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Fútbol, política y franceses

París espera a la Selección argentina, con Chirac defendiéndose contra las cuerdas después de su macanazo de amenazar con borrar a Irán de la faz de la Tierra.

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Victor Hugo morales |

París espera a la Selección argentina, con Chirac defendiéndose contra las cuerdas después de su macanazo de amenazar con borrar a Irán de la faz de la Tierra. Llega Basile con unos cuantos problemas, pero menos que Sarkozy y Ségolène Royal, que se espían, se agreden, no se escatiman chicanas. Ahí están los muchachos albicelestes, el Pato, Ayala, Burdisso, los Milito y compañía, partiendo de todos los aeropuertos de Europa, mientras abandonan la Ciudad Luz –con menos luz cuando apagaron la Tour Eiffel– los 500 expertos en el clima que le advierten al mundo el peligro que nos fabricamos entre todos. La Argentina querrá evitar otro hundimiento de la nueva etapa, pero Francia no sabe si dentro de pocos años las ciudades del Sur estarán bajo el agua por el ascenso de los océanos, alimentados por los hielos que derretimos entre todos. Esperan Sagnol, Thuran, Abidal, Makelele, Vieira, Maluda, Henry y Cisse, con más afán que Sarkozi y Royal a la futura presidenta de los argentinos. Ellos, los que no fueron campeones pero que dejaron la mejor imagen del Mundial, aguardan con ánimo de gourmet, con la servilleta prendida al cuello de la camisa, el plato tan apetecible de un triunfo sobre la Argentina. El fútbol, que de tanto amor al resultado condena con la muerte a los perdedores, ofrece en París los preámbulos mediáticos excitantes de los grandes partidos, y coincide con la apuesta final de los hombres que aquí se reúnen para abolir para siempre la pena de muerte.
Y está Delon, parado al borde del escenario del teatro Marigny, con un sombrero de ala blanda inmensamente bello a los 70, con el pelo plateado y largo que le cae sobre la espalda. Mireille Darc lo mira con el viejo eterno amor que aún sabe ofrecerle y, en la platea, las mujeres suspiran y los hombres saben que si la envidia tuviera filo, Alain sería degollado allí mismo, de pie, sin otra resurrección como la que ahora vive. Basile no es Delon, pero tiene lo suyo. Carismático, agrio héroe de los últimos tiempos, asiste a una prematura decadencia de la que intentará salir como el actor, este miércoles –según se anuncia– en un estadio repleto y helado.

Caminar con zapatos ajenos. El clima de invierno por ahora soportable hace hablar cada día más del
rechausffement de la planete que del partido. Pero ya llegará el lunes con el martes, y L’ Equipe pondrá en tapa los aprontes de ambas escuadras y el partido encontrará el clima que se merece. Es un partidazo el de Francia con Argentina. Para “les bleu”, dicen los mozos amigos de los bares, este choque importa más que el partido oficial con Lituania, el próximo riesgo francés. Para los gauchos, una necesidad extrema de llevarse al menos un empate, impedir la seguidilla de derrotas. No alcanza la justificación de la falta de preparación. Para un técnico que confía al extremo en el poder creativo de sus individualidades, eso del trabajo de equipo parece un cuento. Los nombres en cancha siguen siendo los más interesantes del fútbol mundial. También los franceses andan chistando aviones por Europa para venir a París. Pero hay que ponerse en el lugar del otro, como un programa de televisión francés que pinta de negros a una familia blanca y hace blancos a otra familia negra para que vean cómo cambia todo según el color que llevan cuando se les mira. Se reúnen al final del día para contar sus experiencias y queda claro que el apartamento o el trabajo que al blanco le ofrecen, al negro se lo niegan. Y ponerse en el lugar de Basile es un buen ejercicio. Por un lado tiene una beca envidiable, sueldo excelente, trabajo mínimo, largo plazo. Pero cada derrota dura meses con la Selección y a nadie le gusta que se le venga abajo el prestigio acumulado. Hace cuentas Basile: tiene una defensa brutal, con tantos buenos hombres que es fácil acertar con los cuatro del fondo; atraviesan un buen momento Saviola y Crespo, los delanteros cantados; Lucho y Cambiasso rinden como nunca en el Porto y el Inter. ¿Qué más se puede pedir? La base del Mundial está intacta, salvo Riquelme. Ese es el lío. ¿Quién le juega de Riquelme si hay uno solo, y Aimar se lesionó? Será un buen partido. Si la senadora ya no tiene nada para perder y quizá se anota algún punto que la deje más tranquila en las encuestas internas. Gana Argentina con ella en la tribuna y “chapeau madame la presidenciable”. Que estas cuestiones también juegan.

La vida en simultáneo. Se jugará bien por parte de los dos equipos, la pelota irá fluidamente de un campo al otro y será la puntería de Henry o la de Crespo, la que resuelva en méritos seguramente parejos. A la misma hora en la que Marigny levante su terciopelo para que, incólume, aparezca Delon, y la Tour Eiffel ilumine una noche más de París, a la hora en que comience el programa de ponerse en el lugar del otro, cuando el Buda Bar de La Concorde y la Closerie de Liles de Hemingway reciban la segunda tanda de los que cenan a lo grande la más sofisticada comida del mundo, el Stade
de France, empezará a correr el velo para dejar en claro la realidad 2007 de dos de los colosos mayores del fútbol.
París ya no fuma en los lugares públicos desde este fin de semana. Pero se las ingenian: en las cárceles y los hospitales, los internos podrán fumar porque ésos son sus hogares sustitutos y en casa cada cual hace lo que quiere. Los policías y los enfermeros sólo podrán aspirar el humo de los internados. Contradicciones así sólo son posibles en un país que todo lo discute. Razón pura, descartes del pensamiento. No como el fútbol, donde sólo tiene razón el que gana, bien lo desmenuza con barrial filosofía el técnico argentino.