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Gatos y ratones

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En la televisión, que es pura demagogia aplicada a obtener la suficiente cantidad de espectadores necesarios para cobrar precios altos a los productos que se publicitan en la pantalla, impera el discurso “gentista” que impuso el siniestro Neustadt cuando pretendía imponer una posición apelando a una especie de supuesto saber acerca de lo que necesitaba una imaginaria y arquetípica Doña Rosa, cuyas emanaciones mentales en realidad construía. Ese criterio ramplón, trasladado al campo de la política, lleva a que la mayoría de los políticos  prescindan de ideología-proyectos-oferta para presentarse como representantes de una demanda de la que tendrían a priori íntimo conocimiento, vendedores de la fórmula mágica para curar una enfermedad o resolver una carencia que previamente mantuvieron a llaga abierta. Si cupiera alguna duda acerca de esto, la simetría televisión-política se ve clara cuando un panel debate a grito pelado  acerca de la falta de seguridad y el cierre del bloque es auspiciado por una fábrica de puertas blindadas. Así, el policía necesita el crecimiento de la población delincuencial porque es el motor de su ascenso y de su aumento, cuando no ocasión de coima en ratos de zona liberada. Quien cree en la representación alucina que otro entiende el secreto de su anhelo y está dispuesto a colmar su ansia.

En el fondo, la rata quiere ser amada por el gato, que por supuesto sólo la considera parte de su dispositivo de supervivencia, la amenaza necesaria para volverse útil a su amo.

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