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Hipertrófico

Alegria de la muerte.  Un grupo de civiles armados defendiendo la sucursal de Walmart en Tucumán de posibles saqueos. Si estos son los buenos...
| La Gaceta de Tucuman

La condición humana tiene sus oscuridades. Vecinos que saquean a vecinos. Mejores alumnos de un colegio que también saquean. Hasta la presidenta de la comisión de seguridad de un barrio que ella misma fue a saquear. Las razones económicas explican solo una parte. Dejan afuera los saqueos de los hinchas de Boca en los alrededores del Obelisco el jueves último mientras festejaban, o el de los hinchas de Canucks de Vancouver, en Canadá, que arrasaron los comercios de su ciudad mientras protestaban por perder la final de hockey sobre hielo hace poco más de un año.

Vale recordar que algunos años antes el primer ministro canadiense de entonces, Paul Martin, había levantado su copa durante el discurso en el que celebraron que Vancouver hubiera resultado el mejor lugar del mundo para vivir en la encuesta realizada por la Economist Intelligence Unit (EIU), que clasifica 127 ciudades en términos de riesgo personal, infraestructura y disponibilidad de bienes y servicios.

Volvamos a la Argentina. La foto que acompaña esta columna nos dice mucho sobre el tema. Es del diario La Gaceta de Tucumán y retrata un grupo de civiles armados que defendía la sucursal de Walmart en Tucumán de posibles saqueos. El rostro de felicidad del de remera blanca que está adelante en el centro con un fusil de mira telescópica, apto para caza mayor, dice mucho de la alegría embriagante que produce la pulsión de muerte. Del goce sádico que nos habita, del placer que genera romper y que sólo la civilización nos hace domesticar.

Justificar todo en la necesidad no sólo es equivocado sino que no resuelve siquiera el problema de la necesidad. No todo es economía, no todo es infraestructura. Esa mirada materialista simplifica y reduce el problema al no prestar atención al valor de la cultura y de la superestructura incluso en la propia creación de bienes.

El titular de Techint, Paolo Rocca, se quejó el martes pasado por el “estado hipetrófico que llevó la presión impositiva del 21% al 38% y que salta al 42% cuando se suma el impuesto inflacionario, afectando la competitividad de las empresas”. Al día siguiente, Jorge Capitanich salió a responderle que gracias a todos esos impuestos es que se pueden sostener los subsidios a la inclusión social.

La verdadera discusión no es sobre el grado de la presión impositiva sino sobre si esos recursos se utilizan para lograr que los excluidos se integren definitivamente a la sociedad activa, mejorando la vida de toda la sociedad en su conjunto con su aporte laboral, o se destinan esos impuestos a formas crónicas de subsidios perpetuos para mantenerlos siempre asistidos. Si se invierte en infraestructura y en subsidiar actividades que luego serán económicamente autosustentables o solamente en resolver las necesidades del presente.

Se le atribuye a Axel Kicillof adornar el frente del Palacio de Hacienda con la leyenda “E2 = Economía x Estado” (tiene reminiscencias de la hermosa fórmula de Einstein E=mc2, la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado). No está nada mal que el Estado sume su propio motor al del mercado. Pero nuevamente el problema sería cultural si se apostara a consumir todo en el presente en lugar de equilibrar necesidades del presente con necesidades del futuro (como el Partido Comunista chino, de filosofía confuciana).
La humanidad dio un salto cuando su medio de vida pasó de la caza a la agricultura. Del vivir al día a la planificación del mañana. El saqueo se asocia con la caza. Un subsidio que no podrá ser sostenido en el futuro, en cierta forma, también.

Si solo hay presente no habrá civilización, sin importar los esfuerzos bien intencionados que se realicen desde la economía.