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Macri necesita otras fuentes de legitimación que la sociedad sienta como triunfos propios.

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VACACIONES EN RUSIA, Mauricio Macri. | DIBUJO: PABLO TEMES

Recapitulando: la crisis de 2001 iba a producir un cambio profundo para la estructura política argentina con el paso a segundo plano de los partidos políticos del siglo XX: el peronismo y el radicalismo.

En aquellos días tórridos, un grupo de empresarios comenzaría a organizarse a fin de ofrecer una alternativa política a los argentinos, en un futuro incierto. Varias fundaciones y think tanks serían los vehículos en los años subsiguientes para construir la “nueva política”. Nombres como Grupo Sophia, G25 y Pensar, entre otros, comenzarían a circular en bambalinas. Las ONG permitirían reunir recursos, fortalecer los vínculos con empresarios, acercar profesionales y comenzar a formular planes para resolver cuestiones específicas. El vínculo con los CEO, lejos de ser una novedad, está en la génesis del macrismo.

En los 90, Carlos Menem había inaugurado la tónica de lanzar famosos a la arena política, que había resultado auspiciosa con Carlos Reutemann y Daniel Scioli. Por su parte, Mauricio Macri, cuyo apellido debía su reconocimiento en un pequeño círculo a la actividad empresarial de su padre, elige un camino poco común en aquellos días: transformarse en alguien conocido como dirigente de fútbol. De esa forma, logra ser presidente de Boca Juniors desde 1995, obteniendo diversos campeonatos de la mano de Carlos Bianchi.

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Para 2003 el país parecía ir en sincronía con los gobiernos de la región, con el ascenso de Néstor Kirchner a la presidencia de la mano de Eduardo Duhalde, pero, lejos de una recomposición del peronismo, implicaría el surgimiento de su potencial enterrador. En la Ciudad de Buenos Aires, sus ciudadanos todavía apoyaban a un centroizquierda no peronista con el aliancista Aníbal Ibarra. Sin embargo, a fines de 2004 se produce el incendio de Cromañón, y juntamente con el juicio político a Ibarra los porteños rompían su carnet de adhesión al progresismo, y en 2005, mientras Cristina Fernández de Kirchner vencía a Chiche Duhalde en la provincia de Buenos Aires, el PRO ganaba la elección de medio término en la Ciudad de Buenos Aires con el 34% de los votos y quedaba segundo el ARI de Elisa Carrió con el 22%.

Curiosamente, el incipiente macrismo adoptaría la estrategia del Frente Amplio uruguayo: gobernar la Capital para luego lanzarse a la escena nacional. En 2007, mientras el país asistía al fervor kirchnerista con el triunfo de Cristina, la Ciudad plantaba la bandera amarilla con el triunfo de Macri ante Daniel Filmus en el ballottage. Lejos de los grandes discursos clásicos de la política del siglo XX, la nueva formación en el gobierno comienza a orientarse a resolver problemas concretos como las inundaciones y, de paso, prestar contención al creciente antikirchnerismo. Hábil con los tiempos, Macri evita la presión para presentarse en las presidenciales de 2011 y es reelecto en la Ciudad, pero en 2015 la situación era notablemente distinta; los conflictos dentro del kirchnerismo y el agotamiento de la política económica se podían ver como una oportunidad única, y lo fue.


Incógnitas. Hoy día, en pleno  gobierno de Mauricio Macri, vuelve a surgir la pregunta de cuál es el proyecto para el país que configura el macrismo, con sus CEO, su formación en colegios y universidades de élite, con sus lógicas y discursos distantes de la política tradicional. El proyecto es un neodesarrollismo como se planteó en algún momento, con una industrialización selectiva en áreas agroalimentarias, o tal vez es un neoliberalismo tardío, como

pregonan sus críticos, con una nueva ola de privatizaciones y desregulaciones, para finalizar la tarea de los 90 y desandar el tránsito de los gobiernos K. Sin embargo, la pregunta de fondo es cuál es el camino que propone la nueva élite para la reducción de la pobreza a la que Macri hace permanente referencia.

 En los primeros dos años de gobierno, Mauricio Macri buscó abiertamente construir una alianza con los sectores del campo, con la fuerte devaluación y quita de retenciones. También esperaba una rápida respuesta de los sectores industriales, como diciendo “este también es su gobierno, inviertan”. A lo Pugliese, en 2016 todos al unísono le respondieron con el bolsillo, actualizando los precios en forma convergente con la devaluación, lo que además generó una nueva regla, donde toda devaluación pasa a precios, generando la incógnita de cómo cambiar una estructura de precios cara en dólares, como lo certifican los millones de argentinos que viajaron al exterior en 2017 y en lo que va del primer mes de 2018.


Adiós al pragmatismo. Macri planteó, el 30 de octubre de 2017, su plan de “reformismo permanente”, con cambios en los sistemas impositivo, previsional y laboral, entre otros. Esta es una hoja de ruta que apunta a abandonar el pragmatismo de los dos primeros años de gobierno, mostrando por primera vez el proyecto para el cual se reunieron aquellos hombres y mujeres post 2001. Sin lugar a dudas, la finalidad manifiesta es dejar atrás “el experimento populista”, como expresó el Presidente este jueves 25 de enero en la sesión plenaria del encuentro del Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza.

Como era esperable, estos cambios encuentran resistencia en diversos sectores directa o indirectamente afectados, pero lo gravoso es que también son rechazados por parte de la base electoral de Cambiemos, situación que comienza a erosionar la imagen presidencial. Qué pasa si parte de ese experimento populista fuera valorado por una parte importante de la población, que no acuerda con políticas como la privatización de Transener, la venta de activos del Estado, la vía libre a la conformación de nuevos monopolios en áreas relevantes (como el suministro de internet) o la liberalización de las relaciones laborales. ¿Encontrarán estos sectores otros espacios donde depositar su voto en 2019?

Por todo esto es que en esta nueva etapa el Gobierno necesita otras fuentes de legitimación que vayan más allá de la “pesadilla kirchnerista” o de la cárcel para los popes sindicales. Seguir pidiendo la restricción de sus consumos a la clase media va a ser cada día más dificultoso sin mostrar resultados económicos, como la baja consistente de la inflación o el crecimiento genuino de la economía. También multiplicará el costo de los escándalos políticos como el que tuvo como protagonista al ministro de Trabajo, y de otros que casi en forma inevitable sobrevendrán.


*Sociólogo (@cfdeangelis).