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La agenda oculta

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En estos días se lleva adelante un intenso debate en España sobre Podemos, la nueva agrupación surgida tras la crisis económica y que lidera las encuestas electorales. La emergencia de este nuevo actor político provoca un terremoto sobre una democracia sostenida en la alternancia entre el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Una acusación inquietante, que se le ha realizado a Podemos es que tendría una agenda oculta que llevaría adelante si ganara las elecciones. Es decir un plan de gobierno debidamente disimulado, que pocos dirigentes conocerían. Puede ser que la finalidad de esta interpelación sea desacreditar a la agrupación, pero también es cierto que Podemos inevitablemente tendrá que responder sobre sus planes.

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Esta inquietud, la existencia de una agenda oculta, podría ser perfectamente pensable en la Argentina actual. Los tres principales candidatos a las presidencia del 2015 (Massa, Scioli y Macri) poco han expresado sobre un posible plan de gobierno, o definiciones sobre las grandes dimensiones políticas, económicas y sociales que preocupan a los argentinos.

Si bien la “teoría de agenda oculta”, no está exenta de una versión conspirativa (hay que probar que existe), surge la pregunta sobre si puede leerse la historia democrática reciente bajo
esta clave.

En el retorno a la democracia en 1983, Raúl Alfonsín acusó al peronismo de ocultar un pacto militar-sindical, que incluiría la amnistía para los delitos cometidos durante la dictadura y fue uno de los motivos de la gran derrota justicialista en las urnas.

Carlos Menem, asumió en 1989 bajo una series de propuestas nacionalistas, y fue virando hacia el modelo neoliberal que finalmente impuso. La frase  que se le atribuye lo resume todo: “Si hubiese dicho lo que iba a hacer, nadie me votaba” que se puede complementar con la declaración del presidente español Mariano Rajoy: “He incumplido mis promesas, pero al menos creo que he cumplido con mi deber”.
De la Rúa planteó una campaña suficientemente general como para imaginar que meses después se bajarían los sueldos a los empleados públicos. El triunfo de Kirchner, por su lado, fue tan sorprendente, que pudo pedir la renovación de la Corte Suprema por cadena nacional, o subir las retenciones al agro. Nadie conocía a ciencia cierta estos planes.

El fin de los partidos políticos, como “correas de transmisión” entre la sociedad civil y la sociedad política, implica la supresión de las plataformas electorales, libritos tediosos, donde las agrupaciones políticas plasmaban sus medidas de gobierno. Se puede decir que estas promesas nunca se cumplirían, que toda la cuestión se reduce a un planteo totalmente naïf, o a un reclamo puramente formal, o que las propuestas son de los que nunca van a gobernar.

Ahora bien, cuando la respuesta principal a las preguntas sobre medidas concretas de gobierno se refugia en la ambigüedad de “vamos a hacer lo que la gente necesita”, no sólo se genera incertidumbre sobre las políticas principales del próximo gobierno, sino que después no hay sobre qué reclamar, no hay siquiera promesas a incumplir. 

Esta situación, fortalece a quienes creen que el Estado es simplemente una gerencia de los sectores más poderosos. También otorga una autonomía casi absoluta a sus gobiernos que no tienen que rendir cuenta por ninguna acción comprometida previamente. El gobernante tiene más facilidad de tomar decisiones drásticas, medidas impopulares o conceder privilegios a los lobbies. Desde este lugar, las burocracias estatales tienen más poder, dado que no hay presión para impulsar políticas determinadas.

Desentrañar la agenda oculta es sin duda una responsabilidad de los ciudadanos, que en general no tienen los elementos, la información o simplemente el interés de decodificarla. Pero también una actividad esperable del periodismo en la era de la mudanza de la política al set televisivo.

*Sociólogo y analista político.