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Fiebre de vivir

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Recuerdo estar en la cocina de la casa paterna, con mi hermano Juan, reviviendo los recitales que íbamos a ver a Obras Sanitarias. Spinetta Jade, Spinetta y Serú Giran juntos, y uno muy particular que nos marcó a los dos: la vuelta de Moris al país después de su exilio español. Esa noche en Obras Moris comandaba una banda de rock and roll y fue impresionante el comienzo porque todos estábamos mirando hacia el escenario y Moris entró desde atrás del público, a nuestras espaldas, tocando la guitarra eléctrica. Era toda una cuestión de principios: el verdadero rock and roll siempre viene en la dirección contraria a la que te imaginás. Ahí estaba el guitarrista flaco, vestido de negro, con zapatos de gamuza azul, atravesando a la gente que se abría para que el legendario músico llegara al escenario y empezara la fiesta. Es curioso el caso de Moris en nuestra música. Como si fuera un Juan Rulfo del rock nacional, con apenas dos discos ya había marcado a fuego a toda una generación y las venideras. Y después de esos geniales Treinta  minutos de vida llega Ciudad de guitarras callejeras, otra obra maestra. En este disco está una de las más grandes canciones de nuestra música popular: Muchacho del café y la oficina. Empieza con un recitado, es una suite en dos tandas, pero que muestra con una poesía arrebatadora el color y el calor popular de la vida de nuestros semejantes subiendo a los trenes atestados junto  a “los volcadores y camiones Petinare”. Moris y Javier Martínez son dos escritores increíbles de lo que hizo uso el espíritu para retratar el corazón y la periferia de una ciudad. Tiempo después, en el exilio español, Moris compuso Fiebre de vivir, otro gran disco donde muestra cómo se puede ser auténtico siendo extranjero y utilizando palabras españolas pero dotándolas de un nuevo significado. Nocturnos de princesa, sus vagabundeos por la ciudad de Madrid, esas palabras con las que Moris se hace gárgaras pesándolas en la boca, para arrojarlas a la canción como si fueran pompas de jabón sensual. Como solía decir Frank Zappa: el verdadero rock and roll nunca morirá.