COLUMNISTAS

Ficción crítica

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La Orden del Finnegans es una asociación benéfica capitaneada por Enrique Vila-Matas que todos los 16 de junio se reúne en Dublín para homenajear al Ulises de James Joyce, cuya acción transcurre precisamente en ese día de 1904. Los festejos comienzan, como la novela, en la torre de Martello en Sandycove y terminan en un pub de Dalkey. De esa celebración da cuenta un reciente libro colectivo de la editorial Alfabia, que incluye un pequeño artículo de Vila-Matas, titulado Doctor Finnegans y Monsieur Hire (obra en curso).

De otra conmemoración del Bloomsday habla un libro que no es un anticipo sino una reedición: Siluetas, de Luis Chitarroni, que La Bestia Equilátera acaba de imprimir para felicidad de los amantes de la literatura. Sobre todo para quienes no han leído o no han oído hablar de buena parte de los cuarenta escritores cuyo retrato traza el autor. Entre los más atractivos figura el de Flann O’Brien, el extraordinario compatriota de Joyce, y de él cuenta Chitarroni que en la mañana del 16 de junio de 1954 también se reunió con un puñado de amigos en Sandycove y que a esa hora temprana el hombre estaba borracho sin necesidad de visitar el pub.

Tal vez Vila-Matas haya leído la edición original de Siluetas (Juan Genovese Editor, 1992), pero lo cierto es que ambos libros tienen en común otra cuestión. La nueva versión del libro de Chitarroni difiere poco de la anterior, pero los pocos cambios son significativos. Estas Siluetas comienzan con la misma bella cita de Aira: “Es como si los únicos cuentos de los que dispusiéramos para contarles a nuestros hijos a la noche fueran la ‘vida y obra’ de los escritores que amamos”. Pero se agrega una de Arno Schmidt, “Un hombre con pericia y tacto ha hecho de verdad el trabajo duro: , conquistando y desmalezando mil volúmenes de material anticuado para usted. No hacer un uso agradecido de estas sugerencias...”, que describe perfectamente el trabajo de Chitarroni y le propone al lector la actitud que debe guardar ante la obra. Vienen después unas breves palabras que sustituyen al prólogo original, que daba cuenta de la procedencia de los capítulos como notas aparecidas en la revista Babel, cuyos temas fueron elegidos en parte por placer y en parte por necesidad editorial. Chitarroni prefiere ahora sostener a lo Pierre Menard que el libro ha cambiado a fuerza de no modificarse y que es un “libro de cuentos tímido”, un conjunto de ejercicios narrativos.

La relectura de Siluetas ofrece además la impresión de asistir –entre el exhibicionismo y la divulgación– a un maravilloso acto de optimismo literario, a la escritura de alguien muy joven que cree en la lectura mucho más que en la crítica. Y allí es donde se vuelve a conectar con Vila-Matas, que parte de un análisis de Mis dos mundos de Sergio Chejfec para remontarse a este punto culminante en las palabras de un personaje que se afirma crítico de profesión: “Porque a decir verdad me veo como un crítico auténtico sólo cuando escribo para mí, sólo cuando me pongo a ensayar fórmulas personales y hago ficción crítica (...) Tendría que escribir siempre en este tono y no desperdiciar tanto tiempo con mis reseñas rutinarias (...) Esa prolongación placentera de mi trabajo de crítico la encuentro yo en textos como éste, en los que me relajo y me transformo en un crítico distinto”.

En los dos casos, separados por estilos y continentes, se advierte en esos intentos de crítica-ficción una misma desconfianza ante un género que está cayendo en un progresivo anacronismo y es cada vez más objeto de desinterés: el de la reseña. Académicas o periodísticas, gacetillescas o vitriólicas, reemplazables por la información circulante, las reseñas han dejado de ser un modo amigable (y hasta honorable) de hablar de literatura.