Hace un par de semanas, en la feria de Tristán Narvaja, en Montevideo, compré por siete pesos
uruguayos (un peso argentino) un libro llamado Memoria plural. Entrevistas a escritores
latinoamericanos, de Danubio Torres Fierro, editado por Sudamericana en 1986. Lo encontré en una de
las tantas buenísimas librerías de viejo que hay a los costados de la feria, y mientras caminaba
hacia la caja, me pregunté por qué estaba por comprar ese libro. Puede parecer una pregunta
retórica, pero no lo es: en general me aburren las entrevistas a escritores. Hablan tan seguros de
“su obra”, sus libros, su lugar en la historia de la literatura que terminan generando
en mí un sentimiento opuesto al buscado (creo que opuesto: nunca terminaré de entender qué busca un
escritor); en todo caso, suelen despertarme una leve ironía, risa, vergüenza ajena o, directamente,
un sentimiento de patetismo. Incluso a veces me pasa eso con los propios artículos autobiográficos
de los escritores. Hace poco leí una decena de notas dedicadas a homenajear a Osvaldo Soriano, y
había frases –a favor del autor– que parecían directamente sacadas de la revista
Barcelona (no es una ironía: estoy seguro de que estaban sacadas de Barcelona). En fin, creo que
compré el libro simplemente porque valía un peso (probablemente una de las mejores razones para
comprar un libro).
Convencido de que no lo iba a leer nunca, empecé a leerlo esa misma tarde. Lo primero que
llama la atención es que Torres Fierro (periodista uruguayo, que en México fue jefe de redacción de
Plural, la revista que dirigía Octavio Paz), además de entrevistar a varios escritores obvios
(Bioy, Sabato, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Carlos Fuentes), elige muchos otros fuera del menú
habitual del periodismo cultural: Joäo Cabral de Melo, José Bianco, Salvador Elizondo, Alberto
Girri, Haroldo de Campos. El resultado son entrevistas agudas y divertidas, que van de lo
biográfico a lo político, pasando por la teoría y el chisme, donde todo el tiempo ronda un halo de
inteligencia.
La entrevista a José Bianco es encantadora. Allí cuenta que por intermedio de Alvaro Melián
Lafinur accedió a Méndez Calzada, por entonces director del suplemento literario de La Nación.
Luego de proponerle un par de colaboraciones, Méndez Calzada decide publicarlo, pero tarda en
hacerlo. Entonces Bianco y sus amigos, en lugar de Méndez Calzada, comienzan a llamarlo
“Mente cansada”. Más tarde, confiesa que en realidad nunca leyó nada ni de Melián
Lafinur ni del propio Méndez Calzada. Y agrega: “¿Te molesta que me detenga en Melián
Lafinur, en Méndez Calzada? Como habrá de sucedernos a muchos de nosotros, no han dejado una obra
que los sobreviva. Hablo de ellos porque su obra no habla por ellos. Como quien rinde homenaje al
soldado desconocido. ¿No te conmueven esas falanges de escritores que integran una literatura,
aunque tan modesta como la literatura hispanoamericana, y de los cuales unos pocos, si acaso, están
destinados a perdurar?”
Más adelante Torres Fierro le pregunta porqué estudió Derecho en lugar de Filosofía y Letras.
Bianco responde: “Ni siquiera tenía conciencia de que existiera una Facultad de Filosofía y
Letras. Esa facultad era la única que funcionaba en el recinto de la universidad; su alumnado, a
diferencia del de las otras facultades, abundaba en mujeres. Cuando yo iba a la universidad a pagar
mis derechos de examen, me llamaba la atención ver a tantas mujeres en los corredores. Alguna vez
me pregunté qué harían allí esas mujeres. Como si fuera una escuela de corte y confección. No se me
ocurría pensar en estudiantes universitarios, que esas aulas y esos corredores pertenecieran a la
Facultad de Filosofía y Letras. Esto le dará una idea de lo distraído que puedo ser”.
La entrevista, realizada en 1975, roza un Bianco malicioso, oscuro y brillante; como de
vuelta de todo. Finalmente uno se pregunta qué pensaba realmente de Victoria Ocampo. Probablemente
lo mismo que cualquiera que trabaja con el mismo jefe durante más de 30 años.