio.

Ahora el conflicto toma la Plaza de Mayo. Un universo no natural hecho de baldosas, de historia y de lenguaje, es escenario de un combate de lechugas: la tierra. El verdurazo parece haber llegado para quedarse en el centro de un asunto ancestral: la tierra provee, pero también administra, terceriza y esclaviza. Oh, fábula verdosa: la naturaleza incendiada parece brotar entre las juntas de asfalto de tanta demora, de tanto desatino.