La mayoría de nosotros no queremos encontrarnos con el dolor ni con el sufrimiento de frente y ensayamos miles de maneras de mantenernos lejos. Lo que no registramos es que son esas maneras de mantener el dolor lejos a toda costa las que nos causan o perpetúan el sufrimiento.
Voy a tratar de explicarlo más claramente. Tarde o temprano, todos atravesamos situaciones que nos generan dolor. Hagan este ejercicio, piensen en su vida y registren cuántas situaciones de dolor han pasado o están pasando. El dolor es inevitable. Es parte de nuestra vida aunque no nos guste. Vivir implica vivir con dolor. Y ese dolor puede ser no solo físico sino también psíquico. (...)
Todos los seres humanos sufrimos, aunque tengamos la sensación de que nos pasa solo a nosotros o de que es algo extraordinario que no debería estar ocurriendo. O nos imaginamos que el resto de las personas tienen vidas más fáciles, mejores o distintas. En el dolor tendemos a aislarnos, a sentirnos solos, diferentes, rotos. Y es ahí donde comienza el resorte de lo que va a transformarse en sufrimiento, es justamente esta manera alienada de aislarnos la que nos hace colapsar. La separación en la que nos sumergimos no es más que eso, una ilusión. Pero para contactar con ese lugar necesitamos adentrarnos en lo que nos propone este libro.
Cada uno de nosotros responde al dolor normal de formas singulares compuestas por retazos de lo que fuimos aprendiendo durante toda nuestra vida. Es una forma particular producto de nuestra historia individual y colectiva de aprendizaje. En realidad, todos hacemos lo que podemos frente al dolor. Hacemos uso de lo que nos dicen, de lo que nos dijeron, de lo que aprendimos a lo largo de la vida y de lo que podemos hacer.
Detengámonos en esa frase: todos, absolutamente todos, hacemos lo que podemos frente al dolor. Simplemente es lo que podemos según lo que aprendimos. ¿Pueden ahondar en lo que eso implica? Cada ser humano, cuando se encuentra con el dolor de frente, hace lo que puede según su historia y su aprendizaje. No hay malos ni buenos, solo seres profundamente humanos. Tal como dice Alice Walker: “Todos somos sustancialmente fallados, heridos, enojados, dolidos aquí en la tierra. Pero esta condición humana, tan dolorosa para nosotros, y de alguna manera vergonzante, es más llevadera cuando es compartida, cara a cara, en palabras que tienen ojos humanos expresivos detrás”.
En definitiva, el dolor es parte de la condición humana.
Entonces, si bien el dolor es, inevitable e inextricablemente, parte de nuestras vidas, es verdad que las diferentes formas en las que lidiamos con él nos generan toneladas de sufrimiento.
Y de nuevo los invito a que reflexionen al respecto:
• ¿Qué se dicen de ustedes mismos cuando algo les duele? ¿Esa manera en la que se tratan los ayuda o los hace sufrir más? Por ejemplo, ¿se han encontrado alguna vez diciéndose cosas como “es que no puedo”, “soy tonto”, “soy un impostor”, “estoy fallado” o algo por el estilo? A veces no nos lo decimos tan directamente sino en formas sutiles, pero el modo en que nos hablamos a nosotros mismos deja entrever ese sustrato.
• ¿Qué hacen? ¿Toman decisiones reactivamente? ¿Se cierran a sus vidas y a los otros o se mantienen abiertos y despiertos?
• ¿Se aíslan, se sienten solos, se desconectan de su propia sabiduría?
• ¿Se pelean con lo que les pasa?
Si bien el dolor es parte normal de nuestra vida, también hay que analizar lo que hacemos con él, porque la manera en la que lo sobrellevamos puede generarnos sufrimiento. Empezamos a no querer que nos pase lo que nos está pasando, a querer controlar o evitar el dolor y esos modos de vincularnos empiezan a hacernos sufrir cada vez más y a dejarnos encerrados en una batalla contra el dolor, batalla que muchas veces se transforma en una guerra contra nosotros mismos, con nuestra propia naturaleza inevitablemente humana.
Me resulta muy clara una fórmula budista para entender la diferencia entre dolor y sufrimiento:
S (sufrimiento) = D (dolor) × R (resistencia)
A través de esta fórmula podemos ver que el sufrimiento se amplifica según cómo nos relacionemos con el dolor. Cuanto más nos resistimos, cuanto más queremos controlarlo, más aumentamos nuestro sufrimiento. Controlar implica querer cambiar lo que nos pasa, su intensidad, su forma o su frecuencia. Por eso, aprender a diferenciar el dolor normal como parte de la vida y las maneras en las que nosotros mismos empeoramos la situación es fundamental. Ahí tenemos un margen de elección, ahí tenemos un margen para ejercer nuestra libertad. Como señala Viktor Frankl: “Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radica nuestro crecimiento y nuestra libertad”. Y a ese crecimiento y a esa libertad vamos a apuntar y a nutrir.
Y de nuevo los invito a que reflexionen: ¿cuánto del sufrimiento que han atravesado tiene que ver con esa parte de dolor inevitable y cuánto es engendrado por lo que han construido? (...)
Anímense a reflexionar sobre esto hondamente, no con la intención de culpabilizarse, porque al fin y al cabo todos hacemos lo mejor que podemos, sino con el propósito de aprender a distinguir entre lo inevitable y lo evitable. Es sobre este margen evitable que vamos a trabajar. El otro está fuera de nuestro control.
*Autora de Una vida valiosa. Ediciones B (fragmento).