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Falta sensación de plan

¿Está a tiempo Macri de salir de los retoques financieros y proponer un plan con sacrificios y beneficios tangibles en la economía real?

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MACRI. Enfrenta el desafío de pasar de la física empresarial a la metafísica del estadista. Y ver a la Argentina más allá del Excel. | TEMES

Si todo sale como el Gobierno espera y este año el PBI baja 1%, la economía habrá arrojado un crecimiento acumulado de 0,1% en los tres primeros años de Macri. A eso habría que sumar el 0,2% logrado durante los dos años finales de Cristina.

Así, en cinco años la Argentina habrá crecido un 0,3%. Mientras su población aumentó cerca del 5%.

Cuando hoy se siente una suerte de aplanadora que viene pasando sobre nuestras espaldas en el último lustro, no se trata de otra cosa que de la parálisis de un país en crisis.

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Grandes males y soluciones. Debajo del producto bruto interno, ese indicador macro que da una idea general de cómo va la economía, aparecen otros índices que reflejan esta crisis.

Uno es la inflación. El segundo mandato de Cristina concluyó con una inflación acumulada del 120%. Macri, con suerte, finalizaría con 125%.

El otro indicador clave es la pobreza. Según el Observatorio de la UCA, el kirchnerismo se fue con 29% de pobres. Fuentes de ese observatorio señalan que la próxima medición no dará menos del 32%. Puntos más o menos, lo relevante es que desde fines de los 90, alrededor de un tercio de la población es pobre. Era un 4% en la primera mitad de los 70.

Las recurrentes crisis argentinas acostumbraron a que ante momentos de debacle profunda, las salidas suelen ser acordes: a grandes males, grandes soluciones.

La crisis, que ya lleva más de cinco años, no se resuelve con permanentes retoques fiscalistas

En 1985, con una inflación del 1% diario, Alfonsín lanzó el Plan Austral, con una nueva moneda que reemplazó al peso y le sacó tres ceros. En 1991, después de tres años de crisis e hiperinflación, Cavallo le quitó otros cuatro ceros y anunció un peso convertible con el dólar. En 2002, tras tres años de enfriamiento, con caída de De la Rúa y default, Duhalde anunció el fin de la convertibilidad y la convocatoria a una mesa de diálogo nacional.
Más allá de las ventajas y desgracias de aquellos planes, de sus verdades e ilusiones, la contundencia de cada uno guardaba relación con el nivel de la crisis que venía a enfrentar. Y la sociedad los tomaba como último recurso ante la angustia económica. Confiaba, y en el corto plazo los resultados la volvían a convencer de que la Argentina estaba condenada al éxito.

Los países desarrollados no funcionan así, tampoco muchos que no lo son. Pero una nación sustentada en la contradicción permanente entre su potencialidad y su realidad y que fantasea con que la corrupción de sus dirigentes no la representa, parece atada al shock como mecanismo de resolución de conflictos.

Ante el drama de crisis que siempre son injustas y ajenas, nos preparamos para que las salidas requieran la escenificación de grandes planes maestros. No significa que eso esté bien. Significa que es así como sucede.
Este laberinto económico que ya lleva cinco años y estas semanas que profundizaron la crisis se parecen a esos momentos en los que la confianza no se regeneró con pequeños retoques.

Deben escaparle a la victoria pírrica de que la operación sea un éxito pero el paciente muere

Casero escuchó mal. El gobierno de Cambiemos está gestionado por personas que no se formaron en la administración pública sino en la privada. Los desajustes en las empresas se trabajan sobre Excel y se implementan sobre una estructura acotada de recursos humanos y materiales. Una empresa desaparece si lo que se gasta siempre es mayor de lo que ingresa. Bajar 5 puntos un costo puede salvarla y su implementación no requiere una ley ni consensos mayoritarios.

En el universo privado son la sustentabilidad y el desarrollo empresarial los que alinean con más facilidad los intereses de unos y otros.

Manejar un país es dramáticamente diferente. Entre otras cosas, porque contiene a cada una de las miles de empresas con sus propios problemas de supervivencia. Y a millones de personas que defienden sus intereses. Los une territorio e historia, pero los separan las tensiones por los recursos limitados de la economía. Gobernar es, en el mejor de los casos, beneficiar a una mayoría y perjudicar a una minoría.

A la gente no la conmueve necesariamente la lógica de la rentabilidad aplicada a la Nación, porque no tendrá nada para festejar si la “empresa país” logra el déficit cero pero su “empresa privada”, su bolsillo, se vació.

Casero escuchó mal. Las voces no decían “flan” sino “plan”, decían “queremos plan”. Y no son solo voces obtusas ganadas por la irracionalidad.

En momentos de turbulencia, los pasajeros quieren creer que el capitán tiene el mejor plan de viaje. Pero requieren que les muestren un plan general de operaciones por el cual valga la pena seguir haciendo esfuerzos. No les interesa que les detallen la velocidad del viento ni si el combustible subió de precio.

En esta tormenta perfecta se necesita creer que hay un equipo capaz de crear un programa exitoso. Un plan que vaya más allá de aumentar la tasa de referencia, anunciar otro préstamo o un nuevo recorte de un subsidio. Que se muestre coherente con lo hecho, pero también refundador del macrismo. Que incluya sacrificios, pero además alternativas que no sean solo financieras ni giren en la obsesión por bajar el déficit a cualquier precio. Escaparle a la tentación de una victoria pírrica en la que la operación sea exitosa pero el paciente muere.

Fiscalitis. El déficit fiscal y la inflación son dos problemas que los gobiernos deben afrontar. La diferencia es que el déficit es una circunstancia bastante habitual. De 186 Estados, hay 147 que están en rojo con sus cuentas públicas. Es un tema que razonablemente ocupa a sus gobernantes, pero no es la mayor de sus preocupaciones.

Más puede preocuparles que sus balanzas comerciales no resulten negativas, porque precisan ingreso genuino de dólares. Velar para que su cotización no se retrase, sabiendo que de lo contrario habría beneficios de corto plazo (por ejemplo electorales), pero sería alimentar una olla a presión que siempre termina explotando.

En el mundo también preocupa la inflación. El 80% de los países tiene un déficit similar al de la Argentina, pero existen solo siete con inflaciones descontroladas. La fórmula de bajar el déficit con subas tarifarias del 600%, pretendiendo que la inflación caiga al 10% (meta original del Central para 2018) con retraso cambiario y tasas superaltas no es muy utilizada internacionalmente.

Ahora el mercado hizo a los golpes lo que la política no pudo gradualmente. El escenario que queda tendrá consecuencias graves en el corto plazo, pero la hiperdevaluación presenta una nueva base económica sobre la que será más sencillo resolver el déficit fiscal y, en especial, el comercial.

¿Está a tiempo Macri de cambiar? ¿Salir de los retoques financieros a repetición y proponer un amplio plan con sacrificios y beneficios tangibles en la economía real? ¿Buscar consensos con opositores racionales que generen la confianza de que cualquiera sea el próximo gobierno no representará un nuevo giro de 180°?

Está a tiempo.

La duda es si sus legítimas creencias y su estructura de pensamiento le permitirán pasar de la física empresarial a la metafísica del estadista.