COLUMNISTAS
hermanos

En el espacio fantasmático

Acabo de colgar a la izquierda de mi escritorio una foto que quiero mucho y que llevo de casa en casa donde vivo.

Imagen Default de Perfil
Portal Perfil.com | Perfil.com

Acabo de colgar a la izquierda de mi escritorio una foto que quiero mucho y que llevo de casa en casa donde vivo. La foto la sacó mi primo Carlos Apaolaza hace muchos años durante su época de fotógrafo publicitario. Mi primo vivía en una casa grande de Boedo junto a mí, en la pieza de adelante, y es mi hermano mayor. El era joven en los 70 y yo era chico. Mi primo estudió Bellas Artes, se recibió de profesor y era de la gloriosa JP que esperaba que llegara el Viejo sin saber que en vez de traerles la revolución les traería la peste. En la foto está mi hermanito Gaby sentado sobre un triciclo y sosteniendo otro triciclo adelante. Los triciclos eran de metal, hermosos. Mi primo hizo grabados teniendo como inspiración a esos triciclos y fue finalista del premio Braque. Recuerdo esos grabados, los triciclos parecían alargarse, metabolizarse casi como animales salvajes. Siempre que hablo de Gaby le digo mi hermanito pero la gente me pregunta “¿Cuantos años tiene tu hermanito?”. “Debe tener cuarenta y siete”, digo. “¿Y le decís hermanito?” “Sí”, les digo. Es mi hermanito. Aunque en un momento de nuestra vida él se casó y tuvo hijos antes que yo y pasó a ser en vez del hermano más chico el hermano mayor. Somos tres hermanos, como en una obra de Chéjov masculina: Fabián, Juanca y Gaby. Mis padres nos hicieron sentir un culto por los hermanos. Amo a mis hermanos con un sentimiento atávico casi previo al amor. En la foto Gaby debe tener siete años o seis, pongamos siete. Está sentado con una malla estrecha, chiquita y ajustada. Qué hermoso era estar sólo vestido con una malla ajustada. Un día, en la calle, delante de mí caminaba un hombre de unos cuarenta años que iba con una malla similar, panza y sandalias: me pareció el rey del barrio. Sigamos. Por la vestimenta de mi hermano, diría que la foto fue sacada en verano. El posa para mi primo contra la pared del patio de adelante de mi casa. Mi casa paterna tenía dos patios grandes y en el de adelante se podía hasta jugar al fútbol. Detrás de mi hermano está la pared vieja y las grietas producidas por los años y la pobreza. Con las grietas y los agujeros de esa pared yo podía imaginar figuras, como se imagina figuras uno jugando con la forma de las nubes. La foto de mi hermano dice algo sencillo: soy un nenito humilde, vivo en una casa semirrota pero soy feliz, mírenme, ni siquiera necesito vestirme para la ocasión. La foto es en blanco y negro, pero siempre que la recuerdo, cuando no la estoy mirando –y eso que la miro seguido porque para mí la foto es un mantra–, la foto es en color. Leemos un libro escrito en tercera persona pero lo recordamos en primera. Se ha escrito mucho sobre la fotografía, teorías de todo tipo a favor y en contra. A la semiología se le hace agua la boca. Yo siento que esta foto es un fantasma. Es decir, vive en el momento en que la miro una vida paralela con la misma potencia que mi vida. Como la mayoría de los fantasmas, la foto es sedentaria. Mi hermanito está dentro de su campo de fuerza eterno en su juventud, pero siempre en el mismo lugar. La gente asocia la palabra fantasma con el deseo –Lacan hace todo un matema sobre el espacio fantasmático– o con el terror. El fantasma es alguien que murió y que queda atrapado en una duermevela, obligado a interrumpir la vida cotidiana de los vivos. Está también el fantasma de la B, ese miedo a descender al infierno que todos padecemos cuando las papas queman. Pero a mí, que nunca vi un fantasma salvo en la foto que me acompaña de casa en casa, me gusta pensar a los fantasmas como en ese final de la trilogía primaria de Star Wars, cuando Obi Wan Kenobi y los demás jedis miran a los vivos desde el campo magnético de La Fuerza. Mi hermano abandonó la foto en algún momento, le creció el pelo que aún conserva hasta los hombros –ahora con canas– y se parece a un músico de rock metálico. Tiene unos anteojos negros que usa compulsivamente ya que con ellos filmó una publicidad de una cerveza y le gusta que lo reconozcan por eso. Es miembro fanático del Kiss Army. Tiene una forma de entender el juego del fútbol notable. Ve el partido detrás del partido. Es admirador de Johan Cruyff.