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la version de que Messi juega a media maquina pensando en el mundial

¿Hay una fecha fija para ligerezas?

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Ni cinco minutos se llevaban jugados ayer entre Central y Estudiantes que un grupo de iluminados imaginaron humillar a Juan Sebastián Verón gritándole “el que no salta es un inglés”. Sabemos que el asunto viene de lejos. Fueron pocos los enviados especiales argentinos al Mundial de 2002. La crisis provocada por Cavallo y sus recetas nefastas –insuficientes para borrarlo definitivamente del escenario de nuestra política, según puede verse aún hoy– redujeron la cobertura a la mínima expresión. Incluida la de la tele. Pese a ello, no consigo recordar claramente quién se encargó de instalar entre nuestra desilusionada teleplatea que la Brujita no pretendía darle precisión a un par de centros por ejecutar –y serenidad a un equipo desesperado–, sino que, en realidad, su presunta parsimonia obedecía a un presunto compromiso no escrito con sus compañeros de club y con el fútbol inglés todo. Verón cometía, por entonces, la tropelía de brillar en Manchester United.

El episodio, aun con variaciones, es harto conocido por gran parte del público. Por suerte, la mayoría le da a la especie ninguna entidad. Pero valga la explicación para más de un hincha jovencito que podría no haber vinculado a Sebastián tirando un córner con el himno tribunero de una guerra que jamás debió haber sido. Ya sabemos: no hay peor traidor a la patria que un deportista que no nos da la alegría a la que aspiramos.

Alentado por el episodio, decidí que un domingo de Pascua es un buen momento para sentenciar ligerezas, elucubrar sandeces y compartir torpezas con usted, lector inocente e inadvertido.

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En realidad, lo de que el domingo pascual es un momento adecuado es una arbitrariedad más: para ligerezas, sandeces y torpezas siempre es un buen momento.

Especialmente cuando de deporte se trata.
¿O acaso hay fecha fija o prohibida para asegurar que las Leonas son campeonas en un deporte que juegan cinco en todo el mundo? ¿O la hubo para insistir en que Gastón Gaudio ganó Roland Garros sólo porque dos argentinos jugaron la peor final de la historia? (omitamos que, aun si eso hubiera sido cierto, el Gato y Coria ganaron otros seis partidos para llegar a ese domingo histórico) ¿Cuándo es inoportuno reírse mintiendo que un señor de apellido Reutemann siempre salió segundo, aunque haya ganado 12 grandes premios y sumado 45 podios en los 11 años en los que corrió en la Fórmula 1? ¿No es original cualquier día del año decidir que el rugby argentino festeja derrotas, incluso cuando los Pumas hayan conseguido, en 2007, ese tercer puesto que, aun sin resultar atenuante suficiente, tanto tiempo hace que se le niega al seleccionado de fútbol?
A propósito de fútbol. Sea en Año Nuevo, Reyes, Carnaval o el natalicio de Carmen Barbieri, ¿no te ubica como comunicador contundente asegurar que el fútbol argentino lleva más de veinte años sin ganar un torneo importante? Porque, no me jodan. Dos medallas doradas olímpicas no valen ni un chorrito del pis que Goycochea ofrendaba como cábala antes de los penales de la espantosa Copa América de 1993. ¿O fue en Italia ‘90 lo del pis? Da igual. Además, en el 90 no salimos campeones, que es lo único que merecemos.

Metidos en un baile semejante, pocos lugares más fértiles que la opinión pública argentina para desarrollar la teoría de que Lionel Messi llevó a Barcelona al cadalso “porque quiere llegar al Mundial sano y fresco”.

La idea indigna en Catalunya y fascina en la Argentina. En Catalunya es inadmisible considerar que al mejor equipo que la mayoría de los mortales jamás haya visto pueda tener fecha de vencimiento… o de reformulación. Y en la Argentina andamos tan quemados con leche con esto de los mundiales que nos convencemos de que, “si el Enano se guarda no sólo nos hará felices, sino que jugará por el arquero, los dos centrales, sustituirá a Gago y cabeceará al gol sus propios centros”. Ya lo dijo el gran Roberto Perfumo: “Al Mundial llegan todos cagados”. Y zafa el que mejor lo disimula. Por eso nos encanta que Lionel defraude a su equipo, a sus compañeros y a su propia estirpe en pos de demostrar que la alegría no es sólo brasileña.
¿Qué dirán en Brasil, viendo a Neymar asumiendo el rol de adláter influyente y, ahora, lesionado? ¿Y Dani Alves, extrañamente obvio e irresoluto?

¿Y en España? ¿O acaso a los campeones del mundo no les preocupa que sus entrañas catalanas estén para atrás? Víctor Valdés, afuera. Puyol, en vías de retiro y herido. Piqué, lesionado. Xavi, peor que Messi. Fábregas, tan afuera como adentro. Pedro, en el banco. Alba, desentonando. A Iniesta no lo toquen, por favor.

El asunto no es encontrar consuelo en la desgracia ajena, sino poner un poquito de orden en esto de que, por un lado, casi todas las piezas del equipo perfecto empezaron a desafinar, pero el auténtico cínico es el muchacho de Arroyo Seco, que puede pero no quiere.

Para serles franco, si tuviese que remitirme a lo que se vio en los últimos partidos de Barcelona, estaría bastante más preocupado que dispuesto a jugar al pícaro de café.

En primera instancia, descreo de la posibilidad de que un deportista fracase a propósito. Ya saben. Prefiero pecar de ingenuo antes que apagar la tele y reemplazar mi pasión por el deporte por el sudoku. Allá ellos los tranceros, los tramposos, los que van para atrás, que seguramente debe haberlos. Ahora bien. ¿Usted cree que Messi es de esos? De ser así. ¿Usted pone su ilusión mundialista en manos de un muchacho capaz de traicionar el juego que mejor juega y que más le gusta?

Desde ya que al Messi del seleccionado le vendrá fantástico terminar la temporada un mes antes del debut con Bosnia. Si Real Madrid llegase a la final de la Champions y mantuviese la aspiración liguera hasta el cierre, Angel Di María se sacaría la camiseta blanca el último fin de semana de mayo, apenas un par de semanas antes de instalarse en Belo Horizonte. Lo mismo puede caberles a Schweinsteiger y a Cristiano, a Benzema y a Diego Costa. A Lampard y a Neuer.
Eso sí, cualquiera de ellos que participe de la vuelta olímpica en Lisboa, llegará a Brasil con el ánimo por las nubes. No creo que a Messi se le pase siquiera por la cabeza toparse con el Mundial sin la sensación de haber jugado bien un par de partidos en los meses previos al torneo.

En la elucubración nos movemos de un lado para el otro. Y en todos los casos, es necesario sacar aunque sea una mínima conclusión. Messi no está jugando bien. Se lo advierte a veces impreciso y otras tantas distante. Impacta cuando choca a un rival en algunas aceleraciones. Le pasó seguido desde que se recuperó de la última lesión.

También ha redondeado maravillas en el mismo período. Muy probablemente el cambio de aire entre el club y el seleccionado, además de ese inocultable factor de motivación que es el Mundial, traiga buenas noticias.

En definitiva, Brasil podrá ser el posgrado de uno de los integrantes de, al menos, el gran podio de la historia futbolera. También, otra frustración. Jamás una sentencia adversa. Aunque no brille un segundo más en su carrera deportiva, Messi ya desparramó magia suficiente. Eso, la memoria y el buen gusto, son el mejor antídoto para la imbecilidad.