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Escenario

En busca de un ‘feijão’ brasileño

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Segunda vuelta. Los candidatos Jair Bolsonaro y Fernando Haddad. | afp

Horas después de conocer el resultado de las elecciones en Brasil, un amigo despedía con el alma partida a su mestre de capoeira, Moa do Katendê, quien fue asesinado tras una discusión política por un votante del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro. Dos días más tarde, a pocas cuadras de mi casa en Porto Alegre, una joven que vestía una remera con la inscripción EleNão fue golpeada y le grabaron una esvástica. Las puñaladas que mataron al mestre y la agresión a la joven se suman a los más de cincuenta hechos de violencia política poselectoral que a la fecha llevan contabilizados colegas de la Universidad de San Pablo.
Cualquier intento de analizar el escenario electoral brasileño debe tener como punto de partida la condena total y sin reparos a cada uno de estos hechos. Esto último, que puede resultar obvio, no lo es en un contexto en que se quebraron varios de los mínimos acuerdos éticos y democráticos que requiere un proceso electoral.  
De cara a la segunda vuelta es necesario considerar que la mayoría del electorado que declara su voto a Bolsonaro no es fascista, así como la mayoría de quienes apoyan a Fernando Haddad tampoco defienden sin reparos al petismo. En ambos casos hay un degradé que hoy resulta crucial comprender porque en su densidad y campo de interlocución hoy se dirime, al menos en parte, el futuro de Brasil.  
Bolsonaro, cuyas declaraciones machistas, homofóbicas, racistas y autoritarias son ampliamente conocidas, dirige su discurso al “ciudadano de bien”. El empleo del singular es importante en este caso porque el candidato ataca colectivos, pero interpela a individuos. “Ciudadano de bien” incluso puede ser aquel que, perteneciendo a las minorías contra las que arremete el candidato, encuentra en sí
mismo un rasgo que purga o relativiza aquella adscripción: “Soy mujer y soy negra, pero por encima de eso soy brasileña”, afirma en un video casero una de sus votantes. Su discurso, que dispara en múltiples direcciones, algún tiro parece acertar: “El dice cosas que no están bien, pero es el único que va a impedir el aborto [legal] en Brasil”, dice una estudiante universitaria; “¡no, quitar el [aguinaldo] no! pero es él el que va a terminar con la corrupción”, dice un encargado de edificio.
Estos votos a Bolsonaro contienen antiprogresismo y antipetismo, aunque la ecuación no deriva necesariamente en individualismo: de hecho sienten que pueden reunirse bajo la bandera de Brasil y bajo el manto de la fe que, entre otras cosas, habilita la conversión y el perdón. Es la síntesis, aquella que parecía imposible, de una multitud atomizada de deseos que hace tiempo el progresismo no logra abarcar.
Entre el caudal de votos que recibirá Haddad se encuentra el de quien señala, como hacía un kiosquero, que si bien “hubo corrupción” en los gobiernos del PT, también “hubo mejor vida”. Este voto se compone de quienes no consideran a los medios, las redes sociales y los grupos de WhatsApp como responsables de la manipulación de un electorado sin agencia. Es un voto que puede pensar, como lo hacía un militante de base del PT, qué fue aquello que faltó para que la ampliación de derechos urgente encarada por los gobiernos petistas no se viera impugnada en la reacción: “No supimos dejar una marca, algo para todos, no sé qué podría ser… un feijão que sea para todos”, un signo básico y elemental en el plato de los brasileños y brasileñas.
A comienzos de los 2000, junto a un equipo de colegas de ambos países, nos propusimos analizar los “hábitos del corazón” en Argentina y Brasil. En nuestras entrevistas brasileñas la historia del país nos era relatada como un movimiento progresivo y ascendente que se proyectaba de igual manera hacia el futuro. En estos días no volví a encontrar aquella secuencia temporal, el futuro se disoció y es vital entender estos márgenes que sintetizo para recuperar su clave democrática: un feijão para Brasil.           

*Profesora-investigadora Idaes-Unsam/Conicet.