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Hacer patria

De celebrar la deuda a festejar su pago. Justicia, dólar futuro y nuevo blanqueo.

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Argentinos sensibles. Hace más de una década, en una inolvidable jornada, el Congreso de la Nación acompañó masivamente una decisión clave del entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá: suspender el pago de la deuda externa. Hubo abrazos, vítores, pechos contritos y,  por supuesto, llanto copioso en muchos protagonistas. Estamos haciendo patria, hubiera dicho Cristina. Hace pocos días, alterado por los sentimientos de entusiasmo, enlazándose e hipando con sus colaboradores, el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, también derramó lágrimas para anunciar que empezaba a pagar la deuda externa a los holdouts. Estamos haciendo patria, dirá Mauricio Macri. Todos lloran, como si fuera lo mismo pagar que dejar de pagar, gente que quizás les reprocha a sus cercanos si se enternecen frente a una escena romántica o dolorosa. Ellos, en cambio, se conmueven sólo ante un asiento contable o una caja registradora, a partir de la misión histórica que les permite creer en ellos mismos más de lo que los otros creen en ellos.

Hábito plañidero que, en la semana, hasta contagió al ex CEO de YPF Miguel Galuccio, quien se despidió de la empresa a los sollozos a pesar de que la endeudó más de lo que estaba cuando asumió. Su caso, igual, es razonable: perdió la mayor remuneración que debe haber tenido en su vida, ocultado su monto para no ofender a incautos ciudadanos, ingreso que el nuevo administrador ha debido recortar a la baja a pesar de que cualquier paritaria se acomoda a la suba en más de 35%. También Cristina estaba haciendo patria cuando lo contrató a Galuccio y, seguramente, Macri hacía lo mismo cuando pensó mantenerlo en el cargo, ya que lo consideraba uno de los mejores funcionarios del gobierno pasado. No le duró mucho ese pensamiento. Reflexión semejante, aunque sin duda más fundamentada por razones personales, a la expresión que volcó a favor de Ricardo Echegaray como titular de la AFIP para coronarlo luego en la Auditoría de la Nación cuando el peronismo lo nominó. Hasta que la Justicia, claro, diga si continúa o no en el puesto, aunque él sin duda jurará que pudo haber andado por la banquina, en dos ruedas, pero nunca por la colectora. Y jamás de contramano. Resta saber entonces si se integrará o no al mundo de los pertinaces llorones de la administración pública, retirados o en ejercicio.  

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Se combina este universo público y paradójico, dispar y húmedo, con el de una Justicia que al margen del corsi y recorsi del caso Báez, en la causa por la venta calamitosa de dólares a futuro ofrece la peculiaridad de que hay fiscales que investigan lo que algunos funcionarios del Banco Central malvendieron en el pasado y, otros fiscales que pesquisan a quienes compraron bien o según las normas vigentes (inclusive a los que lograron una poda de lo que figuraba en el contrato). Insólito, semejante al chiste de Mafalda: “Muchos se preocupan por lo que hizo Macri con su plata y no se preocupan por lo que hizo el gobierno anterior con la plata de los ciudadanos”. Lo cierto es que la felonía de vender a precio vil mercadería de otros (dólares) que ya estaba más cara en el mercado y que iba a estar más cara aún en los meses siguientes, difícilmente encuentre culpables aunque todos conocen a los responsables: sucede, simplemente, que tampoco sería conveniente convertir en delito una operatoria de estas características del  BCRA ya que dificultaría luego su continuidad como instrumento y colocaría bajo acecho a quienes participan en ella. De Cristina para abajo, entonces, deben agradecer que alguien privilegiará la institución, tarde o temprano, a pesar del juez Bonadio.

El otro tema contradictorio en la ganchera económica es el lanzamiento del blanqueo, entre julio y septiembre, luego de que Prat-Gay sostuviera que esa exteriorización era penosa para el país, al menos como la había aplicado su colega keynesiano Axel Kicillof. Sostuvo el ministro, con desconocimiento o adrede, que aquel blanqueo servía a los narcotraficantes porque los fondos debían presentarse físicamente en la ventanilla de los bancos (en rigor, también se podía comprar cedines para salir de la opacidad a través de una cuenta en el exterior, sin necesidad de exhibirlo contante y sonante). Esta nueva medida implica un acontecimiento extraordinario para el gobierno Macri, si resulta, ya que habilitará el ingreso de un volumen de capitales que los especialistas ubican en 40 mil millones de dólares como piso. Inclusive, ante esa eventualidad, cabe la pregunta: ¿para qué tomar prestado 15 mil millones de dólares al 7 y medio por ciento cuando el blanqueo posibilitará gratis y con premio un ingreso superior? No hay explicaciones, ya que el tema del lavado, narcotráfico u otras evasiones impositivas de particulares son menos graves que las de los bancos prestadores que justamente se dedicaron a esa tarea en los últimos años.

Reservas aparte, la justificación del éxito de un blanqueo se apoya en lo complicado que es operar con esos fondos en el exterior para la voluminosa masa que lo posee y no lo puede usar debido a restricciones internacionales que, a partir del año próximo y el subsiguiente, develarán nombres y apellidos de quiénes guardan esos depósitos. Claro que para acceder a ese marco informativo, los países deberán cumplir una exigencia previa: dictar una ley de anmistía que permita la regularización de esos capitales. Quizás, una última oportunidad para no ser cazados en el gallinero según el capricho o parecer de la autoridad tributaria. Una norma tal vez más amplia que la ofrecida en estos años por Kicillof y compañía que demandaba análisis de sangre múltiples a los personajes más expuestos, de sus hijos, padres, abuelos o nietos, entre los que se podían incluir hasta  docentes universitarios por haber servido en el Estado. Esa falta de inteligencia pasada para adaptar gran parte de la economía negra sin enredarse en vínculos gravosos con elementos delictuales quizás se resuelva con un simple apartado: más que fijar condiciones personales, sólo se podrá blanquear un determinado porcentaje de lo que hasta ahora se había declarado en blanco. Es una posibilidad, casi como el auxilio por una única vez de cuantiosos fondos para aliviar una angustiante situación económica del Gobierno que le podría permitir a Macri no sólo respirar, sino también tomar aire para el tiempo que le resta de gestión. Sería conveniente que otra ley, en todo caso, evite ese posible recurso.