COLUMNISTAS
decadas de inestabilidad

Evo quiere quedarse veinte años en el poder

La historia boliviana muestra que no es la primera vez que en el país se vive una profunda división como la que enfrenta hoy en las calles a partidarios y opositores de Morales.

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Regalo. Los representantes de los pueblos originarios mandan un mensaje contundente: no aceptan otra cosa que no sea el triunfo del actual presidente. Los opositores acusan al mandatario de vulnerar las instituciones y querer perpetuarse en el poder. | DPA

Bolivia renació a la vida democrática en 1982, año en que abandona el poder la última junta militar. El primer presidente de esta vuelta a la institucionalidad fue Hernán Siles Suazo. Desde entonces atravesó momentos de inestabilidad política que forzaron renuncias de mandatarios en medio de una permanente crisis socioeconómica. Se llegó así al segundo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien asumió en 2002. La conflictividad social que lo envuelve, dio pie a un estado de rebelión generalizada que fue llevada adelante por los pueblos originarios, los sindicatos, los pequeños comerciantes, los cocaleros, los campesinos y los mineros. Esa situación de ingobernabilidad precipitó en 2003 la renuncia de Sánchez de Losada, a quien sucedió su vicepresidente, Carlos Mesa, quien carecía de apoyo en el Congreso y no pudo poner freno al estado de desasosiego ciudadano dominante en aquellos años, por lo que en 2005 dimitió, siendo reemplazado por Eduardo Rodríguez Veltzé, quien asumió en forma interina y convocó a elecciones generales en la que se impuso Evo Morales.

Morales. Fuertemente inspirado e influido por Fidel Castro y Hugo Chávez, Morales llevó adelante una gestión de tendencia socialista, nacionalista e indigenista. Estatizó las empresas de electricidad, petróleo y telecomuncaciones.

Como Chávez en Venezuela, promovió una reforma de la Constitución y en 2006 se instaló una Asamblea Constituyente que redactó una nuevo texto que se denominó Constitución Plurinacional, y que fue aprobada por 164 de los 255 congresales constituyentes.

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En 2009, Morales fue reelecto con una abrumadora mayoría. En su segundo gobierno, la economía comenzó a crecer en forma sostenida, hecho impulsado por el precio de las materias primas, sumado a los programas de subsidios y de la obra pública.

En 2014, fue reelegido nuevamente para un tercer mandato. Obtuvo en esa elección el 61% de los votos. Su tercer mandato se caracterizó por una desaceleración de la economía –debida a la caída de los precios de las materias primas y de la disminución de los niveles de exportación de gas al Brasil y a la Argentina. Sin embargo, continuó con su plan de obras públicas y con el estímulo al consumo interno. Eso dio como resultado una economía que mantuvo su crecimiento y una singular estabilidad.

Los números muestran que, durante sus gobiernos, el índice de pobreza disminuyó y el proceso de inclusión de las distintos pueblos originarios mejoró significativamente.

Las principales críticas a su gestión tienen que ver con el deterioro institucional que se ha producido a lo largo de sus tres períodos en la presidencia. Evo Morales gobierna casi con la suma del poder público. La independencia de poderes –especialmente la del Poder Judicial– es en la Bolivia de hoy en día algo casi inexistente. A eso, hay que sumarle las muchas denuncias por actos de corrupción.

Referéndum. El 21 de febrero de 2016 se realizó en Bolivia un referendum para aprobar la modificación del artículo 168 de la Constitución a los fines de permitir una nueva reelección de Morales. El “No” ganó por el 51% de los votos. Sin embargo, en un fallo que bien podría haber pertenecido a alguno de los relatos de La Tía Julia y El Escribidor, de Mario Vargas Llosa, el Tribunal Constitucional Plurinacional, integrado por miembros que responden absolutamente a Evo, dictaminó que ese resultado vulneraba los derechos políticos del actual presidente a quien, por ende, habilitó para competir en una nueva elección, que fue la del domingo pasado y sobre cuya transparencia lo que abunda es la sospecha.

