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Sugestiones

Granolas, corporaciones y asistencialismo

Antes más, pero ahora me la hago sólo dos o tres veces por mes. Uso un bol grande, cuchara de madera, martillo y una bolsa de lona impermeable. En la bolsa pongo un cuarto kilo de almendras y otro cuarto de nueces peladas. Muelo a martillazos porque unas almendras chilenas duras arruinaron mi molinillo Braun. Al vaciar la cara interna de la bolsa queda embebida de un aceite utilísimo para lustrar. Pero no tengo nada para lustrar, salvo la opacidad de mi prosa.

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Antes más, pero ahora me la hago sólo dos o tres veces por mes. Uso un bol grande, cuchara de madera, martillo y una bolsa de lona impermeable. En la bolsa pongo un cuarto kilo de almendras y otro cuarto de nueces peladas. Muelo a martillazos porque unas almendras chilenas duras arruinaron mi molinillo Braun. Al vaciar la cara interna de la bolsa queda embebida de un aceite utilísimo para lustrar. Pero no tengo nada para lustrar, salvo la opacidad de mi prosa.

A veces tuesto un kilo de avena sobre miel, dándole color de tabaco rubio y un perfume boscoso que encanta a las visitas. Otras la vierto blanca y cruda sobre las esquirlas de almendra y nuez. De ahí en más ni peso ni mido nada. Mezclo a ojo revolviendo con la cuchara de madera: un tazón de pasas de uva, otro de dátiles y rodajas de manzana secas, medio de frutos rojos o frambuesas glaceadas, dados de banana seca y, por cábala, un pocillo de germen de trigo o de avena. No sé para qué sirve pero me gusta la palabra “germen”: es sugestiva, sugestiona. Cada vez pagamos más para sugestionarnos.

A mi mezcla la llamo “granola”. Quienes la prueban la juzgan más natural, más fresca y más rica que las envasadas en cartón que venden los supers con ingredientes de menor calidad y que, sin frutos rojos ni nueces ni almendras, cuestan de diez a quince veces más caras que la mía.

Yo, mi granola y las multinacionales multicereales con su comida chatarra venimos a representar las paradojas de la cadena del valor. Mi granola es tan rica y tan barata porque me la hago sin recurrir a ejecutivos, publicidad, sindicatos, vigilancia, consultores, choferes, cenas con funcionarios ni a coimas a funcionarios. Gasto unos ingredientes que valen poco y un poco de mi tiempo, que no vale nada. Las corporaciones capitalistas son rapaces e inescrupulosas. pero, viviendo en una democracia donde el noventa y cinco por ciento del padrón prefiere programas procapitalistas, debemos aguantarlas.

Total, lo peor es el Estado. En él todo se encarajina, se desenfrena, se magnifica. Cada guerra de cinco mil combatientes deja un saldo de veinte mil pensionados, cada peso volcado en asistencia alimentaria se transmuta en veinte centavos de comida y en ochenta de mercadería revendiéndose en el comercio, cada peso captado –por el Estado o por los bancos– para asegurar los retiros a la vejez se convierte en comisiones comerciales, inversiones fantasmales y autopréstamos venales que con permiso de la legislatura, el Estado se concede a sí mismo para dilapidar por ahí, o para comprar votos. Mejor sería que cada cual se hiciera todo a sí mismo, pero lamentablemente no se puede.