COLUMNISTAS
las asignaturas pendientes y los examenes que vienen

Engranes y engranajes

Responsabilidad. Esa es la palabra que más pronunció la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en sus múltiples discursos de esta última semana. Prudencia. Es el término que le sigue en cuanto a la frecuencia de su utilización. Responsabilidad y prudencia son los dos pilares en los que se debe afirmar el Gobierno mientras dure el tsunami financiero más devastador de la historia económica mundial.

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Responsabilidad. Esa es la palabra que más pronunció la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en sus múltiples discursos de esta última semana. Prudencia. Es el término que le sigue en cuanto a la frecuencia de su utilización. Responsabilidad y prudencia son los dos pilares en los que se debe afirmar el Gobierno mientras dure el tsunami financiero más devastador de la historia económica mundial.

De esa manera, desde la Casa Rosada enfrentaron el paro de comercialización de granos y hacienda y, en esta ocasión, no tuvieron que pagar ningún costo político. Todo lo contrario. Fue la Mesa de Enlace la que quedó descolocada por falta de la suficiente cintura política como para entender que la situación había cambiado. Qué distinto hubiera sido el impacto en el resto de la sociedad si los dirigentes rurales se presentaban en una conferencia de prensa a defender sus justos reclamos y anunciaban que levantaban las medidas de fuerza atendiendo a la gravedad de los vientos financieros huracanados que vienen desde afuera, desde el norte y desde el centro. Sin bajar ninguna de sus banderas se hubieran anotado un poroto de soja ante una opinión pública que hoy está más asustada de lo que parece mirando cómo a su alrededor se caen bancos, financieras y certezas.

El planteo del ex presidente Raúl Alfonsín de que la democracia no es solamente confrontación y que también es construcción, fue dirigida al matrimonio Kirchner pero también a todos los actores sociales y políticos, incluyendo la dirigencia rural. Así como hay un tiempo para la siembra y otro para la cosecha, hay un tiempo para la pelea y otro para el diálogo. Es verdad que el Gobierno los sometió al ninguneo, al revanchismo y los quiso matar con la indiferencia. Pero justamente por eso las movidas debieron ser tácticamente mucho más inteligentes. Fue muy exitoso el paro, porque casi no se vendieron granos ni ganado. Pero fue pobre en convocatoria, demasiado confuso en su comunicación y, por lo menos, indescifrable ver en la calle codo a codo y a los gritos a Hugo Biolcatti con Vilma Ripoll. El olfato político del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, y la mismísima Elisa Carrió advirtió tempranamente que el camino reinvindicativo del campo debía tener una estrategia parlamentaria.

Por contraste, la situación certificó los groseros errores cometidos por el matrimonio Kirchner en general y por Néstor en particular en ocasión de la disputa por la 125. ¿Qué habría pasado si en aquel momento hubiesen apelado al respetuoso silencio de ahora? Piquetes de la abundancia, golpistas, oligarcas, grupos de tareas y hasta comandos civiles fueron los despropósitos a los que apelaron desde el poder con la idea de derrotar a los ruralistas. Consiguieron todo lo contrario a lo que buscaban. Potenciaron el conflicto. Iluminaron nuevos líderes locales y lograron cohesionar a distintos sectores sociales que tenían varias facturas para pasarles a los Kirchner detrás de la batalla del campo y de los multitudinarios actos en Rosario y Palermo. Cristina y Néstor dejaron en aquel momento jirones de su imagen pública que todavía no han podido recuperar. Apenas detuvieron la caída libre en las encuestas y se estacionaron en una meseta expectante.

Esta vez los Kirchner leyeron mejor la situación. No tiraron nafta al fuego y dejaron que el paro se cocinara en su propia salsa. Que quedara circunscripto en un conflicto sectorial como tantos que hay todos los días. Y nada grave ocurrió. Nadie fue destituido.

