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EQUIPO FUERTE, LIGA DEBIL

La culpa no es de Bolívar

La segunda consagración consecutiva de Bolívar –la cuarta coronación desde el advenimiento de la Liga Argentina de Vóley– deja varias aristas para el análisis, que van más allá de la innegable superioridad del equipo conducido por Javier Weber, que arrasó en la final a Chubut por un rotundo 4-0 en la serie decisiva.

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La segunda consagración consecutiva de Bolívar –la cuarta coronación desde el advenimiento de la Liga Argentina de Vóley– deja varias aristas para el análisis, que van más allá de la innegable superioridad del equipo conducido por Javier Weber, que arrasó en la final a Chubut por un rotundo 4-0 en la serie decisiva.
Existe un mérito deportivo incuestionable en la campaña de las Aguilas: en dos temporadas, apenas perdió un partido. Fue en este 2008, ante Formosa, en tie-break y como visitante. No es común que un equipo, por más fuerte que sea, no se relaje de tanto en tanto (producto de esa supremacía) o no tenga deslices por un mal día.
Bolívar no se permitió distracciones, caídas de tensión y el típico aburguesamiento que otorgan las victorias en continuado. En gran medida, porque tuvo un DT extremadamente severo en esas cuestiones motivacionales. Sí, Javier Weber, quien como armador natural de la Selección entre 1991 y 2002 vivió todos los avatares del vóley argentino en esas dos décadas.
Javier ya estaba desde antes en el seleccionado, incluso formó parte del plantel que logró el bronce olímpico en Seúl ’88, pero fue a partir de 1991, cuando se retiró Waldo Kantor, que su figura adquirió peso y predicamento. Y fue protagonista central de la “montaña rusa” que atravesó este deporte signado por los enconos dirigenciales, por momentos burbujeantes, seguidos de desencanto y depresión.
Si bien Weber forjó gran parte de su carrera como jugador en clubes italianos, fue en la última época y en Brasil donde simultáneamente iba a cerrar un capítulo (con los pantalones cortos) y comenzar otra aventura, ya con el buzo de entrenador puesto. Incluso, en Unisul (Florianópolis) hizo las dos cosas a la vez, como para que la transición no fuera tan traumática.
Y fue también en Brasil donde pudo apreciar, desde las cercanías del proceso Bernardinho-Selección brasileña, la conjunción increíblemente exitosa que domina el planeta vóley desde 2002 hasta estos días, período en el cual la Canarinha ganó todos los títulos posibles.
Brasil siempre tuvo jugadores talentosos, con grandes destrezas individuales y el toque de fantasía y virtuosismo que nuestros vecinos llevan en el ADN, pero con Bernardinho como DT, Brasil no sólo potenció lo que tenía sino que le agregó rigor táctico, disciplina y una insaciable hambre de gloria.
Con las distancias del caso, Weber hizo algo similar con Bolívar, un superequipo dotado con las mejores individualidades del mercado, reforzado con un par de brasileños que exceden la media, como William (armador) y Wallace (opuesto), pero con una conducta distintiva dentro de la cancha: la agresividad que partía desde el saque mismo, es decir desde el inicio de las acciones.
En una Liga Argentina austera en figuras, es rigurosamente cierto de Bolívar “tenía robo” con los mejores especialistas de cada rubro: Alejandro Spajic (bloqueador central), Pablo Meana (líbero), Guillermo García (atacante de punta), Gabriel Arroyo (atacante central) y Javier Filardi (receptor). Se dio el lujo de tener a Badá (otro brasileño de saque letal) entre los reservas.
Weber no sólo dispuso del mejor plantel o del envidiable apoyo económico que le proporcionaba el dueño del equipo, Marcelo Tinelli; el DT también supo rodearse de otros profesionales que reforzaron esta suerte de dream team doméstico. Y en ese sentido contó con Carlos Getzelevich (ex DT del seleccionado, como manager), Flavio Leoni (técnico asistente), Gabriel Solari (médico) y Genaro López (estadísticas). Un lujo de staff que no disfrutó ningún otro conjunto de la Liga.
Y a propósito del torneo, no tuvo ni la emoción ni los “clásicos” de otros tiempos, que la hacían un poco más atractiva. De antemano se sabía qué equipo se iba a coronar campeón. Pero eso no es culpa de Weber ni de Bolívar.
La responsabilidad de Bolívar y del propio entrenador era hacer funcionar a pleno esa megaestructura. Y lo hizo como correspondía, ganando la Liga de punta a punta, confirmando en cada fecha su condición de favorito, no dejándose arrastrar por los excesos de confianza y, sobre todo, jugando bien al vóley.
La extraordinaria campaña del campeón no merece que se le quite jerarquía a su logro por la falta de rivales capaces de destronarlo. Bolívar se respetó a sí mismo ganando los partidos de manera contundente, mientras sueña con otras conquistas fuera de las fronteras que le agreguen gloria deportiva más calificada a su imperio en la Argentina.