COLUMNISTAS

Fijación de creencia

Desestabilizador: Gene Sharp, autor intelectual.
| Cedoc

Cuando el dólar subía sin parar, la tesis de la desestabilización financiera del economista Miguel Bein había reforzado el convencimiento de sectores dogmáticos del kirchnerismo sobre que enfrentaban una de las diferentes vertientes de un golpe blando. El propio Bein explicó en PERFIL que “no era el sistema financiero el que quería desestabilizar al Gobierno”, sino quienes quieren que Cristina Kirchner se vaya antes o se vaya odiada para siempre, aunque la Argentina tuviera que “chocar contra un iceberg”.

Los golpes blandos serían las respuestas de la derecha ante la inviabilidad de insurrecciones militares o que ejércitos de ocupación derroquen a un presidente electo por el voto popular. Para comprender mejor cómo cayó en Ucrania el presidente pro ruso o lo que está sucediendo en Venezuela vale ver en YouTube el documental titulado Cómo comenzar una revolución, donde sucintamente se describe la obra de Gene Sharp, el filósofo norteamericano, autor de La política de la acción no violenta, y sus consecuencias en las  primaveras árabes y en varias revueltas en Europa oriental. De hecho, Nicolás Maduro sigue acusando a Sharp (ya lo había hecho Chávez en vida) de ser el mentor intelectual de las protestas masivas en su contra en Venezuela. Sharp es autor de un manual que contiene una lista de 198 armas no violentas (que van desde el uso de colores y símbolos pasando por funerales simulados y boicots) que permiten derribar dictaduras.

Vale aclarar que sin una gran parte de la población lo suficientemente motivada, ninguna de estas “armas” daría grandes resultados, y que los celulares y las redes sociales potencian la eficacia de estas técnicas, que fueron escritas cuando internet no existía.

Pero volviendo a la Argentina, Bein insistía en que en enero una parte significativa de lo que Macri llamaría “el círculo rojo” estaba convencida de que el gobierno de Cristina Kirchner no llegaría a marzo. Y al expandirse esa creencia, se retroalimentó la aceleración del precio del dólar, confirmando la influencia de la psicología en la economía.

En enero, mientras los medios oficialistas sostenían que la devaluación era un golpe del mercado y los medios más críticos, que la economía se descontrolaba por la impericia del equipo económico, este diario aportaba en soledad la perspectiva de un gobierno que –más allá de su impericia– quería devaluar, que su devaluación no era involuntaria y que aprovechaba el escozor que produjo el último salto a 8 pesos (al que igual hubiera llegado con devaluaciones parciales un mes después) para reducir su costo político, echándoles la culpa a monstruos del mercado de lo que ellos mismos igual producirían. De hecho, el propio Bein cuenta que al asumir Kicillof ya quería subir el precio del dólar 1 peso todo junto, y no lo dejaron.

Tan compleja es la mente humana que uno de los principales banqueros argentinos, recurrentemente acusado de producir corridas, prefería sumarse a la misma idea de Carta Abierta, sobre que el Gobierno no quería devaluar, con tal de ver al kirchnerismo peor de lo que ya es, lo que en su caso era verlo inexperto y arrasado.

Por qué creemos lo que creemos es tan importante para la economía como las matemáticas. A los interesados en profundizar en el tema les recomiendo fervientemente el hermoso texto de sólo ocho páginas de formato libro titulado La fijación de la creencia, escrito por el filósofo lógico y padre del pragmatismo Charles Peirce, a comienzos del siglo pasado.

Allí Peirce explica que “probablemente es más ventajoso para el animal tener la mente llena de visiones estimulantes y placenteras, al margen de la verdad; y es así como la selección natural, en temas no prácticos, puede dar lugar a una tendencia falaz del pensamiento”. También cómo muchas ideas “básicamente se han adoptado porque en sus proposiciones fundamentales parecían agradables a la razón”. También se refiere a “ciertos halagos a la vanidad humana en los que por naturaleza todos creemos hasta que los rudos hechos nos despierten de nuestro placentero sueño”.

Y hace una descripción de aquellos que “no malgastan el tiempo intentando convencerse de lo que quieren, sino que sin la menor vacilación, como relámpagos, echan mano de la primera alternativa que se les presenta y se aferran a ella hasta el final, pase lo que pase. Es ésta una de las espléndidas cualidades que generalmente acompaña al éxito brillante y pasajero. Es imposible no envidiar al hombre que puede prescindir de la razón aun cuando sepamos lo que a la postre acaba sucediendo”. Para concluir desarrollando que sólo es prerrogativa del método científico hacer que nuestras opiniones coincidan con los hechos, pero que la elección de este método “es mucho más que una adopción de una opinión intelectual, es una de las decisiones capitales de la vida, a la que, una vez tomada (un individuo, una comunidad), está obligada a vincularse”. Pero es escéptico respecto de que las personas cambien de creencias simplemente por causas lógicas y señala el caso de las religiones, para las cuales lo más saludable es la integridad de su creencia: “La duda es un estado de inquietud e insatisfacción del que tratamos de liberarnos para pasar a un estado de creencia, que es un estado de tranquilidad y satisfacción que no deseamos eludir o cambiar por una creencia en otra cosa. Nos aferramos tenazmente no meramente a creer, sino a creer precisamente lo que creemos”.

Con la devaluación, además de contribuir a reducir su escasez de dólares, el Gobierno mejoró en 50 mil millones de pesos sus ingresos fiscales. Eso hacía presumir que el Gobierno era el agente de los hechos porque –como escribió Pierce–  “el objeto de razonar es averiguar algo que no conocemos a partir de lo que ya conocemos”. El problema es que “hay pocas personas que se preocupan de estudiar lógica, porque todo el mundo se considera suficientemente experto ya en el arte de razonar”.