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La ancha avenida Pichetto

CP27 Marcelo Escayola
EFECTO. Para el autor, la figura del senador implica una apertura del PRO hacia los consensos. | CEDOC PERFIL

El huevo o la gallina. ¿La política configura a la economía o al revés? Esta extensa campaña electoral trajo el viejo problema de la dependencia entre ambos mundos en los nombres para las fórmulas presidenciales que supuestamente influirían en la mirada económica. Si Alberto Fernández, nominalmente cabeza del binomio presidencial del Frente de Todos, representaba la ductilidad y la negociación para el imaginario del kirchnerismo de paladar negro, la elección de Miguel Pichetto como coequiper de Mauricio Macri también llena los casilleros vacíos que el oficialismo no supo construir en cuatro años de administración. Algo que “los mercados” rápidamente votaron por la afirmativa, con mejoras en todos los indicadores financieros pero que es insostenible en el tiempo.
Las encuestas y las sucesivas elecciones provinciales nada favorables para Cambiemos y la dilución de Alternativa Federal anticiparon el ritmo de las elecciones. Quizás ahora se apuesta todo a la primera vuelta, bajo el temor de que no haya segunda vuelta, como el viejo jingle camporista del 73. Tanto que también la elección del senador rionegrino puede entenderse como un mensaje al universo económico, que va más allá de las pantallas de Wall Street. Ya los gurús cercanos al Gobierno habían advertido que aun ganando las elecciones nada bueno ocurriría luego del 11 de diciembre si solo se concentraba la energía política en la concreción del “plan llegar”. La razón es simple: sin un diagnóstico certero, toda política tirará a la basura hasta la más exitosa campaña electoral.  Y lo que parece estar detrás de la figura de Pichetto en su nuevo rol es que de los globos y los bailes se pasará al reseteo por consenso.
Argentina padece una inflación sistemática y estructural que se viene prolongando en el tiempo desde hace medio siglo, al menos. No hay otro país en el mundo que haya sufrido esa patología económica con su consabida destrucción de la moneda, disminución de la capacidad de ahorro, alteración de los precios relativos, eliminación de los contratos de largo plazo y, fundamentalmente, congelamiento de la inversión como motor del crecimiento. La destrucción de empleos como consecuencia de la caída de la capitalización y las crisis recurrentes arrojó la aparición de una pobreza estructural que eliminó la característica de oasis social al caso argentino: un país con una fuerte clase media.
Revertir esa tendencia de fracaso de las políticas económicas parece haber sido el norte elegido para el próximo oficialismo por el actual. Pero lograrlo con las restricciones de financiamiento y vencimientos de deuda inminentes requiere de poder alcanzar acuerdos de gobierno. O sea, hacer política negociando y buscando intereses comunes aun con los que están del otro lado de la grieta que divide la calle. Convencer a los gobernadores de que ellos también deberán aportar para encontrar los equilibrios necesarios. Asumir que de nada sirve una victoria electoral si no se tiene con qué poner en marcha las promesas. Al fin y al cabo, la ancha avenida del medio deberá repoblarse, en los hechos, con dirigentes que votarán con los pies bajo el credo del pragmatismo. Empezando por el propio presidente, uno u otro.