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Hijos de este fútbol

Es impune Lunati. Y lo sabe como sabe todo lo que le conviene al establishment que lo contiene. El Colegio de Arbitros ve lo que ve Grondona. Y si no, pregunta.

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Lunati se toma los genitales con placer adolescente o desafío solapado. Los ojos dan cuenta de la satisfacción que le provoca provocar, y la violenta emoción viaja a sus ojos como un tarro de helado fuera del alcance de un chico. Lunati sabe que él es del SADRA, que a su vez es de Marconi, que es de Grondona y finalmente de la tele. Presume bien Lunati. Nadie le dirá nada. Es parte del sistema. Pertenecer tiene sus privilegios. Por eso su mano en la entrepierna. Es impune Lunati. Y lo sabe como sabe todo lo que le conviene al establishment que lo contiene. Se envalentona Lunati. Ahora pone en fila a los periodistas, a los jugadores, a los técnicos y a los árbitros de otros países. Con su particular sentido de la virilidad hace una brochette. Los hombres de prensa no saben nada, no conocen el reglamento. Los actores, los de adentro y los de afuera de la cancha son unos vigilantes, carecen de códigos. No dice que escasean de moral, de ética, de calidad humana. Vigilantes sin código, eso son. Los jueces de otros países no existen. Los argentinos son los mejores. Y él con la mano con la que señala todo lo macho que es debe ser el mejor de los argentinos, porque si nadie le dice nada, será porque lo necesitan mucho. Caminando frente al público con su brazo en la posición de un péndulo que ha detenido su marcha, Lunati se erige en el mejor de América. ¡Bravo Lunati! Su particular franqueza lo lleva a confesar que a Bastía, ese quejoso, debía haberlo expulsado si hubiese aplicado el reglamento. Bien lo sabe Bastía, dice Lunati. Debe ser ese el momento en el que aflora la ignorancia de los periodistas. Clavado que alguno se equivocó y dijo que el árbitro no había aplicado el reglamento como correspondía. Como esto debe ser un error, porque los periodistas nada saben de las reglas, Lunati se convence de que hizo bien en, como confiesa, traicionar el reglamento. Los periodistas, en tanto, deberán repasar cuándo es corner, cuándo se cobra un penal, cómo se hace un lateral, qué es el offside. Y si superan todas esas dificultades, rendir un examen ante Lunati. Si un árbitro puede ofender al público, destratar a los jugadores, agredir de palabra a los técnicos, minimizar a los periodistas, debe tener razón, piensa Lunati. Ya sabrá Lunati cómo enfrentar a los jugadores después de su bravata. Cómo hacer para que no le exijan el mismo trato que le dispensó a Bastía, según él mismo lo cuenta. Tendrá claro cómo explicarle al equipo que pierda ante Racing con Bastía en la cancha, cuál es su original visión de las reglas.
Más problemas tendrá Pompei a la hora de relacionarse con sus colegas, los líneas. Al tiempo que su colega enseña cómo siendo árbitro de la gremial que festeja veinte años de carnerismo ilustrado se puede plantar cara ante quien sea, Pompei dice que no quiere trabajar más junto a Juan Carlos Rebollo. Pobre Rebollo: no señaló un offside de un jugador que estaba casi en la misma línea del penúltimo defensor y tampoco ayudó en una falta que, por la posición en la cancha, era de Pompei –el jugador de Arsenal que saltó delante del arquero– pero Pompei se la atribuye a Rebollo. Un error mínimo y otro que le endilga Pompei hacen de Rebollo un hombre en posición dudosa. Lunati, mientras se tomaba la medida de su virilidad con su propia mano, la que hace a una justicia no comprendida por ninguno de los ignorantes que lo juzgan, y Pompei con sus pares cantándole “porque es un buen compañero, fueron los hombres de la semana. Llevan en sus camisas la distinción del SADRA, sponsor de sí mismo, que anuncia sus 20 años de éxitos ininterrumpidos en la espalda de la camiseta. Grondona los mira con orgullo. Son dignos hijos de su fútbol. Muchachos de la tele, garantías latentes del sistema. El Colegio de Arbitros ve lo que ve Grondona. Y si no, pregunta. Lo único que alteró la paz tan particular del fútbol fue que Savino pareció que iba a dar un portazo. No por la estafa de la tele; no por el reparto de las migajas que les da la tele, no porque a san Lorenzo lo tienen, como a la mayoría de los clubes, jugando cualquier día a cualquier hora, no por el fixture fatto in casa –el de la televisión– que le aseguraba que en la sexta fecha estaría a varios puntos de Boca. A Savino le dieron máquina (hasta que enfrentó al patrón y sota del fútbol), con que San Lorenzo no tiene peso en la AFA. Eso sí que le disgustó. Y casi, casi, da un portazo nomás. Aunque lo va a pensar un poco. No sea cosa de que lo agarre Lunati, o lo vuelva a dirigir Pompei, con o sin Rebollo.