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BOCA, ENTRE LAS INTERNAS EN EL PLANTEL Y LA NOVELA POR EL ENTRENADOR

Golpe a golpe, verso a verso

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Esas trompadas entre Jesús Méndez y Juan Manuel Insaurralde en pleno entrenamiento de Boca son sólo un botón de muestra. La pelea entre el ex Central y el ex Newell’s fue una de tantas entre compañeros en una calentura de partido de práctica, como hubo cientos en situaciones similares. Pero en el caso particular de Boca, puede leerse como un estado de ánimo que lejos está de ser el ideal.

Todo baja desde la dirigencia. Lo que pasó (lo que está pasando) con Julio César Falcioni es otro ejemplo. El entrenador y los directivos de Boca dicen que no hubo oferta. Dicen que no hubo nada, en realidad. Ni siquiera admiten que un allegado comedido haya abierto la boca. Falcioni puso en riesgo su continuidad en Banfield enfrentándose una vez más con el presidente Carlos Portell, al pasarle factura por haberle vendido siete jugadores y porque el dirigente se puso firme con respecto al contrato largo que le hizo al DT.

El titular del Taladro quiere un resarcimiento económico por perder a su entrenador, por el que apostó con un contrato costoso y extenso en el tiempo. La irrupción de Boca por tercera vez en la vida de Falcioni y la reacción de Portell generaron un conflicto que, más allá de que el DT vaya o no a Boca, no será fácil de arreglar. La relación Portell-Falcioni nunca fue la ideal. De hecho, la vuelta de Falcioni a Banfield se produjo después de reuniones en donde se habló más de dejar de lado entuertos personales que de dinero. Todos esos problemas regresaron a la superficie porque Boca pensó en Falcioni como sucesor de Borghi y porque Portell –que sabe perfectamente que sí llamaron al DT– expuso públicamente una posición muy reticente a dejar que las cosas fluyeran. La brecha entre los clubes grandes y chicos se redujo considerablemente y esta disputa de Banfield y Boca lo demuestra como nunca. Antes, los clubes chicos debían someterse mansamente al avasallamiento de los más poderosos. Ahora, como un futbolista puede ir directo desde una institución chica a cualquier club de Europa –Banfield vendió una carrada de jugadores sin que ninguno de ellos pasara previamente por un grande del país–, éstos no tienen desde dónde presionar para sacarles los jugadores. O como pasa ahora, al entrenador.

Falcioni es de otra época del fútbol, en la que un llamado de Boca era una tentación difícil de resistir. No sostengo que ahora no lo sea, pero a diferencia de esos otros tiempos, Banfield tiene de dónde tomarse para intentar retenerlo. En principio, en un ranking de los entrenadores mejor pagos de la Argentina, Falcioni ocuparía una posición de privilegio. Boca debería pagar un dineral para traerlo. Banfield se cubrió de estos temas con dos integrantes de su plantel. Uno es el propio DT, con un contrato oneroso hasta junio de 2012. El otro es su máxima figura, Walter Ervitti, a quien le hizo un excelente contrato por cuatro años, lo que hace prácticamente imposible que siga su carrera en el medio local.

Sin embargo, las chances de que Falcioni sea el entrenador de Boca siguen vigentes. Cuando la posición dura de Portell y su intención de que Boca le pagara a Banfield cerca de 600 mil dólares de compensación para llevarse a JCF parecían naufragar, el técnico rompió los esquemas en una conferencia de prensa. Se quejó de la decisión dirigencial de vender siete jugadores y se mostró absolutamente dispuesto a irse a Boca, aunque aclaró que nadie lo llamó, ni a él ni a su cuerpo técnico. Nadie creyó esto último. De Boca lo llamaron, hicieron una “aproximación”. “Hablen con Portell. Yo quiero ir”, le dijo Falcioni a su interlocutor. Portell supo esto inmediatamente de boca de un dirigente xeneize (“te vamos a afanar el técnico”) y salió por Radio del Plata a cubrirse y a pedir el ya conocido resarcimiento económico. Falcioni sigue siendo el gran candidato a ocupar el puesto vacante de DT del plantel profesional de Boca. Es un deseo del presidente Ameal, que en los próximos días hará un gran trabajo de presión sobre la dirigencia de Banfield.

Hay más nombres, aunque con un plafond sensiblemente menor. Diego Simeone surgió de la idea de alguien de la CD xeneize a quien le alcanzaron una lista de técnicos sin trabajo. Cholo dijo: “¿Por qué no?”. Pero corre desde atrás. Diego Maradona acaba de postularse sin tapujos desde una nota en la revista Gente. El enfrentamiento con Riquelme podría ser un impedimento, pero declaraciones de Román (“si viene Maradona, tiraremos del mismo carro por el bien de Boca”) y de Diego (“si se da, nos juntaremos con Román por el bien de Boca”) pusieron esa mala onda en un segundo plano, al menos en apariencia. La llegada de Maradona la está remando Juan Carlos Crespi, vice segundo, que estuvo con la delegación argentina en el Mundial 2010 y que tuvo un trato directo con Diego. Por ahora, la llegada del Diez está fría. Pero si lo de Falcioni se complica…

Por último, aparece Carlos Bianchi. El jueves 1º de diciembre, en el diario deportivo Olé, salió una foto que registraba un encuentro entre el presidente Amor Ameal y Bianchi en el bar del Malba. La nota dice que Bianchi dio el sí para 2012, con otro plantel y, sobre todo, con otra dirigencia, en la que no estén Crespi ni Beraldi como encargados del fútbol profesional. Pero, al margen de lo que pudieran haber charlado Amor Ameal y Bianchi, hay algo claro: el presidente tiene la idea de presentarse para refrendar su continuidad en las elecciones de 2011 y el Virrey sería su gran apuesta para ganar. El encuentro y la foto le vinieron como anillo al dedo. Tomémoslo como un lanzamiento de su campaña electoral.

Mientras tanto, Boca transita por su cuarto torneo consecutivo sin siquiera aspirar a entrar a una Copa y con el riesgo grande de ocupar un lugar incómodo en la tabla de los promedios el próximo año, cuando desaparezca del cálculo la última buena campaña, la del Apertura 2008. Gastó diez millones de dólares en la compra de jugadores a mitad de 2010, trajo al técnico del último campeón del fútbol argentino y quedó por debajo del décimo puesto por cuarto torneo consecutivo. Y lo peor de todo es que el camino todavía no se ve.