En el tema excluyente de estas horas, el matrimonio gobernante tardó un poco pero finalmente reconoció que la inédita y profunda hecatombe exterior nos iba a golpear también a los argentinos. Más vale tarde que nunca. Primero fue Néstor, después Cristina cuando habló de las “secuelas económicas y sociales”, y finalmente Aníbal Fernández, que apeló al concepto de “coletazos”. Quedó atrás esa dosis de altanería que la llevó a decir en Nueva York que Argentina estaba firme en medio de la marejada. Es mucho más preciso y más cierto decir que estamos mejor parados y más fuertes para aguantar los sacudones. Es obvio que reconocer un problema es el primer paso para solucionarlo. Y ese paso, los Kirchner ya lo dieron. Les costó pero lo hicieron. No sólo en las palabras. También en la acción. Pusieron en funcionamiento el comité de crisis que encabeza Sergio Massa, se revisaron los tiempos de los pagos al Club de París y el tema de los bonistas que no entraron en el canje y se activó de inmediato el mecanismo de consulta permanente con el resto de los países de la región en general y con Brasil en particular.

Alan Freeman, uno de los economistas ingleses más críticos del liberalismo y que tanto conoce a los argentinos dijo que si hay algo que está claro es que esta crisis debe pensarse a escala continental y no de un país. Lula, Bachellet y Cristina parecen haberlo comprendido. Freeman, haciendo honor a su apellido, no tuvo ataduras para decir, un poco en broma y un poco en serio, que “el mundo estaba sufriendo un Argentinazo”, con relación a algunas similitudes de la debacle actual con la implosión que padecimos en estas pampas allá por 2001. Un periodista se dio el lujo de hacer humor negro arriesgando: ya que no pudimos ingresar al primer mundo, nos trajimos el primer mundo para acá. Juego de palabras por aquello de a qué lugar debería ir Mahoma si la montaña no va hacia él.

A juzgar por las increíbles intervenciones de los Estados en los mercados y hasta las tendencias a nacionalizar parcialmente la banca en Estados Unidos, el mundo parece estar al revés. Nadie imaginó que la ortodoxia quemara tan rápidamente sus libros sagrados. Bush reconoció que está tomando esas medidas en contra de sus instintos. La verdad es que mientras gobernó siguiendo sus instintos no hizo otra cosa que colocarse en el lugar del peor presidente de la historia de los Estados Unidos y llevar a su país al borde del precipicio. Los que endiosaban al mercado hoy tiraron sus dogmas ideológicos a la basura y corren presurosos hacia ninguna parte. Esa fue una de las facturas que Cristina les pasó: “Mientras otros países andan salvando bancos, nosotros ponemos plata para los que trabajan”. Allí abrió el paraguas por las críticas que había recibido cuando bautizó como efecto jazz lo que estaba ocurriendo. Esta vez planteó que “Nos dieron palos, nos miraron de costado, nos dijeron nostálgicos y miren ahora al neoliberalismo, no para solazarse, sino para dejar de ser tontos y valorarnos a nosotros mismos”. En ese discurso que pronució en Moreno fijó las pautas de comportamiento oficial para los tiempos que se vienen. “Siento que estamos bien orientados”, dijo. Convocó a los “grandes del campo” a dialogar con racionalidad y aclaró una vez más que no está en contra de la “rentabilidad”, pero como no puede con su genio, no se privó de mojarle la oreja a la Mesa de Enlace: “No puede ser que algunos ganen todo a costa de que otros no tengan nada”.