Y son esas sospechas de fraude el asunto sobre lo que gira la crisis política que afecta a todo el país.

Crisis. Desde hace una semana, Bolivia está convulsionada. A las diez de la noche del último domingo, el actual presidente le llevaba a su principal opositor, Carlos Mesa Gisbert, una ventaja inferior a los 8 puntos. Con ese resultado, se iba a una segunda vuelta a la que, Morales, le teme. La razón para ello es muy simple: la suma de los votos de la oposición unida lo supera por cinco puntos.

Hacía 20 años que no visitaba La Paz. Es jueves por la mañana y camino por las angostas y empinadas callejuelas que rodean la Plaza Murillo –la analogía de la Plaza de Mayo– con el recuerdo de la última entrevista que le hice a Evo –porque acá no se lo llama ni Morales ni presidente, sino Evo– antes de asumir su primer mandato. “detesto a los que quieren perpetuarse en el poder” me dijo. Avanzo a  paso lento y con sigilo. Los casi 4 mil metros de altura y la circunstancia obligan a eso. La lentitud es clave para combatir el mal de las alturas. El sigilo, para no ser víctima de las reacciones violentas que se ve en muchos casos contra los periodistas. Lo mismo me pasó hace quince días en Quito.

El signo más relevante de la compleja realidad política del país es la división, que se advierte a cada metro. En la plaza hablan los representantes de los pueblos originarios, que se plantan frente al Congreso y mandan un mensaje contundente: no aceptan otra cosa que no sea el triunfo del actual presidente. Francisco, uno de sus líderes, me lo dice sin rodeos: “de ninguna manera vamos a aceptar la segunda vuelta y si es necesario, defenderemos la victoria de Evo con todas nuestras fuerzas. Y si hace falta luchar, lo haremos”. A Evo lo apoyan los pueblos originarios, los mineros, los cocaleros y los campesinos, es decir, los más pobres.

El punto de encuentro de los que rechazan el resultado de la elección es la Plaza Avaroa. Allí, cada tarde-noche desde el domingo, se juntan gran cantidad de manifestantes con un notable predominio de jóvenes. Una nutrida barrera policial les impide llegar a la sede del Tribunal Supremo Electoral. Los que protestan lo hacen con convicción y perseverancia. “No puede ser que el único presidente que he conocido desde que tengo uso de razón haya sido Morales” es una frase que repiten mucho los jóvenes que pasan largas horas en sentadas que se extienden por varias cuadras.

El viernes la ciudad fue un caos. Los bloqueos se extendieron por todos lados. Los que intentaron  atravesarlos, la pasaron mal. A las ambulancias, la revisaban. En uno de esos piquetes, presencio una situación de gran tensión cuando un móvil policial encara para pasar. La gente se agolpa a su alrededor y los detiene: “Ustedes no pasan; únanse a nosotros. No sigan trabajando por sueldos de miseria mientras sus jefes corruptos se llenan los bolsillos con plata que nos roban”, les dice a los atribulados agentes el líder del grupo. Finalmente, el auto policial retrocede y la gente comienza a aplaudir. Estos bloqueos constituyeron la primera acción de la resistencia a la que el jueves por la tarde llamó la Coordinadora de la Defensa de la Democracia. “Evo corrupto”; “Evo ladrón”; el Himno Nacional de Bolivia; el tango Cambalache, se escuchan por todos lados. Quienes participan de estos piquetes son personas de clase media. La clase media lo rechaza a Evo.

El objetivo del actual presidente –al igual que el que tuvieron en vida Hugo Chávez y Néstor Kirchner– es quedarse en el poder durante 20 años. Y sabe que si pierde, no vuelve más. Ese es su problema.

La oposición cometió un grosero error al no ir unida. De haberlo hecho pudo no solo alcanzar la segunda vuelta –por la que hoy de-sespera– sino también ganar la elección.

“Patria, patria es unidad, trabajo, paz” dice el poema “A Bolivia”. Hoy –como ayer– la unidad no existe, el trabajo le falta a muchos y la paz está en jaque.

*Desde La Paz.