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La casa del fuego

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Atiéndame bien, señora, que le voy a dar una receta sensacional para hacer torta de limón: fácil, rápida y perfecta. Nunca se arruina. Ay, caramba, creo que me confundí de sección. ¡Cómo! ¿Este no es el suplemento gourmet? ¿No? Qué lástima. Porque le aseguro que mis recetas valen la pena y que la de la torta de limón es excepcional. No se trata de nada fuera de este mundo, no: es una torta casera como la que podría hacerle su mamá, sabrosa e ideal para tomar el té a las cinco como corresponde o a las seis si a las cinco usted todavía está en la oficina o en el colegio o en donde usted trabaje. A cualquier hora. No con el desayuno: con el desayuno preferible que nada dulce y todo saladito, tostadas con manteca, un sanguchito de jamón cocido y queso cremoso, panes integrales, un huevo pasado por agua. No, no es que me haya dado por la cocina. La cocina es parte importante de mi vida, vea, le aseguro. Yo sostengo, como Alice Kyteler (Cf. Locas por la cocina, Buenos Aires, Biblos, 1997) que “el secreto [de las comidas ricas y nutritivas y sanas] está en ver la cocina como un lugar al que se entra con la misma emoción que al dormitorio, sabiendo que algo íntimo y maravilloso va a pasar ahí. La cocina no es el lugar del que nunca debimos haber salido: es el lugar al que entramos con el corazón ligero y la cintura llena de expectativas picantes”. ¿Por qué? Pues por una razón evidente: porque en la cocina hay calor. Puede ser molesto en enero, pero con abrir puertas y ventanas la molestia desaparece, y no hay duda de que es reconfortante en julio. La cocina sigue siendo “la casa del fuego”, como llamaban los normandos al sitio de puertas adentro en el que se encendía la lumbre y en donde se la cuidaba para que no se extinguiera, y se la ubicaba para que el humo saliera por la ventana, por el “ojo del viento” (window), que no era entonces más que un agujero en el techo provisto de hojas opuestas para encauzar las corrientes de aire. Sigue la cocina siendo la casa del fuego, pero ahora, haya azulejos y microondas, o un banquito de madera con un calentador arriba; una cocina electrónica y lavavajillas, o un horno de ladrillos y una pileta de fórmica, haya lo que haya, cocinemos por placer y con placer. Y atención, no nos dejemos engañar por la tontería de los prejuicios.