COLUMNISTAS
la lengua argentina

Gerundiando con Macri

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Estilo. Macri suele emplear los términos “juntos” y “gracias”. | na

Entre otros datos, los modos de hablar –las palabras, las estructuras, las cadencias– caracterizan a cada individuo y permiten que sus interlocutores los reconozcan y los recuerden. Así, cada presidente argentino de la democracia ha delineado (conscientemente o no, eso no importa) un estilo identificable. Me ocuparé de los que estuvieron más tiempo en su función.
El presidente Raúl Alfonsín, con su prosa atildada y retórica –propia de un discípulo de Aristóteles–, nos acostumbró a las expresiones matizadas: “Estoy persuadido”, le confesaba a la multitud en sus discursos. Y solía hablar de sus propias acciones en primera persona del plural. “Mediremos nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano”, dijo en su discurso inaugural del 10 de diciembre de 1983.
Desde luego, el presidente Carlos Menem (con su característica tonada riojana) trajo cambios. No solo no se privaba de equivocarse en público sin culpa. Con un estilo que se registraba como propio de los futbolistas –¿lo habrá introducido César Luis Menotti cuando dirigía Huracán por el 73?–, Menem hablaba de sí en tercera persona. “El presidente de los argentinos” decía al
hacer menciones autorreferenciales.
El presidente Fernando de la Rúa (que ojalá se recupere muy pronto) se distinguía por el ritmo cansino de su expresión. Los más memoriosos recordarán un aviso televisivo de campaña en el que, de frente a la cámara y con tono monótono, articulaba “Dicen que soy aburrido”. Y recordarán sus discursos, leídos con gestualidad casi escolar.
Néstor Kirchner, por su parte, nos advirtió –de manera tácita–, desde el mismo día de su asunción como presidente, que su estilo sería descontracturado. Acostumbraba dialogar (oblicuamente) con sus opositores. Y buscaba, en su discurso, mostrarse como un ciudadano más, tan al uso como cualquiera: “Nosotros somos hombres comunes trabajando por una Argentina distinta, muchachos”, dijo en un discurso de julio de 2003.
Y con una elocuencia que atendimos casi en forma diaria hacia el final de su mandato, la presidenta Cristina Fernández nos habituó a esa estética discursiva suya tan enérgica y activa, tan “yoica”. Empleando el lunfardo chic (“Too much”, “My good”) y los coloquialismos (“cobrabas 142 mangos, mirá vos…”), desbarató para siempre los usos y costumbres discursivos de los presidentes argentinos y buscó construir la imagen de una ciudadana normal, sin
serlo nunca.
Quisiera detenerme, con todo, en el actual presidente. Mauricio Macri, quizás dócil –y sabedor de que lo suyo no es la palabra–, suele emplear los términos que le proponen los gurúes del marketing político. “Juntos” y “Gracias” repitió una y otra vez en las últimas campañas.
Pero la expresión que más pareciera diferenciar su estilo es el empleo del gerundio. Derivado verbal, el gerundio –que siempre termina en -ndo– instala la idea de una acción en continuado, una acción en desarrollo. Una acción sin fin.
Así, consistente con el lema impreso en los carteles de vía pública –“Haciendo lo que hay que hacer”–, nuestro presidente no escatima el uso de los gerundios. Por caso, al inaugurar el Gasoducto Cordillerano Patagónico –en una distracción de sus vacaciones angostureñas y en un discurso de siete minutos–, no se privó de su uso: “Llevándoles soluciones concretas a la gente” o “Volviendo a transformar obras en esperanza” entre muchos otros. Y es que, coherente con su habitual contenido “en positivo”, el gerundio de Macri convoca la idea de una progresión que no se termina.
He allí el dilema.
Si el modo de hablar de cada presidente colaboró en configurar no solo su estilo propio sino también –al menos en alguna medida– el de su gobierno, ya cercanos al término del (¿primer?) mandato de Mauricio Macri, la impresión que se tiene es que no se ve la luz al final del túnel. Y eso, qué quiere que le diga, me está preocupando un poco.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.