COLUMNISTAS
PICHONES DE NAZIS

Empollando huevos de serpiente

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La foto de un grupo de alumnos de la Sociedad Escolar y Deportiva de Lanús Oeste alegremente disfrazados de nazis en un boliche de Bariloche recuerda a la estremecedora escena de Cabaret, la memorable película de Bob Fosse, en que adolescentes de las juventudes hitlerianas cantan a coro, y de manera provocadora, Tomorrow Belongs to Me (El mañana me pertenece), ante la presencia silenciosa de un grupo de parroquianos adultos y desesperanzados. Allí se transparentaba de un modo que erizaba la piel el contenido del huevo de la serpiente (así se tituló un oscuro y devastador film de Ingmar Bergman sobre la génesis del nazismo).

A esta altura de la historia, ya debería saberse que con el nazismo no se juega, que su paso por la historia dejó una cicatriz profunda e imborrable en la piel y en la carne de la humanidad y que si se lo invoca sólo debe ocurrir como antídoto ante toda tentación totalitaria, discriminadora, racista, intolerante y criminal, tentación que siempre acecha en la sombra individual de muchas personas y en la sombra colectiva de muchas sociedades. Debería saberse, sí, y para que las generaciones jóvenes lo aprendan necesitan que alguien se lo enseñe. Alguien significa adulto, adultos. Los adultos más cercanos a cualquier ser humano en formación, y por lo tanto los más responsables de los valores y el contenido de esa formación, son generalmente los padres, la familia. Luego sigue la escuela. Luego, en una serie de círculos concéntricos, todas las generaciones que los precedieron, de mayores a menores.

Estos pichones de nazis sabían a qué jugaban, y porque lo sabían orientaron el juego hacia alumnos de un colegio judío (la escuela ORT) y lo culminaron con agresiones. Y si sabían es porque lo aprendieron. ¿De quién? ¿Dónde? Se dirá que abunda la literatura pronazi, que el material que alimenta el odio de este tipo infesta internet (secuela de las falaces “libertad” y “democracia” de la web) y que sobran los juegos electrónicos y de red que proponen reglas e iconografías que parecen extraídas de los bolsones más siniestros de la historia del siglo XX. Juegos de inspiración nazi que millones de adolescentes juegan sin orientación, sin la presencia orientadora o limitante de adultos, con la misma ignorancia y desprecio por la historia que manifiestan, de modo patético, en tantos ámbitos del conocimiento y la experiencia humana. Pero no alcanza como explicación.

Con acierto, la directora del colegio alemán en el que cursan estos pequeños fanáticos señaló de inmediato que la barbaridad cometida no se arreglaba con un pedido de disculpas. Que pedir perdón sin ofrecer reparación y sin ejercer actos reparadores es una declamación vacía (por otra parte, quien perdona, y olvida, olvida lo que perdona y queda expuesto a ser nuevamente lastimado, dice la psicoterapeuta y escritora austríaca Elisabeth Lukas). También es acertada la decisión de que los alumnos de ambos colegios visiten juntos el Museo del Holocausto y asistan allí a una charla que les informe y recuerde aquello que los cursantes del colegio alemán denigraron y ofendieron con un pretendido chiste que, a los 16 años, está lejos de serlo.

No es menos importante que, como informó Silvia Fazio, directora de la entidad de Lanús, los alumnos hayan asistido a una jornada de reflexión. Todo eso está bien, es una valorable intervención adulta. Pero no responde a la pregunta que persiste detrás de este aborrecible episodio. ¿Quiénes son, dónde están, los adultos que ofrecieron modelos y material ideológico para este tipo de “chistes”? ¿No les cabe a los padres alguna responsabilidad en todo esto? ¿A cualquiera, y porque sí, le sale un hijo con estas ocurrencias a la hora del disfraz, de la supuesta diversión y de la agresión? ¿Esos padres no tienen nada para decir? Mientras estas preguntas siguen su curso, continuemos en el mundo adulto. ¿En qué sociedad se empollan estos huevos? Los adolescentes se forman tallados por el contexto en el que crecen. Intolerancia, discriminación, ausencia de respeto, violencia, ofensa a la memoria y a distintas raíces, desprecio a lo diferente son moneda corriente en esta sociedad, más allá de discursos (públicos y privados) oportunistas, hipócritas y caretas. Esta escena de Cabaret a la criolla no es un tema de un grupo de adolescentes, aunque haya empezado en ellos. Es un problema de la sociedad. Puede tomarlo o seguir empollando.

 *Escritor y periodista.