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frase vacia

La crisis no es excusa

La gente está mal. Esta afirmación se convirtió últimamente en muletilla.

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La gente está mal. Esta afirmación se convirtió últimamente en muletilla. Con ella se explica la ola de peleas callejeras, discusiones absurdas, agresiones verbales y físicas, colapsos de salud, ruptura de vínculos (amorosos, de amistad, etcétera), conductas arbitrarias y, en general, el clima de malestar, disconformidad, impaciencia, intolerancia, hostilidad y anomia que aparece como signo de los tiempos. Justificaciones simplistas ligan el hecho de que “la gente esté mal” con la crisis económica. Y como esta se extiende a lo ancho de la sociedad, la excusa queda siempre al alcance de la mano.

En los años 80 dos frases de la entonces primera ministra inglesa Margaret Thatcher se instalaron como excusas inmortales para la irrupción neoliberal que acabó con los restos de Estado de bienestar que sobrevivían en Occidente (salvo algunos resquicios en Escandinavia) y se convirtieron de ahí en más en dogma. Según una de esas frases, no existe la sociedad sino simplemente personas. Y, de acuerdo con la otra, no hay alternativa al modelo planteado. La primera sentencia es una invitación al egoísmo desenfrenado, al sálvese quien pueda y como pueda, que suele disfrazarse bajo el nombre de meritocracia. Y la segunda afirmación contradice la esencia del liberalismo al no tolerar nada que discrepe con el pensamiento único. Curioso estalinismo solapado en pleno capitalismo tardío.

Lo cierto es que Thatcher era la pitonisa que anunciaba los tiempos por venir en el mundo. Los casi cuarenta años siguientes, hasta hoy, con sus crisis económicas y financieras, con la creciente y obscena desigualdad mundial, con la reacción de los populismos y el terrorismo, con la epidemia de narcisismo y hedonismo idiota, como lo llama el ensayista inglés Mark Fisher en su manifiesto El realismo capitalista, son el resultado del cumplimiento de aquellas predicciones. No porque ellas afirmaran algo cierto, sino porque al imponerse de una manera fundamentalista congelaron toda discusión seria, cerraron los demás caminos posibles, concedieron todo el poder a esas mafias anónimas llamadas mercados y anularon los contratos sociales y morales existentes o posibles. Al oropel tecnológico de hoy se le opone así una sombría perspectiva social y moral.

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Antes de morir tempranamente, el británico Tony Judt (1948-2010), uno de los más lúcidos analistas de las ideas y los eventos políticos del siglo XX, había advertido este fenómeno, así como su génesis y su deriva, en varios de sus artículos, que publicaba en The New York Review of Books o en el Times, de Londres, y en libros como Algo va mal, acaso su testimonio póstumo. Judt criticaba que aquellas decisiones que los gobernantes toman considerándolas “difíciles” (como los ajustes brutales) nunca son difíciles para ellos ni para los poderosos. Denunciaba el economicismo reinante y el falso barniz ético con el que este refuerza argumentos “descaradamente utilitarios”. Deploraba que los gobernantes se declararan orgullosos de sus duras medidas, que ante todo infligen dolor a otros, y de que la eficacia (siempre fallida en los hechos) se impusiera a la compasión y la empatía. “No podemos seguir evaluando en un vacío moral nuestro mundo y las decisiones que tomamos”, escribía.

Cuando la frase “la gente está mal” justifica todo, o pretende explicarlo, se advierte la profundidad de ese vacío moral. En una época de ajustes impiadosos y mala praxis económica que se presentan como modelos únicos, que no admiten discusión, en un tiempo de ruptura de las tramas sociales y de aliento de la salvación individual, es imperioso percibir ese vacío y detenerse en su borde. La crisis no debe justificar las micro y macroviolencias, la anomia galopante, el maltrato interpersonal, la epidemia de falta de respeto registrable a cada momento y en cada lugar, la intemperancia, la prepotencia, la descalificación. A menos que el economicismo haya terminado con la racionalidad para devolvernos a una condición prehumana, convertidos en animales famélicos. No serlo es responsabilidad personal e intransferible.

 *Periodista y escritor.