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MOYANO QUIERE MaS

La construcción del poder

La pulseada del gremialista con los gobernantes va a tener nuevos capítulos. Cómo digerir desplantes y un sueño presidencial que sigue vivo.

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A los 67 años, Hugo Moyano es el sindicalista más poderoso de la historia argentina. Nadie logró semejante capacidad de movilización y organización. Fueron al pie de su convocatoria desde el gobernador Daniel Scioli (al único que mencionó con nombre y apellido) hasta las figuras de La Cámpora, pasando por el Gabinete nacional en pleno. Hoy solamente la presidenta Cristina Fernández de Kirchner podría generar un hecho político de dimensiones similares. La posibilidad de producir daño y paralizar la actividad económica del país sumada a su intuición estratégica colocan al líder de la CGT por encima de su admirado José Ignacio Rucci o de Lorenzo Miguel, quien llegó a darle algunos consejos. Hugo Moyano podría parafrasear a Mao Tse Tung y decir que el poder nace del camión y no del fusil. Es que supo leer el crecimiento geométrico que tuvo el transporte terrestre y la logística en todo el mundo. Eso lo convierte en el propietario de una fantástica red de venas y arterias por las que circulan la inmensa mayoría de las transacciones del cuerpo comercial argentino.

El peronismo es, entre otras cosas, el curso más acelerado de poder real que puede hacer un gremialista. Y Moyano tiene esa idea fija entre ceja y ceja. Todo lo que hace apunta a la construcción de un emporio económico, sindical y político. Tiene la convicción de que los trabajadores deben recuperar las pertenencias partidarias que les robaron los políticos. Con esa frontalidad lo planteó en varias oportunidades. Los camioneros lo idolatran porque jamás tuvieron los sueldos, los hoteles y los hospitales que disfrutan hoy. Nunca será digerido por las minorías marxistas porque rechaza la lucha de clases y porque es difícil que le perdonen su militancia juvenil en los grupos de la ultraderecha violenta del peronismo en Mar del Plata. Sin embargo, en su estado mayor participan cuadros con más ideología combativa que billetera, como Juan Carlos Schmid y Omar Plaini. Son los artífices de una alianza estratégica del moyanismo con expresiones sociales como el Movimiento Evita conducido por Emilio Pérsico, entre otros dirigentes que vienen de Montoneros. Ese maridaje que intenta no repetir la confrontación armada que en los 70 se saldaba con muertos, también explica el nacimiento de la estrella de Juan Facundo Moyano, el hijo que tiene a Rodolfo Puiggrós en la biblioteca y cita a Agustín Tosco, Rodolfo Walsh o al legendario programa parido en La Falda y Huerta Grande, donde abrevó la CGT de los Argentinos liderada por Raimundo Ongaro. Desde la tribuna, Moyano reinvindicó el coraje del primer paro contra la dictadura fogoneado por el Grupo de los 25, integrado por el gremio de camioneros. Como buen camionero, Moyano sabe equilibrar las cargas y conduce la central obrera con los más amplios y diversos sectores, como los que expresan Julio Piumatto, más cristinista que Cristina, u Omar Viviani (hoy en el Vaticano), el más ortodoxo hombre de acción y reacción, a la derecha de su pantalla, señora. En la imponente movilización obrera de ayer brillaron por su ausencia sus enemigos principales, los burócratas propatronales de bolsillos gordos como Oscar Lescano y Armando Cavallieri, que fueron, entre otros, el brazo disciplinador social que tuvo el menemismo. Ellos coparticiparon de la “fiesta” de los 90. Concebían el poder como Henry Kissinger como el último afrodisíaco. No se puede ocultar que el holding empresarial de Moyano es difícil de empardar. Moyanolandia, lo bautizó Graciela Ocaña. Tal vez ese sea su talón de Aquiles cuando tenga que rendir cuentas ante la Justicia por su patrimonio, la mafia de los medicamentos o su vinculación con Covelia, sólo por nombrar los rubros más emblemáticos. El gobernador salteño Juan Manuel Urtubey lo caracterizó como “piantavotos” y es cierto que en las encuestas su figura aparece entre las de mayor imagen negativa. Pero allí hay una mezcla de rechazos. Los que desde una mirada republicana repudian su actitud corporativa y patotera y los que, desde el gorilismo más rancio y clasista, lo discriminan por negro, sucio, feo y malo.

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En la relación con el oficialismo se viene una avenida de doble mano. Por un lado, la articulación del mediano y largo plazo en un posible Consejo Económico Social que Moyano y José Ignacio de Mendiguren quieren parecido al que funciona en España. Los muchachos moyanistas aspiran a discutir allí mucho más que precios y salarios. Lo dijo con todas las letras: la participación sindical en las ganancias empresarias y el manejo del delicado equilibrio entre honestidad y obras sociales. Por otro lado, la Presidenta quiere evitar los sobresaltos por la excesiva conflictividad gremial, sobre todo a 180 días de las elecciones. En su carta habló más de “ella y de él” que de la CGT a la que le recomendó “cuidar lo logrado en estos años”. Ya apuntó contra los petroleros de Santa Cruz que pueden arruinar el modelo, contra los que bloquean para tomar de rehenes a los usuarios y los bancarios fueron tratados muy duramente en el Ministerio de Trabajo.

La presidenta Cristina Fernández huyó hacia su lugar en el mundo con el irrefutable argumento del dolor a seis meses de la muerte de su compañero de toda la vida. Pero está claro que no quiso volver a tiempo para subirse al palco de Moyano. Todos entendieron que estaba mirando las encuestas. Cada día tiene intenciones más explícitas de seducir a la clase media para consolidar el triunfo electoral que todos vaticinan. Es la única manera de entender su reinvindicación de Tato Bores, un genio que siempre rechazó todo tipo de autoritarismo y del que la Presidenta no dudó en decir que hoy sería calificado como “ultra K”. Moyano deglutió el sapo del desplante y al día siguiente le pagó con la misma moneda: faltó al acto en la Casa Rosada. La pulseada con Cristina y con quién sea recién empieza. Moyano quiere ser presidente y que los trabajadores lleguen al poder. Se sueña a sí mismo como una mezcla de Jimmy Hoffa y Lula. Es el hecho maldito del kirchnerismo burgués. Es peronista, borgeanamente incorregible. En un camión que no tiene frenos.