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Hegemonía

El miércoles en el Senado se vio el último acto de fuerza de un sistema que ya ingresó al pasado. Fue la teatral despedida de una hegemonía que reinó durante seis años y nueve meses desde el 25 de mayo de 2003.

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GRAMSCI Y KIRCHNER. Con sus Cuadernos de cárcel, el fundador del PC italiano influyó al ex presidente.

El miércoles en el Senado se vio el último acto de fuerza de un sistema que ya ingresó al pasado. Fue la teatral despedida de una hegemonía que reinó durante seis años y nueve meses desde el 25 de mayo de 2003. Que la hegemonía se haya ido para siempre no implica que Kirchner no pueda recuperar parte de su capital político perdido y hasta incluso obtener algunos triunfos electorales en el futuro. Pero nunca más podrá volver a gozar de ese poder absoluto, fruto de situaciones extraordinarias, literalmente revolucionarias, como fue en la Argentina su implosión económica y luego política entre 2001 y 2002. Cuando una sociedad está desintegrada y sus instituciones dejaron de funcionar, es lógico que la gente se aferre a un líder.
La hegemonía define la situación donde una fuerza tiene supremacía absoluta sobre todas las demás.Quien más escribió sobre ella y sus consecuencias en la política fue el fundador del Partido Comunista italiano, Antonio Gramsci. En sus Quardeni del carcere, actualizó el marxismo-leninismo al explicar que la supremacía de la clase dominante no residía en el control de las fuerzas armadas y policiales sino de los medios de comunicación y demás agentes del orden cultural, desde donde se ejerce la asimilación de los sometidos a la ideología que promueve el grupo dominante.
Trasladada a la Argentina, la teoría de la hegemonía gramsciana significaría que la política económica anti desarrollista de Martínez de Hoz no precisaría de la represión de los militares para ser aplicada porque Menem impuso una economía similar sin apelar al uso de las armas de los aparatos coercitivos del Estado sino que alcanzó con la capacidad de persuasión de los grandes medios y comunicadores sociales sobre la población (“los generales mediáticos” de la Presidenta).

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Sólo una hegemonía alternativa podría romper esa dependencia intelectual de las grandes masas sobre quienes controlan la producción de sentidos. Concluida la época de las revoluciones armadas, el populismo sería el que podría generar esa hegemonía sustituta. Esa sería La razón populista, título del libro de Ernesto Laclau que influyó a Kirchner (el más famoso del mismo autor es Hegemonía y estrategia socialista).
Por el contrario, la democracia es el campo de la pluralidad, de los consensos y disensos acordados, del Congreso y el Poder Legislativo como articulador de la política y donde la hegemonía es un pecado mortal.
¿Por qué Kirchner no pudo vencer a “la gris democracia representativa-liberal tan desabrida” que vuelve de la mano de muchos legisladores de origen radical, partido que hace diez meses corría riesgos de extinción (ver reportaje a Raúl Baglini, en página 30).
La explicación también surge del propio Gramsci, quien se habría inspirado en la Iglesia Católica y cómo ésta logró convertirse en guía intelectual hegemónica imponiéndose sobre la civilización grecorromana de la que surgió: “La Iglesia romana ha sido siempre la más tenaz en la lucha para impedir que oficialmente se formen dos religiones, aquella de los intelectuales y aquella de las almas simples”, escribió Gramsci.
Para que la clase dominante dirija sin apelar a la violencia, precisa que la clase subalterna comparta los valores de quien ejerce el poder. El sistema de creencias se sustenta en la supuesta superioridad moral de quien lo administra. El cristianismo, el comunismo, y su primo menor, el populismo, comparten el mismo carácter mesiánico.
En 2003 Kirchner construyó la superioridad moral que requiere un líder hegemónico que aspira a modificar el statu quo. Fue gracias al nuevo impulso a los juicios a los ex represores, la constitución de una Corte Suprema de Justicia más virtuosa y su preocupación por la pobreza, por lo menos discursiva e imposible de ser desmentida al comienzo. Esa superioridad moral se fue desvaneciendo progresivamente en proporción inversa a que la sociedad iba conociendo la voracidad económica personal del matrimonio presidencial. Y tuvo sus golpes de gracia en sus últimas dos declaraciones juradas y en la compra de los ya célebres dos millones de dólares. No es casual que antiguos aliados de la izquierda como Martín Sabbatella, presidente del bloque Nuevo Encuentro, resultaran los más críticos de la codicia de Kirchner.

“L’ordine nuovo”. Hoy resultaría imposible un asalto social al estilo de Lenin-Stalin o Mao en países medianamente evolucionados porque cada generación es menos crédula que la anterior. Así como las iglesias son menos concurridas, lo mismo sucede con las ideologías apasionadas. Incluso el populismo, infinitamente menos transformador y un fenómeno casi incomparable, resulta menos practicable en la Argentina que en países menos burgueses como Bolivia o Venezuela. Ese quizá fue el vicio genético del modelo kirchnerista.
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“Hegemone” era el comandante del ejército en Grecia. La política argentina dejó de ser un ejército. Kirchner tendrá que acostumbrarse a dejar de ser un comandante.