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Ilusiones

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Las primeras tapas del PERFIL renacido a fin de 2005 hablan de la renuncia de un ministro por negarse a firmar sobreprecios, de la disputa entre una empresa española y un empresario patagónico por el manejo de las tragamonedas, de la inminente salida del ministro de Economía, de rumores sobre la salud del Presidente, de sospechas de corrupción en Santa Cruz, del costo de la Plaza del Sí. No hablan de economía, de la soja en alza y el riesgo-país en baja. Del crecimiento a tasas chinas que se leyó como la confirmación de la victoria de la política sobre la economía, de la Argentina sobre el mundo. Una victoria que no pedía explicaciones y desdeñaba la queja testimonial sobre las formas.

Hoy que hace cuatro años que no crecemos, y que apenas preservamos el empleo con barreras transitorias al comercio y al ahorro y endeudamiento de emergencia, vemos el fantasma de un futuro posible en el lento derrape brasileño. Y tenemos la ilusión de que hubo un antes y un después, cuando probablemente lo único que cambió fue la economía.

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Crecimos, y después crecimos menos, y después nos estancamos. Distribuimos el ingreso corriente, a veces bien, como con la universalización de beneficios; a veces mal, como con la profundización de los subsidios tarifarios. Y después distribuimos el ingreso futuro, desahorrando y reendeudándonos. Hoy el Estado gasta más de lo que recauda, y ese gasto probablemente suba como proporción del producto: las jubilaciones, con el envejecimiento de la población; las asignaciones, si queremos universalizarlas o si cae el empleo. Del déficit sólo se sale creciendo.  
Invertimos poco en infraestructura y se nota: una parte importante de la desigualdad geográfica de economías regionales postergadas se explica por el encarecimiento del transporte y la logística. Para abusar de una analogía remisera, le pusimos kilómetros al Logan sin hacerle mantenimiento y ahora nos deja de a pie un día cada dos por tres. Y confundimos producción con renta, ahogando la producción.

El primer año del nuevo PERFIL fue quizás el mejor de la post convertibilidad. Suficientemente bueno para que nos ganara el triunfalismo y confundiéramos coincidencia con causalidad. Como en 1992, cuando confundimos el plan Brady (y sus consecuencias: el bonista emergente y el sobreendeudamiento) con un modelo económico sustentable y exportable.
No estábamos tan bien entonces, ni estamos tan mal ahora. El desafío es el mismo: adueñarnos de nuestro porvenir. Mirar hacia atrás nos ayuda a mirar hacia adelante sin perder la perspectiva.

 

*Economista y escritor.