COLUMNISTAS

La corrupción es un iceberg <br> (lo que se ve siempre es insignificante respecto de su real dimensión)

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Mañana se cumplen tres meses desde que, en el suplemento El Observador del 26 de noviembre de 2006, PERFIL denunció el primer caso de corrupción en el Gobierno de Kirchner que podría ser probado judicialmente.
El miércoles pasado el fiscal Carlos Stornelli solicitó al juez Guillermo Montenegro, ambos del fuero federal, que se investigue al ministro Julio De Vido, al secretario de Obras Públicas, José López (ex secretario de Desarrollo Urbano y Viviendas de Santa Cruz cuando Kirchner era gobernador), y al titular del Enargas, Fulvio Madaro (ex integrante de la Comisión Nacional de Comunicación de la Presidencia), por el supuesto cobro de coimas encuadrado bajo la figura de asociación ilícita, cohecho y fraude contra la administración pública, y entre las medidas de prueba pidió que se anexe la investigación del presuntamente intencional incendio de una oficina de la AFIP que guardaba información relacionada con este caso. Y el jueves pasado, el juez penal tributario Javier López Biscayart, que investigaba desde antes de la denuncia de PERFIL la causa de evasión impositiva con facturas truchas, también se declaró competente ante el presunto cohecho en la construcción del Gasoducto Norte.
La información sobre este caso se encuentra en la página 10 de esta edición: esta contratapa aspira a llamar la atención del lector sobre el hecho, la utilidad de la prensa independiente como auxiliar del sistema de división de poderes y la gravedad de la corrupción en Argentina.

Cuánto es mucho. La definición de lo que es una conducta corrupta varía según la época y el lugar. Por ejemplo, en Suecia, la ministra de Trabajo Mona Sahlin fue apartada de su cargo e inhibida de ejercer la función pública durante diez años por haber comprado con una tarjeta de crédito del gobierno un chocolate Toblerone y dos pañales descartables (ver página 11).
El profesor Arnold Heidenheimer construyó una escala de corrupción dividida en tres categorías. La “corrupción blanca”: prácticas inmorales pero que en determinados lugares o épocas están tan integradas a la cultura que son toleradas por todos. La “corrupción gris”: comportamientos que generan un choque de percepciones, con una parte de la sociedad que los asume como inevitables y otra que se opone. Y la “corrupción negra”: situaciones que cruzan un umbral cuantitativo o simbólico y son inaceptables para todos.
Para encuadrar un hecho en esta última categoría es preciso que ese acto de corrupción, cuando es sacado a la luz pública por los medios de comunicación, genere un escándalo (“Corrupción y escándalo”, Erhard Blankenburg). Que se conmueva a la opinión pública es el mejor termómetro para medir que el hecho compromete un valor social y una ética aceptada por todos. Y aunque una transacción sea ilegítima o clandestina, si se trata de un comportamiento regular e institucionalizado, una regla no escrita pero aceptada por muchos, el “vicio organizado” disfrutará de un estatus casi oficial. A este último escalón se lo denomina “sistema anómico” (de anomia), en el cual los ciudadanos se adaptan a una modalidad política desviada. La reducción de la corrupción depende tanto de funcionarios honestos como de la presión de la opinión pública.


JULIO DE VIDO Y MONA SAHLIN. El ministro de Planeamiento y la ministra sueca inhabilitada por corrupción.

La ética del bolsillo. “Las personas desean menos corrupción o más chance de participar en ella” (Ashleigh Brilliant). “El primer signo de corrupción en una sociedad se evidencia en la idea de que el fin justifica a los medios” (Georges Bernanos). “La libertad y la corrupción no pueden coexistir durante mucho tiempo” (Edmund Burke). “La corrupción es lo mejor de lo peor” (proverbio latino). “El mal no tiene sustancia propia, sólo en la corrupción encuentra su esencia” (John Henry Newman). “Si desaparece la libertad de prensa, las finas alas de la corrupción comenzarán su vuelo” (Alexander Pope).
Lo opuesto a la corrupción es la transparencia: el organismo internacional que monitorea el nivel de corrupción de los distintos países es Transparencia Internacional (www.transparencia.org.ar), que todos los años elabora un ranking de corrupción en una escala de uno a diez. Finlandia, con 9,6 puntos, es el país con menor corrupción del mundo; Suecia, el país del citado ejemplo del Toblerone y los dos pañales, está sexto en menor cantidad de corrupción; la Argentina está ubicada en el puesto 93 y Haití ocupa el último lugar, el puesto 163. Argentina comparte su lugar en la tabla de posiciones con Mauritania, Sri Lanka, Surinam, Tanzania, Mali, Mongolia y Mozambique.
Dentro de Latinoamérica, Chile es el menos corrupto (7,3); lo siguen Uruguay (6,4), Costa Rica (4,1), El Salvador (4,0), Colombia (3,9), Cuba (3,5), México (3,3), Brasil (3,3), Perú (3,3) y Panamá (3,1). Por debajo de tres, Argentina (2,9) comparte su mala calificación con Bolivia, Paraguay, Venezuela y Ecuador.
Italia es el país de Europa con más corrupción (su posición en el ranking de Transparencia Internacional es similar a la de Argentina). No es casual que en la encuesta de la Unión Europea, Eurobarómetro, aparezca Italia como el país donde los ciudadanos son más descreídos de sus semejantes: la frase “normalmente puedes confiar en la gente” tiene la menor aprobación de toda Europa.
La corrupción es una trasgresión a las normas sociales que involucra a especialistas en atajos económicamente eficaces para ellos: uno “vende” lo que no es suyo (bienes del Estado) y el otro los compra a precios de oferta.
Que no suceda depende de nosotros. Comenzando por rechazar el favoritismo hacia los aliados y la discriminación a los que no lo son, reflejos de un espíritu cívico débil y un clima democrático frágil.