COLUMNISTAS

La cana y la historia

Por qué negarlo: tiene unos ojos filosos, bravísimos. Por qué ocultarlo: es una clásica serpiente, o una típica acuariana, todo depende de que el horóscopo sea o no sea chino.

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“¡Araca la cana! Ya estoy engriyao...
Un par de ojos negros
me han engayolao.
Ojazos profundos, oscuros y bravos,
tajantes y fieros hieren al mirar,
con brillos de acero que van a matar.
De miedo al mirarlos
el cuor me ha fayao.
¡Araca la cana! ya estoy engriyao.”

(Del tango Araca la cana, con letra de Mario Rada y música de Enrique Delfino.)

Por qué negarlo: tiene unos ojos filosos, bravísimos. Por qué ocultarlo: es una clásica serpiente, o una típica acuariana, todo depende de que el horóscopo sea o no sea chino. Lo cierto es que, el martes 19, Cristina Fernández de Kirchner cumplió 55 años y decidió festejarlos en el Rosedal de Palermo, aunque no de picnic. Bajo un sol abrasador, estaban por dar las 11.30 en todo el territorio nacional (menos en San Luis) cuando esa mirada de acero pareció a punto de oxidarse ante el grito de una impresionante formación policial:
—¡¡¡Bue-nos-dí-as-se-ño-ra-Pre-si-den-ta!!! –lograron articular los uniformados, tras un ensayo in situ que había empezado dos horas antes.
Para eso estaba ahí la Señora, firme, de chaqueta color crudo sobre remera y pantalones negros, junto al ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Aníbal Fernández: para exhibirse como “comandanta en jefa” de la Policía Federal, justo en uno de los más vistosos paseos porteños. Justo cuando la pelea entre Mauricio Macri y la Casa Rosada por el traspaso de la Federal estaba en su cenit mediático. Justo cuando Eduardo Duhalde desparramaba por todos lados que ella “no está preparada para gobernar” y que hoy todo funciona con “doble comando”. Fue la primera vez que CFK habló de la inseguridad. Como para no hacerlo, mientras le daba la bienvenida a 400 nuevos agentes y entregaba 320 patrulleros, 120 motos, 26 cuatriciclos, 3 camiones para la prevención de explosivos y otros 3 con grupos electrógenos, todos 0 Km. ¿Para qué más podría servir semejante equipamiento de refuerzo?
(Macri ni siquiera fue invitado para la foto. Uno de sus ministros intentó romper el hielo con una ironía:
—Parece que nos van a dar una policía bien equipada, che.
No fue considerado un chiste PRO.)
En casi todas sus apariciones públicas desde la campaña electoral para acá, Cristina suele poner mucho énfasis en que a ella le tocará ser la Presidenta del Bicentenario. De hecho, y si todo sigue viento en popa, el 25 de mayo de 2010 la encontrará sentada en el sillón de Rivadavia. Habrá que ver, sin embargo, de qué se trata la “segunda emancipación de la Patria” que asegura encarnar junto a su esposo. Porque, a 200 años de la Revolución de Mayo, tal vez sería bueno ir llegando a la conclusión de que en todo este tiempo, la dirigencia política argentina estuvo más entretenida en sus disputas por el poder que en el diseño consensuado de un proyecto efectivo y duradero de país.
Palabras bellas hubo siempre. Y casi siempre los hechos fueron en otra dirección. El 11 de junio de 1810, Cornelio Saavedra y Mariano Moreno firmaron juntos un bando que decía: “La seguridad individual es el primer premio que recibe el hombre que renuncia a sus derechos naturales para vivir en sociedad; mengua el honor del Gobierno cuando no están seguros los que viven bajo su protección”. En pos de esos principios se destituyeron alcaldes de barrio y se entró en un proceso que concluyó en el refuerzo de los pertrechos policiales con 80 machetes, 20 carabinas y 60 trabucos y pistolas. Moreno no llegó vivo a ese acto público, antepasado, si se quiere, del acto del martes en el Rosedal: su interna con Saavedra reduce al tamaño de un poroto la actual interna peronista.
(Primera Junta. Partido Justicialista. ¿Estaremos condenados a las peleas por la sigla PJ?)
Diez años después de aquella proclama del presidente y el secretario de la Junta, ya había señales innegables de nuestro fracaso en materia de seguridad, que es crónico. O anacrónico. En la edición Nº 60 de La Gazeta de Buenos Ayres pudo leerse en marzo de 1820: “Sabida cosa es que los homicidios y robos se han aumentado, que ya deben fijar la atención de la justicia y perseguirse con toda la severidad de las leyes. Sabido es también que el clamor general es de que en vano se remiten los facinerosos que la infestan a las cárceles de la ciudad y a disposición de los jueces ordinarios, porque no son jamás condenados; son puestos inmediatamente o a la larga en libertad. ¿En qué consiste esta perjudicial impunidad? ¿Será en la indolencia y poco celo de los jueces ordinarios?”
Faltaba más de un siglo para que Juan Carlos Blumberg o Luis Patti o Mauricio Macri nacieran. ¿La Gazeta... sería de derecha?
Los jueces fueron facultados para aplicar hasta 50 azotes a los delincuentes. El encargado de la Policía de la Ciudad en 1820 se llamaba Miguel de Mármol Ibarrola, quien atendía en su casa de Belgrano y Defensa. Hubo que esperar hasta 1823 para que la fuerza tuviera su primer edificio central propio, pegado al Cabildo y al mando de otro jefe: Joaquín de Achával, hombre de confianza del gobernador Martín Rodríguez y de su súper ministro, Bernardino Rivadavia, quien poco después, ya presidente, le regalaría su apellido al sillón que hoy ocupa Cristina. Achával había nacido en Charcas: era boliviano. Y una de sus primeras misiones fue la de intervenir y organizar las colectividades de afroargentinos que se expandían desde el barrio de Montserrat, también llamado Barrio Tambor (por los frecuentes candombes) o Barrio Mondongo (porque los negros se agolpaban frente a los mataderos de la zona, donde les regalaban las vísceras vacunas para su alimentación). Fue Achával quien usó por primera vez la figura de un gallo para identificar a la fuerza, en un sello oficial de bronce.
Es el mismo sello por cuyo manejo pelean a diario –y por la radio, dos siglos después– los ministros de Don Mauricio y los laderos de Doña Cristina.
Araca es una voz lunfarda que indica alerta, cuidado. ¡Araca la historia, muchachos! Que mientras ustedes se pelean, nos devoran los de la puerta para afuera.