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Hacia un boom hotelero

La semana pasada, eludiendo los lugares comunes de la Navidad, las fiestas y el fastuoso rally que se instauró como un nuevo Halloween para idiotizar aún más al público, me dirigí a los lectores pudientes recordándoles que nuestra Constitución establece que las cárceles no son para castigar delincuentes, sino para proteger a la sociedad, aislándolos y tratando de recuperarlos para la vida.

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La semana pasada, eludiendo los lugares comunes de la Navidad, las fiestas y el fastuoso rally que se instauró como un nuevo Halloween para idiotizar aún más al público, me dirigí a los lectores pudientes recordándoles que nuestra Constitución establece que las cárceles no son para castigar delincuentes, sino para proteger a la sociedad, aislándolos y tratando de recuperarlos para la vida. Era un intento de preparar a los contribuyentes y a la runfla que vive del Estado para cuando deban resignar la parte de sus ingresos destinada a cuadruplicar el presupuesto judicial, asistencial y penitenciario, adecuándolo a la mexicana realidad heredada al cabo de veinticinco años de democracia.
Las estadísticas del crimen y la penalidad son confusas y morosas. Ellas también han de tener su INDEC y sus Guillermos Moreno. Los últimos datos difundidos son de 2005. Por entonces, 1,6 de cada mil argentinos se hacinaba en la cárcel. No hay que alarmarse: si bien la cifra cuadruplica a la de obediente Japón, es apenas la cuarta parte de la de nuestro paradigma, los U.S. Siete de cada mil “americans” viven tras las rejas. Las estadísticas engañan: esos siete penados se componen de uno de cada ciento veinte blancos y uno de cada veinte negros. Así como en ciertos tramos de edad jóvenes de ciertas regiones, la mayor causa de muerte entre los negros es la bala policial, en esos nichos la ocupación más frecuente es la de penado. En la Argentina la tasa de reincidencia es tan elevada, y es tan alta es la proporción de delitos cometidos por excarcelados prematuros, que todo lleva pensar que tarde o temprano tendremos que “avanzar” hacia una población penitenciaria mas cercana a la de nuestros amigos del norte.
Allí, la mitad de las cárceles federales se han tercerizado y son admisitradas por corporaciones hoteleras que miden su gestion en “beds” (camas) y facturan al Estado sus servicios en “nights”, noches de reclusión. La mayor –Corrections Corporation of America– se jacta en su página web de gestionar la mitad de las cárceles privadas. Cotiza en Bolsa desde 1994 y ha sido seleccionada entre las mayores y más redituables empresas por el semanario Forbes, que la calificó como primera en el ranking de empresas de servicios al Estado. Esto no tiene nada que ver con la noción de justicia y mucho menos con la demanda ilusoria de seguridad pública y proteccion de la vida y de la popiedad de las personas sino con el triunfo de las buenas ideas de negocios. Cada preso americano privatizado cuesta apenas 95 dólares por “night”: cifra parecida a la que hace poco esgrimía el ministro Aníbal Fernández para justificar sus proyectos despenalizadores.