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Homenaje a Marianela Artigas

Por una mezcla de celos y burocracia, esta columna fue censurada en La Voz del Interior, aprovechando las vacaciones del editor de la página. El reemplazante no toleró que yo, desde PERFIL, denunciase el silenciamiento de la página cultural de La Gaceta de Tucumán y la caída de servicio del buscador web del diario cordobés.

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Por una mezcla de celos y burocracia, esta columna fue censurada en La Voz del Interior, aprovechando las vacaciones del editor de la página. El reemplazante no toleró que yo, desde PERFIL, denunciase el silenciamiento de la página cultural de La Gaceta de Tucumán y la caída de servicio del buscador web del diario cordobés.
Hace más de un año, con el comentario de un reportaje de La Voz del Interior al doctor Antonio Pedraza, cordobés y experto en accidentes, comencé a intervenir periódicamente en el tema del tránsito. Desde entonces, en las provincias y en la ciudad de Buenos Aires, se realizaron tibios avances, represivos y legislativos, que fueron desbordados por la realidad de un parque automotriz que crece al diez por ciento anual, y con una creciente potencia mecánica y un tonelaje que agravan su potencial de daño.
Las estadísticas oficiales, como las respuestas oficiales, son deplorables. Se sigue tomando como índice la cantidad de muertos en el lugar del accidente –son “apenas” ocho mil anuales–, desestimando las muertes ocurridas con posterioridad y los daños a la calidad de vida de víctimas y culpables que cada accidente provoca.
Nadie sabe cuántas muertes –y mucho menos cuánto daño a la calidad de vida de las víctimas– provocan las tan promocionadas y mimadas mascotas hogareñas. Probablemente no alcancen a un centenar. Pero asumiendo que fueran apenas doce, seguirían justificando el epigrama: la vida de un niño vale más que la de todos los perros de razas potencialmente asesinas, esos que ahora los imbéciles compran para agregar a sus cercos, tapias, enrejados, Pathfinders, Cherokees y Hummers como símbolo de la seguridad y el poder que tan volátiles se han vuelto en la convulsión neocapitalista.
Marianela Artigas, nacida en Rafaela, provincia de Santa Fe, en agosto de 2007 tenía un año de edad cuando un rottweiler le quitó la vida. Ese invierno la precedieron un niño de seis años en Bahía Blanca, otro de tres en Mar del Plata, y un bebé de tres meses que en Tucumán o en Santiago del Estero fue devorado en los brazos de su abuela. No todas estas noticias se publican en los diarios. Ahora, el intendente de Rafaela ha emitido una ordenanza que obliga a inscribir a los perros de razas peligrosas en un registro especial. Como las levemente incrementadas pruebas de alcoholemia y los proyectos de licencia de conductor nacional unificada y con puntaje, esta medida saludable nos lleva a decir, entre dos suspiros, “¡algo es algo!”, mientras pensamos que habría que hacer algo más radical que lo que radicales y peronistas y sus herederos macristas y carriosos parecen capaces de concebir.