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Inflación: de eso no se habla

Martín Redrado no es un mártir. Tanto desde su sitial en el Banco Central como en los anteriores en los demás gobiernos y lugares de alta exposición pública, nunca fue un personaje de polemizar ni de ir contra la corriente. ¿Por qué lanzó semejante misil a la línea de flotación del poder K?

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Martín Redrado no es un mártir. Tanto desde su sitial en el Banco Central como en los anteriores en los demás gobiernos y lugares de alta exposición pública, nunca fue un personaje de polemizar ni de ir contra la corriente. ¿Por qué lanzó semejante misil a la línea de flotación del poder K? Hablar sobre lo que todos saben pero nadie dice, la inflación, puede obedecer a dos causas: tirar un globo de ensayo para catalizar el súbito rapto de realismo que aqueja hoy al Gobierno, o marcar diferencias con la conducción económica oficial, en momentos en que hay un intento de la senadora Fernández de augurar nuevos vientos. Lo que en la calle se dice eyectarse a tiempo.
Otra alternativa, incompatible con las habilidades del funcionario, es que todo haya sido un simple exabrupto, amplificado y distorsionado por la prensa, siempre al acecho de los infortunios gubernamentales. Ciencia ficción.
En el cónclave organizado en Londres por la revista especializada Euromoney, la máxima autoridad monetaria de la Argentina enfatizó la amenaza de una inflación creciente, alimentada por la particular coyuntura del mercado financiero y de commodities internacionales. Explicó a los neófitos la particularidad de las exportaciones argentinas, en bienes de fuerte consumo interno en las capas populares, y lanzó una advertencia: un control eficaz de la inflación deberá coordinar los esfuerzos macroeconómicos en políticas fiscales, monetarios y salariales para compatibilizarlos en un mismo resultado a largo plazo. ¡Eureka!
La inflación no es un tema menor para un país con los antecedentes de la Argentina. Raúl Alfonsín, en las híper versión ‘85 y ‘89, Carlos Saúl I, en el ‘90 y el rebrote del ‘91, lo atestiguan. Pero ahora, con una economía en recuperación y expansión por más de 5 años, con el desempleo cayendo a un dígito y el agotamiento del modelo basado en aprovechar la capacidad ociosa de producción, la variable de ajuste son los precios. Los acuerdos primero, los controles después y la intervención de facto en el INDEC, como última medida, contuvieron el índice oficial al tiempo que destruían su credibilidad. Durante enero-julio de 2006, el IPC de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires aumentó 6% (10,5% anualizado) contra 4,8% del mismo indicador en el interior (8,3% anual). Pero en lo que va del año, la diferencia se amplió: 5% (8,8% anual) contra 9,8% (17,4% anualizado). El colchón de superávit gemelos de los que echó mano la administración K desde un inicio se va erosionando. El excedente fiscal financiero, que llegó a representar 2,7% del PBI, casi desaparecería si se considera el de 2008. La política de contención del tipo de cambio, ahora está pasando facturas. El éxito de mantener el dólar a un valor que rondaba los $ 3,10, mientras se devaluaba en el mundo y en la región, no se hizo contra superávit primario, clave para no generar presiones inflacionarias.
La política de ingresos, que le dio letra a las controvertidas decisiones de subsidiar el transporte público, la explotación y generación de energía, la comercialización de alimentos; además de los lógicos puntos negros en la contabilidad oficial, ya le está costando casi 1,5% del PBI al Tesoro, y también amenaza con fagocitarse parte del decreciente superávit comercial. El sinceramiento de las tarifas públicas, pero en particular de las energéticas. El precio del gasoil sin impuestos es entre 2 y 3 veces más barato que en los países vecinos. En la electricidad la brecha va entre el 50%, y el 500%. En el caso del gas, la diferencia se amplía: entre 4 y 20 veces más caro en la región que en casa. A esto se suman las enormes diferencias internas en el precio entre provincias, o en el caso del gas, de los distintos servicios.
Sería utópico pensar que semejantes distorsiones no incidirán en el equilibrio del sector y en la corriente inversora privada, por más contabilidad creativa que se aplique. El rigor climático en invierno y en verano termina por desnudar el delicado equilibrio. ¿Será materia pendiente para que el nuevo mandatario decida o un ítem más del shock de realismo que se aplicaría entre noviembre y diciembre, de triunfar la señora de Kirchner?
Los pasos de los últimos días denotan una intención: corregir el rumbo de los últimos años. Que se transparente la preocupación por la aceleración inflacionaria es un punto a favor, como asumir que las alteraciones en los mercados internacionales no son nubes pasajeras sino la manifestación de cambios estructurales que, paradójicamente, soplan a favor. Pero que exige decisiones alineadas con este nuevo escenario y no parches para ir tirando.
Por más dolorosa e impopular que sea, cualquier política que navegue a favor de las tendencias será mucho más llevadera que el choque inapelable contra la pared de los mercados.