No es muy aconsejable pensar la política sobre la base de supuestos. Pero es un ejercicio lícito preguntarse quién ganaría si esa actitud de comprender más y condenar menos –para utilizar palabras de Rafael Bielsa– se utilizara para afrontar otras grandes asignaturas pendientes que tiene el Gobierno. Si convocan a Julio Cleto Cobos, por ejemplo, y se comprometen al respeto institucional y a eliminar las palabras Judas y traidor del lenguaje común. O si se sientan con los integrantes de la Mesa de Enlace a firmar una tregua para construir puentes y dejar de cavar trincheras. O si en función “del peligro externo” y mirando hacia el Bicentenario se llama a los partidos políticos con representación parlamentaria para firmar una agenda de Estado mínima que todos se comprometan a defender y respetar. Sería en bien de la calidad institucional y en defensa propia del Gobierno. Porque aquí empieza a jugar ese lugar común que dice que en toda crisis hay una oportunidad. Si el Gobierno logra controlar el dólar y la inflación, evitar el contagio y que se resienta su sociedad con Brasil, y se amortiguan las suspensiones y posibles despidos de trabajadores, es posible que Cristina salga fortalecida frente a la opinión publica. El ex presidente de España Felipe González, en la presentación del libro La confrontación política, del ex ministro José María Maravall, refiriéndose a José Luis Rodríguez Zapatero dijo que “el gobierno no es culpable de la crisis financiera actual pero será responsable de todas las medidas que tome”. Es una verdad universal. Aquí, muchos ciudadanos maduros y democráticos van a medir a los dirigentes políticos, del oficialismo o de la oposición, por lo niveles de racionalidad de sus posturas y por la capacidad de sus propuestas para solucionar problemas concretos. Hoy el clima electoral volvió a alejarse. Se había adelantado producto de las grietas que se abrieron en el Gobierno de Cristina despues de la paliza que le propinó el campo. “Estamos ante un fin de época. Comienza una nueva historia”, dijo la Presidenta calificando el incendio multilateral que generó George Bush con el último gramo de liderazgo que le quedaba. Una etapa distinta tal vez tenga chances de arrancar en Argentina. Hay indicios en la biografía reciente de los Kirchner que demuestran que gobiernan mejor cuando más dificultades tienen y que, por el contrario, cuando las encuestas les sonríen no dejan de cometer torpezas. Tal vez el éxito los empuje a dormir sobre los laureles y el peligro los despierte. Cuando sufrieron conjuntamente con Carlos Rovira la derrota en Misiones a manos del obispo Joaquín Piña reaccionaron positivamente y bajaron a otros aspirantes a ser reelectos como Eduardo Fellner o Felipe Solá. Durante un tiempo fueron cuidadosos y caminaron en puntas de pie por la política, igual que cuando el falso ingeniero Juan Carlos Blumberg llenó la calle de gente pidiendo seguridad en su primera movilización. Por el contrario, los pasos en falso más peligrosos Néstor Kirchner los dio despues del respaldo electoral que recibió Cristina en su lucha con los Duhalde en la elección como senadora. Subidos al caballo y actuando como si los ciudadanos les hubieran extendido un cheque en blanco, eyectaron del gobierno a Roberto Lavagna y comenzó una pérdida lenta pero firme de sus adhesiones. Después de la consagración de Cristina como presidenta pasó algo parecido. No leyeron correctamente el reclamo de cambios de hombres y de estilos y fingieron modificaciones que jamás hicieron. Fueron acumulando broncas que se sumaron al rechazo que ya habían recibido en las clases medias de los grandes centros urbanos y la remataron humillando a la clase media rural que pedía un salvavidas para seguir a flote y le tiraron piedras para hundirlos. Recién ahora parecen haber decodificado el mensaje. Alfonsín, los hijos de Rucci, Zulema Yoma son algunos de los eslabones de una cadena de hechos que los muestra más tolerantes y menos agresivos. No sólo en Estados Unidos todos los políticos están bajo la lupa de la sociedad. Aquí también.

Estamos ante una gravísima e inédita recesión planetaria que puede derivar en una depresión en el más amplio sentido de la palabra. El economista Marcelo Lascano asegura que esto, más que una crisis, es una epidemia. Nada puede analizarse fuera de ese dato aterrador. La complejidad de estos tiempos de cólera e incertidumbre obliga a todos los protagonistas de la vida política a ser cada día más responsables y prudentes. Quien quiera oír que oiga.