COLUMNISTAS

Falta y sobra

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Qué significa leer ensayo, crítica literaria o incluso filosofía contemporánea? O tal vez la pregunta podría ampliarse, extenderse más allá de los géneros –en caso de que todavía los géneros tengan alguna preeminencia–, atravesar la ficción y desembocar en la pregunta por la lectura tout court. Es evidente que hay varias respuestas, y muchas de ellas coexisten, funcionan a la vez: la dimensión hedonista de la lectura –complemento del placer del texto– no es antagónica con la perspectiva crítica (al contrario: placer y crítica suelen ir en mí de la mano). Además de esas dos posiciones, experimento habitualmente otras dos, aunque una como exclusión y otra como militancia negativa. Uno: no leo para ilustrarme. Abomino del lector ilustrado (y de los ilustrados en general). Dos: leo en contra. Parto de la lectura como un cuerpo a cuerpo con el texto, al que intento no perdonarle nada, no dejarle pasar nada. No es una lectura de editor: no leo pensando que el autor debería corregir o cambiar tal o cual cosa, mejorar un pasaje o un párrafo. Nada de eso. Leer en contra implica establecer la discusión como horizonte de producción intelectual, como modo de entrar en relación libidinal con un texto. Sólo puedo leer en contra si el texto me convoca, me atrae, me interesa, me seduce. Si me irrita. Leer a favor no tiene el menor interés para mí. No leo en contra con el deseo secreto e imposible de que el autor cambie de idea, de punto de vista, de estilo; sino como un modo de que esa fricción con su texto genere en mí nuevas lecturas, otras escrituras, expanda el campo de mis intereses críticos. Así siempre leí a Fredric Jameson, y otra vez lo hago en Valencias de la dialéctica, recientemente editado por Eterna Cadencia, muy bien traducido por Mariano López Seoane.

Jameson es un representante menor de la larga y valiosa tradición del marxismo anglosajón, que tiene seguramente su punto más alto en Raymond Williams. A mitad de camino entre el ensayo, la crítica literaria y la filosofía contemporánea, Valencias de la dialéctica es un libro sumamente sagaz que, entre otros temas, se detiene largamente en Derrida y Deleuze; en los textos en que estos autores piensan sobre y a partir de Marx y, más generalmente, de la tradición dialéctica bajo la herencia de Hegel. ¿Qué es lo que encuentra Jameson? Mejor responder de otro modo: ¿qué es lo que le falta a Jameson, al marxismo norteamericano? Le falta y le faltó siempre un Partido Comunista. Le falta eso que le sobró al posestructuralismo francés. Si Derrida y Deleuze (con sus diferencias y enfrentamientos insalvables) no fueron nunca comunistas es porque el PC ya estaba ahí, como un acquis, en las calles de la Francia de los 60 y 70. Y también estaba la contracultura (todavía mucho más que el PC anquilosado de Georges Marchais), la clase obrera combativa, el maoísmo, el ’68, las barricadas, los estudiantes movilizados, la antipsiquiatría. La política. Con toda esa tradición incorporada, optan por Heidegger, o por Nietzsche, y hasta por Bergson. Optan por lo que les falta. Jameson no logra entender ese movimiento (precisamente dialéctico). Duke University, incluso en clave marxista, queda demasiado lejos de la ciudad. Lean las páginas 155, 156 y 157 de Valencias… y se darán cuenta.

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