COLUMNISTAS
asuntos internos

Eutanasia de la crítica

default
default | Cedoc

Hay un pequeño libro del italiano Mario Lavagetto (Parma, 1939) –del que tomé el título sencillamente porque es inmejorable– en el que el autor plantea una actualización del paradigma que Georges Steiner planteó allá por 1992. Si Steiner planteaba que ahora se lee más “sobre” una obra que la obra misma, Lavagetto plantea que ahora se sigue sin leer a la obra misma, pero tampoco se lee “sobre” la obra. La crítica ha muerto, sentencia Lavagetto, pero en su caso no es posible aplicar la posible reinterpretación del famoso refrán “a rey muerto, rey puesto”: nadie es indispensable en ningún trabajo o posición, y cuando un lugar queda vacante, sobran candidatos para volver a ocuparlo. Con la crítica no pasa eso: muerta la crítica, su lugar lo ocupa la reseña condescendiente, la operación de prensa. Las definiciones de crítico son innumerables, y cada uno puede aportar la suya, pero, en mi caso, creo que un crítico es aquel que cada vez que toma la palabra se agencia, al menos, un enemigo. Si no lo hace, está desperdiciando algo: una oportunidad o un don. Y, sin embargo, los autores siguen confesando que les temen a los críticos, lo que no tiene sentido, o en todo caso tiene un sentido similar a cuando alguien confiesa que le teme a la lluvia, a la oscuridad o a las moscas. Tal vez, al decir que le temen al crítico lo que tratan de decir es que le temen a ser ignorados por el crítico, lo que significa temerle a pasar inadvertido. Porque el crítico literario perdió todo gusto por la yugular, esa pulsión que llevaba a Momo –el dios del Olimpo, la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica–, por ejemplo, a apreciar la última creación de Poseidón, a darle vueltas alrededor y terminar dictaminando: “Creo que hubieras debido ponerle los cuernos más abajo, porque de este modo es incapaz de  ver lo que embiste”. Al igual que al crítico, cuando existía, a Momo se lo acusaba de ser un holgazán, más proclive a reprehender y hacer observaciones sobre las obras y trabajos ajenos que a crear algo propio, pasible de ser a su vez reprehendido y observado por los demás. Momo aparece en las obras de Luciano de Samosata y es enternecedor verlo tratando de contenerse. Pero su instinto crítico suele poseerlo y, finalmente, luego de una pequeña introducción donde da cuenta de un impulso que no puede reprimir, enumera los defectos que ve. Hay en el verdadero crítico también cierta obstinación que irremediablemente se perdió. Recuerdo la historia de un crítico de la antigua Grecia que había osado criticar con dureza los poemas de su soberano y había sido condenado a un año de trabajo en las canteras de piedra. Al cumplirse su condena, el soberano lo mandó a llamar y le preguntó si estaba dispuesto a rever su postura, a lo que el crítico, dirigiéndose a la puerta por la que había entrado, se limitó a responder: “Otra vez a las canteras...”.

Veo en esa pequeña historia una fidelidad al pensamiento propio y una inclinación hacia lo que es justo y verdadero que irremediablemente murió. Y no se me ocurre cómo se lo puede revivir. Sólo queda, como dice Lavagetto, practicar la eutanasia y ocuparse de otra cosa