COLUMNISTAS

Kintsugi

Por J.Fontevecchia | El kirchnerismotomó todas las grietas que nos separaron, desde unitarios y federales hasta hoy, para ampliar su rotura.

Thomas Piketty en su conferencia, el viernes.
| Pablo Cuarterolo

Kintsugi es el arte japonés de reparar objetos de cerámica rotos rellenando las fracturas con resina mezclada con oro o plata para enaltecer la zona dañada. No sólo para repararla, sino también para hacerla más fuerte que la original. En vez de ocultar las grietas escondiendo señales de fragilidad, el kintsugi resalta y acentúa las marcas de resiliencia. Asume que haber sobrevivido tras una rotura prueba que se trata de un objeto valioso, merecedor de haber invertido en su reconstrucción. Para los japoneses, el objeto es más bello por haber estado roto, haciendo que piezas reparadas con kintsugi sean más costosas aun que las que siempre estuvieron sanas.

El 10% más rico pasa de concentrar el 50% de los bienes al 35% con Perón en los años 40 y 50.

Asocio la grieta de la cerámica con nuestra grieta social, económica, política y mediática. Y al kintsugi, con el poder hacer que tantos desencuentros feroces acumulados por los argentinos en nuestra corta existencia, y nuestra posterior dedicación a continuar reconstruyendo una y otra vez desde diferentes tipos de escombros, sean una demostración de cuánto valor tiene para nosotros el país.

El kirchnerismo tomó todas las grietas que nos separaron, desde unitarios y federales hasta hoy, para ampliar su rotura. Quienes lo sucedan tendrán la oportunidad histórica de responder a la demanda de su época sellando la grieta tan fuertemente como para que el sellado dure para siempre, pero de forma tan evidente que impida olvidar que ya la rompimos.

En eso pensaba al escuchar la conferencia que dio Thomas Piketty el viernes, después de que almorzó con Kicillof y antes de reunirse con la Presidenta en Olivos, ayer. Este profesor autor de El capital del siglo XXI, el libro de la década según Paul Krugman, es a la economía lo que recientemente fue Julian Assange a la comunicación y al periodismo. Una especie de rock star mundial que se acaba de dar el lujo de rechazar la Legión de Honor de Francia, país donde dirige la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.

Que el título de su libro parafrasee al célebre El capital de Marx, publicado en 1867, contribuyó a que se convirtiera en el libro de economía más vendido de la historia en el primer año de su publicación y despertara polémicas en todo el mundo. Pero también le generó una resistencia frente a quienes –prejuiciosos– asumen que se trata de un libro diabólico y se pierden el placer de leerlo. Por ejemplo, el portal Infobae tituló: “Axel Kicillof recibirá al economista detractor del capitalismo, Thomas Piketty”.

Salvando las distancias, a Keynes también lo acusaron de marxista cuando buscaba mejorar el capitalismo y no destruirlo, como Marx. Piketty cree en el capitalismo, no discute su validez ni ataca al capitalismo como sistema para resolver menos violentamente las relaciones entre los seres humanos. Su libro combate la concentración del capital en pocas manos, pero no el crecimiento del capital privado en manos de muchos.

Nuestra grieta produce esa lectura sesgada: “Si almuerza con Kicillof”, o “si expone un gráfico mostrando que entre 2003 y 2010 mejoró la distribución de la renta en la Argentina, entonces no merece nuestra atención”. Pero Piketty realiza también críticas a lo hecho en economía durante los últimos años en Argentina, en otra buena demostración de que lo más grave de la grieta es que mientras ella no esté reparada no podremos pensar bien.

Un chiste económico –cuando todavía existía la Unión Soviética– decía que había cuatro tipos de sistemas: el mercado, el comunismo, Japón y Argentina. Colocando a Japón como extremo de creación de valor y a la Argentina como extremo de destrucción de valor. Quizás otra metáfora de kintsugi.

Piketty es optimista con los países emergentes, adhiriendo a la idea de la convergencia o el empalme de los países en vías de desarrollo con los desarrollados en las próximas décadas.

No está en su libro, pero vale mencionar que el Senado norteamericano encargó un estudio (llamado “Informe Boskin”) que midiese cómo el sistema contable del Producto bruto infraestima el crecimiento. Por ejemplo, WhatsApp, Google o Facebook, cuando hace pocos años todavía no obtenían resultados económicos, no sumaban nada en el crecimiento del producto bruto; sin embargo, mejoraban la vida de las personas. Desde esa perspectiva, el producto bruto de Estados Unidos entre 1990 y 2012 habría crecido al 2,6% anual y no al 1,5% como indican las estadísticas oficiales.
Y se podría decir que la digitalización reinventa la invención. A comienzos del siglo XX, las innovaciones (el automóvil, por ejemplo) durante un largo período beneficiaban sólo a quienes podían pagarlas; hoy, muchas son gratuitas y benefician a todos inmediatamente. Bienes que pueden ser copiados a costo ínfimo, o impresoras 3D que los fabriquen personalmente. Esos aumentos de bienestar humano no los mide el producto bruto.

Pero Piketty no se conforma con ese optimismo, donde el progreso económico genera progreso social, y propone un sistema mixto de propiedad del Estado y propiedad privada. En ese punto quizás coincida con las viejas consignas peronistas del mundo bipolar: “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”. Aunque su modelo más cercano se puede encontrar en los países escandinavos.

Hay que juntar justicia social con institucionalismo democrático para crecer más.

A su manera, Piketty también propone una forma de kintsugi para reparar la grieta entre los ricos cada vez más ricos y los demás, que se viene produciendo en los países más desarrollados por causas que documenta con estadísticas, como nadie ha hecho hasta el presente. Sus pronósticos son discutibles, y mucho más sus recetas, pero sería una lástima que lectores que aborrecen el kirchnerismo se pierdan de leer a Piketty por preconceptos.

También sería una lástima desperdiciar a partir de 2016 lo que el kirchnerismo nos enseñó que no hay que hacer. O sea, ampliar más la grieta, dividir, romper, no reparar, rechazar la síntesis confundiendo equilibrio con tibieza. Hace falta coraje también para unir.