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La austeridad pone en jaque al proyecto europeo

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Los lugares comunes de la corrección política son parte inescindible de la diplomacia internacional. Desde múltiples ámbitos se viene apelando a la necesidad de que la Unión Europea renueve un proyecto común a fuerza de encontrar y consolidar liderazgos, recuperar el crecimiento económico y recomponer la muy debilitada solidaridad entre sus miembros.

Pero la realidad es que nadie encuentra el camino para llevar a la práctica esas valorables consignas globales. La mayoría de los países del bloque viene exhibiendo un crecimiento económico tan pausado y tibio que no conforma a nadie; la fragmentación política crece a diario; el drama de los refugiados no encuentra respuestas comunes, mientras actos de terrorismo y episodios violentos atemorizan a las sociedades.

En ese escenario fuerzas políticas de orientación xenófoba y conservadora se abren paso en comunidades que comenzaron a buscar respuestas en ámbitos alejados de la política tradicional.

El crecimiento de los países de la Eurozona en los últimos tres años osciló entre un decepcionante 0% y el 2%, mientras que en los dos primeros trimestres de este ejercicio apenas superó el 1,5% en términos interanuales. El Brexit, aun cuando su concreción demandará cierto tiempo, agrega pronósticos sombríos para el desenvolvimiento económico del continente y también de Gran Bretaña.

 La tasa de desempleo de la Eurozona, superior al 10%, está entre las más altas del mundo si se exceptúa a países africanos. Hay extremos alarmantes como Grecia, con más de 24%, o España, con casi 20%. Más serio aún es el panorama de la desocupación juvenil. Más que se duplica en la Eurozona y alcanza índices de alto riesgo en España, con 44%, Grecia, 50%, Italia, 37%, Portugal, 30% y Francia, 24%.

Los jóvenes sienten que su futuro es desolador. No logran acceder a un empleo de calidad y menos aún a la promesa de una vivienda propia. Son emergentes de una sociedad desahuciada y que siente que las respuestas convencionales no la conforman.

Cumbres y encuentros que se suceden en busca de enfrentar esta crisis de identidad suelen correr hacia rincones marginales el debate sobre cuestiones de fondo. Son, claro, los asuntos más incómodos: las políticas de austeridad con que gobiernos y organismos multilaterales abruman a sus sociedades, años de estrategias de valorización financiera que postergaron avances en la economía real y una clara desatención por generar políticas de inclusión e integración social.

Los líderes europeos se cruzaron con un mensaje rotundo cuando le entregaron meses atrás el Premio Carlomagno al papa Francisco. “Si queremos entender nuestra sociedad de un modo diferente, necesitamos crear trabajo digno y bien remunerado, especialmente para los jóvenes”, los conminó el Pontífice. El aplauso que recibió sonó casi como una irónica letanía.

¿Hay perspectivas de generar empleo en países donde la economía no levanta vuelo? ¿Cómo enfrentar el riesgo de un ratio entre deuda y PBI que en muchas naciones europeas se acerca o supera el 100%? ¿Es posible desarrollar políticas de inclusión cuando ni siquiera hay estrategias coherentes para atender el fenómeno migratorio?

Los ajustes ortodoxos han dejado en evidencia su agotamiento. Pero a la vez Europa tomó conciencia de que el polo de poder económico se está trasladando del Atlántico al Pacífico y que por lo tanto su influencia en el concierto global tenderá a debilitarse. Más aún si la unidad sigue resquebrajada y amenazada por fuerzas rupturistas.

El desafío de reconstituir el liderazgo europeo es también el desafío de poner más atención en la economía real. Cómo estimular la producción, la inversión, la creación de empleo y la distribución del ingreso es el eje de un debate en el que Europa jugará su destino común.

*Periodista. Abogado. Miembro de la Fundación Embajada Abierta.