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Genios argentinos

El pianista y director de orquesta, Daniel Barenboim.
El pianista y director de orquesta, Daniel Barenboim. | Cedoc

El es un director colosal y ella es una colosal pianista. Ese es el motivo principal, ciertamente, imposible de pasar por alto, incluso de relegar. Presiento, empero, que a esa razón primordial, la de lo musicalmente excelso, pueden agregarse otras variables, aspectos complementarios. Con la música basta, ya lo sé; pero en ese acontecimiento ritual, anual y excepcional a la vez, que se produce con las presentaciones de Daniel Barenboim y Martha Argerich entre nosotros, se activa un dispositivo acaso vital para el imaginario de lo argentino.

Tanto él como ella sabidamente viven afuera (desde hace mucho; desde hace tanto, que se nos vuelve un desde siempre). El en Berlín y ella en Bruselas, aunque por encima de tales localizaciones prima el brillo de lo internacional: los dos andan por el mundo. Por el mundo, pero son de acá; confirman y refuerzan así esa premisa fundante (que empezó, según creo, con el trigo y con la carne) de la calidad argentina de exportación. Toda una idea de lo argentino: que somos una usina inagotable de talentos, tanto como para exportarlos y surtir de genios al mundo. Es toda una mitología del don, que empezó (como casi todo) con José de San Martín, el argentino que llevó la libertad a medio continente.

Es mejor pensarlo así, como una donación argentina, que plantearse que, si no se hubieran ido del país desde muy chicos, ni Daniel Barenboim ni Martha Argerich serían lo que son (tampoco San Martín, para el caso, que también se fue de muy chico, y también pudo formarse afuera). En ese caso, se activa otro mecanismo, que es del orden de la reparación. Ya no se trata de la donación, sino de lo perdido; y lo que cada vez se pone en juego resulta una recuperación. Desgajados de su patria, es como si se los repatriara; no de una vez y para siempre (como a San Martín, pero eso fue después de muerto), sino en un ciclo de renovación anual, como el de las estaciones. Se los pierde y se los recupera, para después volver a perderlos y volver a recuperarlos.

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¿Y Messi, a todo esto? Lo de Messi es muy semejante, por momentos es casi lo mismo.

Talento exportado al mundo por mérito de la abundancia argentina (se fue de chico, se formó afuera. En España, como San Martín). O bien jugador perdido para nuestro fútbol, el de nuestros domingos y nuestras canchas, que de quedarse aquí no habría crecido, no habría sido lo que es. Será por eso, y no por un Mundial más o un Mundial menos, que a todos los pone tan mal que defeccione en el seleccionado argentino. Lo que se dirime en esas circunstancias, en un penal que se va por arriba o un tiro libre que pega en la barrera, lastima una fibra sensible: que sea pérdida sin reparación; que lo perdido no se subsane; o peor aun, que se pierda de nuevo, de nuevo cada vez.

Por eso cuando el genio superlativo muta en caminador cabizbajo, por eso cuando su sonrisa se escurre y deriva en arcadas, no es una clasificación nada más lo que peligra, tampoco un mero pasaje a cuartos: peligra el mito de la Argentina potencia, su mito de proveedora del mundo; y asoma a cambio un fantasma, el de la Argentina impotencia, el de estar fuera del mundo. Porque cuando vienen Barenboim y Argerich, vienen a decirnos que son de acá; pero como son astros en el mundo, vienen a decirnos también que estamos en el mundo, calmando de ese modo esa tan notoria preocupación nacional.

Messi, en cambio, cuando se opaca, cuando brilla en todas las canchas del mundo pero no con el seleccionado, agita ese fantasma, el de estar afuera, el de quedar afuera, no del Mundial, sino del mundo. ¿Por qué con la Argentina no? ¿Por qué en la Argentina no? (otro caso de exportación argentina, también de un rosarino; exportación de revolucionarios que se agrega a la de libertadores, músicos, futbolistas: el Che Guevara, ¿por qué en la Argentina no? Otro mundo, el tercero, pero mundo al fin: Cuba, el Congo, Bolivia. ¿Por qué en la Argentina no?).

Una salida conceptualmente distinta podría tal vez ofrecerla una figura como la de Aníbal Troilo. Que consintió que dos discos suyos se llamaran For Export. Pero grabó Nocturno a mi barrio, y de ahí no se movió.