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En cada promesa

Un juramento no es más que un acto simbólico. Sobre todo si se trata de una legislatura como la porteña, donde el oficialismo tiene la mayoría absoluta y hará y deshará a su antojo.

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Un juramento no es más que un acto simbólico. Sobre todo si se trata de una legislatura como la porteña, donde el oficialismo tiene la mayoría absoluta y hará y deshará a su antojo. Por eso sorprende mucho que Cambiemos active la barra brava que haya intentado impedir el juramento de Myriam Bregman a los gritos, silbidos y abucheos, en un acto patoteril sin precedentes, una grasada de cancha de domingo, que poco tiene que ver con las superfluas corbatas del anciano rito de la jura y el compromiso. Mientras que algunos todavía juran por abstracciones tan indefinibles como inocuas (Dios o la patria son sólo entidades dentro del campo del lenguaje), Bregman juró con el siguiente texto, un poco menos abstracto: “Por la lucha de los trabajadores, de las mujeres y los pueblos oprimidos del mundo, por continuar con la lucha contra la impunidad de los empresarios que organizaron y se beneficiaron con el golpe cívico militar, por Rafael Nahuel y Santiago Maldonado, por terminar la barbarie capitalista, sí, me comprometo”.

Un juramento insoportable para quienes están parados desembozadamente del otro lado de esa lucha.

Bregman los calificó de trolls; yo soy más pesimista. Pienso que un troll que cobra como tal desde hace tiempo, que se alimenta del odio y con él gana su pan ya no se debería llamar troll, que es una palabra de los cuentos, es una persona de carne y hueso dispuesta a presentar batalla, silbatina o lo que fuera por un dinero insano. No se puede actuar de troll con tanta paciencia sin comenzar a creer en el personaje creado.

Pero no es sólo la oscura materia de la que está hecha el troll lo que lo pone en evidencia como energúmeno; del otro lado está la entereza, la fortaleza, la persistencia con la que Bregman ocupa el espacio que dura el ínfimo momento del juramento, vestida de rojo, el puño izquierdo en alto (todas sencillas marcas simbólicas, si se quiere) y con la compostura y la nobleza que el cómodo oficialismo perdió hace un rato largo.