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En las aguas de Conchan

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Esta semana apareció una ballena en el canal Plátanos de Berazategui. La foto del diario era elocuente: un animal extraño, largo, en un riacho espeso, marrón, rodeado de vegetación y basura. Medía 6,40 metros y pesaba 6 toneladas. La hipótesis que manejaba el equipo de especialistas que fue a rescatar su cuerpo es que el animal ya había muerto cuando entró en el canal. El gigante estaba varado debajo de unos arbustos. Sentí pena por él. Recordé un  poema extraordinario de Antonio Cisneros donde se canta un hecho parecido. El poema se llama Entonces en las aguas de Conchan y apareció por primera vez en su libro llamado Crónicas del niño Jesús de Chilca, de 1981. Leí este poema hace muchos años y se lo escuché recitar a Antonio en una oportunidad, en un recital que dio, muy borracho, en Santiago de Chile. Cisneros tenía una voz particular. No era esa voz grave y perfecta de los peruanos, él era un peruano diferente, singular. En un sentido, su voz era similar a la de Vicentico, el cantante. No son voces de gimnasio, son voces con rostro, con olor, con tonos. Nadie canta como ellos. El poema de Cisneros es largo y glosarlo excedería el centimetraje de esta columna. Pero empieza así: “Entonces en las aguas de Conchan ancló una gran ballena”. Cisneros solía escribir poemas con versos muy largos, costumbre que había adquirido de cierta poesía anglosajona de la que era cultor y ocasional traductor. Fanático de Robert Lowell, lo copiaba sistemáticamente, como se debe hacer, y utilizaba comparativos basándose en animales. En el poema dice, por ejemplo, cuando tiene que advertir que si la ballena se pudre puede llegar la enfermedad: “La peste es, por decir, 40 reses pudriéndose en el mar (o 200 ovejas o 1.000 perros)”. De manera que tenemos, en el poema, una ballena inmensa, muerta, a la deriva, y a las autoridades del lugar preocupadas por lo que puede producir en las aguas esa carne en descomposición. Escribe Cisneros: “Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta”. Los que sí saben qué hacer son los pobres de Villa El Salvador: “En los arenales de Villa el Salvador las gentes no reposan/ Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las colinas/ flota una isla de carne aún sin dueño/ Y llegado el crepúsculo –no del océano, sino del arenal– / se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro carnicero”. Voy a contar el final del poema (al que vale la pena buscar en la web y leer entero ya que su arquitectura es magnífica) porque en la poesía notable el final no importa más que las partes. “Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador/ Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas./ La gran ballena flotaba aún hermosa entre los tumbos helados. /Hermosa todavía./ Sea su carne destinada a mil bocas/ Sea su techo piel de 100 moradas/ Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano”.