COLUMNISTAS
PANORAMA / la marcha de la macroeconomia

Hay que manejar mejor las expectativas

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Flotacion. Las intervenciones esporádicas de Sturzenegger generaron confusión e incertidumbre. | CEDOC PERFIL

Hasta octubre pasado, mientras los titulares hablaban de una economía que crecía, una inflación que bajaba y una gobernabilidad asegurada (incluso muchos analistas y politólogos auguraban una casi segura reelección del presidente Macri), quienes mirábamos con más detalle los números veíamos con preocupación la marcha de los fundamentals macro (la muy lenta reducción del déficit fiscal, las necesidades y colocaciones récord de deuda pública, el incesante aumento del déficit externo y una política monetaria que, dominada por la fiscal, era incompatible con la desinflación).
Desde estas páginas, alertábamos sobre los riesgos de la complacencia y sobre el progresivo cansancio y fatiga en el ajuste, y planteábamos que la estabilidad macro no estaba asegurada y que, sin ella, una dinámica política libre de tensiones no podía darse por sentada (nota publicada en este mismo diario el sábado 5 de mayo, “El costo de la complacencia”). Evidentemente, a juzgar por el comportamiento de las autoridades políticas y económicas hacia finales de 2017 y comienzos de este año, su convencimiento apuntaba en otra dirección. Lo peor había pasado y era momento de dejar a un lado la macro y de ocuparse de otras cuestiones como el rol de la mujer y la despenalización del aborto. Sin embargo, una macro aún desequilibrada irrumpió en escena con sus manifestaciones usuales en términos de desconfianza, aumento del riesgo país, pérdida de reservas y depreciación del peso.
A partir de ahora, y en el marco del acuerdo con el FMI, es probable que quienes miremos los números comencemos a notar alguna mejora de los fundamentals fiscales y monetarios, pero los titulares apuntarán en el sentido contrario. Por varios meses se hablará de la depreciación del peso y de una inflación más alta, de una actividad económica frenada y de una dinámica política tensa y ruidosa. En general, los que miran en detalle los números macro para tomar decisiones (los que dicen “esto está pasando por esto, por esto y por esto”) son muy pocos. Usualmente, la toma de decisiones, por lo menos en la primera etapa visceral –que a veces es la única etapa–, la determinan los titulares. Y estos estarán dominados por esas malas noticias.
En este contexto, resultará crucial manejar adecuadamente las expectativas. La comunicación será tanto o más importante que la gestión y la implementación de las medidas necesarias para cumplir las metas fijadas en el acuerdo. Y las autoridades económicas no solo comunican cuando dan una conferencia o una entrevista. La mayoría de las veces, lo hacen a través de sus operaciones en los diversos mercados en los que actúan, o a través de las medidas que toman y que no siempre se anuncian previamente.
Los últimos días son un ejemplo de lo que no debería hacerse. El comportamiento del mercado cambiario y, en particular, el del BCRA en el mercado cambiario, más que reducir la incertidumbre, no hizo más que incrementarla. El viernes de la semana pasada y el lunes de esta, sin la oferta del BCRA de los US$ 5 mil millones a $ 25 por dólar, el tipo de cambio empezó a flotar y el BCRA dejó que el peso se depreciara. Sin embargo, en los dos días subsiguientes, la actitud de la autoridad monetaria fue distinta: salió a intervenir, como para que el dólar no subiera más allá de lo que había subido. Pero este jueves y viernes (ya con Luis Caputo como su presidente) volvió a repetir lo del viernes y el lunes previos: no intervino y la depreciación llevó al dólar al récord de 28,10 pesos por dólar en el mercado mayorista. En consecuencia, desde el jueves 07/06, cuando se anunciaron los detalles de una asistencia financiera récord del FMI, el peso se depreció nada menos que un 12,5% y el BCRA se quedó a mitad de camino vendiendo unos US$ 800 millones (entre el martes y el miércoles). Estas idas y vueltas, y la falta de un mensaje claro sobre cuáles son los objetivos de la intervención, generaron solo más ruido y mayor confusión.
Si bien el ex presidente del BCRA Federico Sturzenegger, cuando ratificó el modelo de metas de inflación con flotación, anticipó que “flotación no significa no intervención”, que algunos días después se interviniese y en otros no, generó dudas, confusión e incertidumbre.
La gran pregunta ahora, después de la salida de Sturzenegger y con el arribo de Luis Caputo a la presidencia del BCRA, es si el nuevo presidente del Banco Central será capaz de disipar lo más rápido posible la incertidumbre y desinflar cuanto antes las expectativas de inflación. En tal sentido, habrá que esperar si se ratifica la continuidad de la tasa de interés de política monetaria en los niveles actuales del 40% anual. Y si habrá una intervención (o no) más predecible en el mercado cambiario.
Lo peor que podría hacer hoy la nueva autoridad monetaria es inclinarse por la ambigüedad. Su principal misión pasa por convencer al mercado de que el único objetivo del Banco Central será desinflar. Y si eso significa contener la depreciación del peso y mantener tasas de interés reales elevadas (y una actividad económica planchada), tendrá que aceptarlo. La lupa con la que se mirará el accionar del BCRA a partir de ahora será incluso más potente que la que se usaba hasta ayer. Cambiar al presidente del BCRA que firmó un acuerdo que aun no arrancó, pero a partir del cual había logrado incrementar su independencia funcional y operativa, en el mismo día que se conoce la letra chica de ese acuerdo, luce algo precipitado y desprolijo.
En los próximos días, sabremos cuál es la reacción del mercado y hasta dónde el problema era de gestión y manejo de la mesa de cambios del BCRA o si el problema es más profundo y excede a las personas. Porque, atención, si las tensiones cambiarias continuasen, entonces el problema no era Sturzenegger, ni tampoco sería Caputo, sino la credibilidad misma de las políticas económicas.
Un camino alternativo para terminar de cuajo con la desconfianza, no explorado aún por el gobierno de Mauricio Macri, sería impulsar un verdadero shock de expectativas, a partir de una señal contundente de cambio de régimen. Pero ese cambio excede largamente el reemplazo del presidente del BCRA por otra persona que ya formaba parte del equipo.
El acuerdo con el Fondo podría ser un buen paraguas para intentar algo distinto; ese cambio de régimen macro que permita lograr el triple objetivo de descomprimir la incertidumbre, desinflar las expectativas de inflación y sentar las bases para un crecimiento sustentable del ingreso. Pero, al menos por el momento, desde el punto de vista de las imágenes y del discurso, el cambio es bastante marginal. No hay un antes y un después que permita que todos percibamos rápidamente que estamos frente a otro régimen económico que va a producir resultados distintos a los que tuvimos hasta acá. Habrá que esperar algunos días y ver si hay algo más. Pero el tiempo es tirano y la contundencia del acuerdo alcanzado con el FMI parece haberse esfumado demasiado rápido.
De todas maneras, y en ausencia de un cambio más contundente, hay que evitar a toda costa la confusión para que no comprometa el desinfle de la incertidumbre y de las expectativas de inflación, dos factores que se necesitan para que la economía vuelva a engranar hacia fines de este año. Si no, la caída del nivel de actividad económica, el frenazo, se va a extender tal vez por más tiempo, y eso en 2019 podría convertirse en sinónimo de menor viabilidad política e ingobernabilidad.

*Economista. Director de Perspectiv@s Económicas.