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Juan, el nuevo caballero

Mi hermano Juan encontró una fórmula para salir del paso cuando algún autor le pregunta si la película que hizo o el poema que escribió le gusta.

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Mi hermano Juan encontró una fórmula para salir del paso cuando algún autor le pregunta si la película que hizo o el poema que escribió le gusta. Le dice: “Me sorprendiste”. Y la deja ahí. Cuando mi hermano dice que lo sorprendieron en realidad está diciendo que no le gustó. Hace poco se estrenó una obra de teatro que yo escribí y él le dijo a un amigo: “Mi hermano volvió a sorprenderme”. Hacia marzo de 1968 el que me sorprendió fue él, con su nacimiento. Hasta ese momento yo era el rey de la casa y él llegó para disputarme ese cetro. Debo haber sentido lo que los espectadores del teatro griego experimentaron cuando apareció por primera vez en escena el segundo actor. O la rareza de la primera persona que supo que se podía leer sin hacerlo en voz alta, leer para adentro.

Mi hermano Juan siempre ha sido una fuente de inspiración para mí. Disfruta de las cosas de la vida y no tiene ni un gramo de deseo de trascendencia social. También hace un culto de la amistad. Como Roberto Carlos –otro Rey–, él tiene un millón de amigos. Creo que yo empecé a escribir ensayos, sin saberlo, gracias a su compañía. Cuando éramos adolescentes, los pocos años que nos llevamos fueron centrales para que compartiéramos las mismas cosas. Nos compramos juntos los discos importados con olor a limón de Bob Dylan, Peter Hammill (el de la tapa con la cara afeitada por la mitad) y los de Led Zeppelin. Para que mi hermano entendiera una letra de Frank Zappa yo traduje por primera vez del inglés una canción hermosa de One Size Fits All. Con él fui también muchas veces a Obras a ver recitales. Charly y Spinetta juntos, la vuelta de Moris (recuerdo que Moris entró caminando hacia el escenario, desde atrás de nosotros, tocando su guitarra eléctrica). Desde donde vivíamos hasta Obras Sanitarias había que caminar un poco y tomarse el colectivo 15. De color verde. Sigue existiendo y haciendo el mismo recorrido. Después de los recitales estábamos tan arriba que cuando llegábamos a la casa de nuestros padres no podíamos dormir y nos quedábamos en la cocina hablando y conjeturando sobre lo que habíamos visto. Yo le decía: “¿Viste, Juan, que Moris entró desde atrás, en la dirección opuesta? Bueno, el rock siempre tiene que venir desde donde no lo esperás”.

Así ensayábamos. No tengo que fijarme en el Libro Gordo de Montaigne para saber qué dice el maestro sobre la lealtad. Para mí la lealtad es mi hermano Juan. Nadie la practica con tanto talento y precisión. En la obra que escribí y “lo sorprendió”, un personaje le dice a otro: “Espero que me sea concedido morir de acuerdo con lo que me corresponde en la escala biológica”. Es decir, que ningún ser querido más joven que yo muera antes de que me toque a mí. Supongo ahora que escribí eso pensando en mi hermano Juan. No podría estar en el mundo sin él.