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FILBo, Fulbo, Fútbol

La Argentina fue la invitada de honor de la Feria del Libro de Bogotá, la FILBo, un evento que en gran medida bajo la influencia de las ferias de Buenos Aires y de Frankfurt fue evolucionando hasta el megaevento que es hoy.

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La Argentina fue la invitada de honor de la Feria del Libro de Bogotá, la FILBo, un evento que en gran medida bajo la influencia de las ferias de Buenos Aires y de Frankfurt fue evolucionando hasta el megaevento que es hoy. Hubiera sido genial estar a la altura. Bajo el eslogan “La literatura argentina sale a la cancha” todo el pabellón nacional quedó apoltronado de fútbol: la entrada, una remera, precedía a una manga con ruidos de cancha y papelitos; al llegar, no una sino dos canchas de formas alargadas y dudosas en las que se podía practicar el tiro penal, ya que poco y nada la lectura.

Si forma es contenido y viceversa, habría que ver en qué estaban pensando cuando diseñaron este envase para una cosa que –idealmente– no requiere de ninguno. El ministro de Cultura, Pablo Avelluto, mentor del concepto, lo defendió con penales y una arenga: “El pasado cultural argentino, como el colombiano, es enorme. Nos reconocemos en él. Pero a veces el pasado puede ser opresivo, una mochila demasiado pesada”. Y propuso “encontrarse con la Argentina contemporánea que a partir de ese pasado escribe su propia historia en este presente, con las voces de una treintena de escritores, ilustradores de distintos géneros que nos van a mostrar el nuevo capítulo de ese enorme libro de la historia de la literatura”.

Parece que nos hemos deshecho felizmente de nuestra historia. La hemos cambiado por entusiasmo y alharaca.

En el pabellón, libros se encuentran pocos, pero sí muchas fotos decorativas de escritores. ¿Serán la historia? Y choripanes. Choripanes a rabiar. Pero no es ninguna novedad que las ferias del libro viren a encuentros gastronómicos.

Alberto Manguel pidió disculpas en nombre de todos los argentinos por el absurdo populista. Identificarse con fútbol en países latinoamericanos y futboleros supone, además, dividir por camisetas, competencias y rencores infiltrados por el opio de los pueblos. ¿A quién no le daría algo de tirria por aquí ver a autores brasileños encabezados por Pelé? Mis amigos colombianos (nos aúna la acidez) no lo dejaron pasar. Hago mías las palabras de la gran autora Carolina Sanín: “Los libros también son juegos: juegos más divertidos, más vitales, más bellos que el fútbol. Pero, también, son más peligrosos que el fútbol. En esta descarada macrización del continente, por supuesto que por delante va el fútbol: algo que a todos gusta, que a todos supuestamente nos une, que a todos adormece y en lo que no entran en juego las ideas”.