COLUMNISTAS

Encontrar libros

default
default | Cedoc

Trabajo, trabajo y trabajo, y la guita no me alcanza. Ya no sé qué hacer. De hecho, en los ratos libres –ya no me queda ninguno– opero como arbolito en la calle Florida, corriendo detrás de incautos turistas, transeúntes varios y clasemedieros especuladores (de esos que apoyaron a Martínez de Hoz, a Cavallo y a De la Rúa, y que ahora dicen que vivimos en una dictadura). Pero no hay caso: no llego a fin de mes y la inflación me morfa los ingresos día a día. Ahora puse en venta en Mercado Libre unas zapatillas que nunca me quedaron bien, y varios libros intrascendentes que me regaló no me acuerdo quién. Veremos cómo me va. Y mientras estaba parado en la esquina de Florida y Diagonal Norte me encontré con un viejo conocido que hacía años no veía. Es un editor que acababa de volver de Madrid, adonde viajó por razones laborales. Me contó una historia interesante, al menos para mí, que cuando era joven me interesaba mucho el tema de los libros y el funcionamiento del mercado editorial. Precisamente por cuestiones de trabajo, este editor se entrevistó con los encargados de las mejores librerías madrileñas. Estuvo en La Central, en Machado del Círculo de las Bellas Artes, en Machado de Fernando VI, en Tipos Infames, en La Buena Vida, en Rafael Alberti, e incluso en Muga, en Vallecas. A cada cita llegó entre media y una hora antes de lo previsto para chusmear, recorrer el lugar y comprar libros. Luego salió para Buenos Aires, un sábado. En el aeropuerto de Barajas compró El País, y ya en el avión se dispuso a leer Babelia. Y al abrir el suplemento, en la primera reseña destacada (la del “Libro de la semana”) se enteró de la existencia de un libro que no había visto en las librerías y que con ganas hubiera comprado: Capitalismo canalla, de César Rendueles, editado por Seix Barral, en el que analiza las relaciones entre sistemas políticos y literatura (de Rendueles mi amigo no leyó Sociofobia, su libro anterior, pero sí un muy agudo prólogo a una edición de Panóptico, de Jeremy Bentham, en una bonita edición del Círculo de las Bellas Artes). De hecho, la crítica comienza con una ácida y genial frase de Margaret Thatcher, de la que lamentablemente el reseñista no cita la fuente (¿la habrá tomado del libro de Rendueles?): “En cierta ocasión le preguntaron a Margaret Thatcher cuál había sido su principal logro político: ‘Tony Blair y el nuevo laborismo’, respondió” (evidentemente las líneas de continuidad entre el neoliberalismo más duro y el blando progresismo biempensante son las mismas, aquí y allá).
Luego el editor se fue (me compró 150 dólares para un próximo viaje que tiene que hacer a Ecuador) y yo me quedé pensando en las diversas formas en las que accedemos a un libro. ¿Cómo nos enteramos de su existencia? Difícil saberlo. El editor también me contó que en una librería de viejo frente a la Plaza del 2 de Mayo –a la que fue acompañando a un narrador argentino célebre en Barcelona y a un poeta nacional que triunfa en París– compró Crítica de la inteligencia alemana, de Hugo Ball (Edhasa, Barcelona, 1971) y Sobre literatura rusa. Itinerario de lo maravilloso, de Angelo Maria Ripellino (Barral, Barcelona, 1970). Quizás allí resida parte del secreto, al menos, nuevamente, para mí: la mejor forma de encontrar un buen libro es las librerías de viejo, la gran escuela de formación literaria.