COLUMNISTAS

La caída de Occidente

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El asesinato de 12 personas de la redacción de una revista humorística francesa es sólo un punto más en el proceso de máxima diferenciación de las políticas de sentido. Aquello que llamamos la civilización de Occidente ha construido el mito de sí mismo en un proceso evolutivo que dura varios siglos, arrogándose una especie de superioridad principista por elegir las formas de gobierno representativas propias de las antiguas democracias atenienses y los valores de la libertad de opinión y expresión. Su pluralismo político y religioso es la vía que ha encontrado el capital para su reproducción acelerada desde las perspectivas financieras y productivas, y supone, en el fondo, una creencia de que no hay otro paraíso posible que la Tierra. Dentro de ese marco, el universo que ahora se elige mayoritariamente como musulmán ha servido como fuente básica de materias primas de origen fósil y como proveedor de mano de obra barata para la expansión del capitalismo europeo; por exportar su economía como valor, el Occidente europeo se ha importado un problema, porque la fe apuesta todo al sentido de una verdad suprema, que cuanto menos expresión y representación tiene, más se propone como incontrastable. Es curioso que algunos exponentes de esa perspectiva religiosa se vuelvan flamígeros y no toleren un atisbo de broma o de crítica, dando la vida por obtener el respeto máximo a un ser que se supone clarividente y todopoderoso y que no precisaría entonces de ningún auxilio de nuestra especie. Oriente y Occidente perdieron mucho cuando abdicaron del paciente politeísmo y optaron por un dios único. Su consecuencia no es el único conflicto que nos espera. Aplicada, la fe es una forma poderosa de la política; es previsible que, demográficamente, Europa termine siendo o vuelva a ser musulmana, y que la medialuna se agite en el futuro en el Vaticano. Luego, el mundo será de los chinos, si es que ya no lo está siendo.