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GERMAINE TILLION

Frente al límite

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Sólo frente a situaciones límite se conoce la verdadera naturaleza humana. Es muy difícil que valentía, compromiso y humanismo vayan de la mano. Y mucho más extraño, que esos tres valores sean los rasgos característicos de una sola persona. Hablamos de la etnóloga e historiadora francesa Germaine Tillion, nacida en 1907 y fallecida en 2008. El pensador Tzvetan Todorov, para quien Tillion fue una heroína especial –la convirtió en una figura-ícono de la Resistencia contra los nazis y luego crítica de las brutalidades practicadas por su país en Argelia–, comentó recientemente que sus cenizas se trasladarán al Panteón, por decisión presidencial. En el imponente Panteón están los restos de las más importantes figuras de Francia desde los tiempos de la república.

Tillion tuvo una “ternura desgarradora” por Francia, pero su vida y su pensamiento fueron de independencia y libertad. Así como condenó a la Alemania nazi, mostró su simpatía por la España republicana y por Checoslovaquia, una isla de democracia en medio de una Europa totalitaria cuando Londres y París se callaron frente a la anexión en manos de Hitler. No ocultó, en 1939, sus críticas al pacto germano-soviético de 1939 que generó un revuelo impresionante entre los militantes de la izquierda, aunque muchos se callaron por obediencia a Stalin. Al concluir la guerra integró  en 1948 y en 1950 el diminuto grupo que denunció el “gulag” ruso  y la opresión que sufrían sus encarcelados. Mientras los comunistas y sus camaradas de ruta (varios existencialistas, entre ellos, Merlau Ponty y las sonrisas de Sartre) consideraron que ese dedo acusador apuntaba sólo a mentiras hipócritas y a “ las confabulaciones del capitalismo y sus sirvientes”.

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Como investigadora, había sido enviada por tres meses a Konigsberg, en Alemania, en 1933, en pleno furor nacionalsocialista. Allí, en Konigsberg, catalogó de “ridículos” a los estudiantes nazis y, sin vueltas, consideró al fascismo “como una estupidez totalmente execrable”. Un año después fue becada para estudiar los modos de vida de los bereberes al sur de Argelia. Fue Tillion la principal organizadora de la red llamada Museo del Hombre cuando Alemania ocupó Francia, y negoció con Petain para que el país no perdiera el “honor”, destruido por la incapacidad, a lo largo de treinta días, de detener la invasión. En la red recibían información, apoyaban evasiones, se sumaron a la Resistencia. Diez de sus compañeros del Museo fueron fusilados por los alemanes. Alguien la denunció y fue deportada al campo de concentración nazi de Ravensbrück en octubre de 1943. En el “lager” ofició de etnóloga y ayudó a sus compañeras a no autocompadecerse, sino a aguantar, con criterio, evitar el sufrimiento y el miedo. Incluso con humor. Fue liberada por la Cruz Roja sueca y a partir de ese momento entrevistó a los deportados, porque registrar los padecimientos pasados era un deber. Se conocieron con su firma varios trabajos de investigación, uno de ellos el libro titulado, precisamente, Ravensbrück. En 1947 participó como acusadora en el proceso contra sus verdugos del campo de concentración. Pero tres años después, en Alemania, declaró a favor de dos mujeres vigilantes del campo, acusadas de crímenes que no habían cometido. En 1954, ya miembro de la Comisión Internacional contra el Régimen de los Campos de Concentración, fue a Argelia, para investigar las torturas a cargo de los franceses, donde evidenció su experiencia de humillada y deportada.

En la nación árabe comprobó que sus ex compañeros de la Resistencia, que eligieron, al llegar la paz, la profesión militar, cometían las mismas salvajadas y tropelías contra los nativos como las que ellos habían sufrido atrozmente de los alemanes. Eran los torturados de ayer, hoy torturadores, incluso con los mismos instrumentos de entonces. No vio en Argelia un problema político o militar, sino la degradación económica y social de la población musulmana. Sin embargo, criticó con fuerza los actos terroristas indiscriminados de los nativos. Esa postura le valió las maldiciones de aquellos, como Sartre, y de amigos de la vida que estaban por la independencia sin importar las víctimas. La odiaron franceses nacionalistas, pero también los argelinos armados. Ella suplicó a los dos bandos beligerantes que terminaran con la violencia. Fracasó como “mediadora”. La maldad, concluyó, definitivamente, es ejercida por perseguidores y perseguidos. No tomó partido en una guerra ciega casi de exterminio.

*Periodista y escritor.