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La democracia en un taxi

El eminente estadista italiano que tiene por nombre Silvio Berlusconi, también conocido por el apodo muy popular de Il Cavaliere, acaba de generar en su privilegiado cerebro una idea que lo coloca definitivamente a la cabeza del pelotón de los grandes pensadores políticos.

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El eminente estadista italiano que tiene por nombre Silvio Berlusconi, también conocido por el apodo muy popular de Il Cavaliere, acaba de generar en su privilegiado cerebro una idea que lo coloca definitivamente a la cabeza del pelotón de los grandes pensadores políticos.
Pretende él que, para obviar los largos, monótonos, impopulares y tediosos debates y agilizar los trámites en las cámaras, Senado y Parlamento, sean los jefes de cada uno de los grupos parlamentarios quienes ejerzan el poder de representación, acabándose al mismo tiempo con el peso muerto de unos cuantos cientos de diputados y senadores que, en la mayor parte de los casos, no abren la boca en toda la legislatura, salvo para bostezar.
La idea del premier Silvio Berlusconi ha merecido la lógica atención de toda la prensa italiana debido a la centralidad política y pública de su cargo, y ha trascendido en otros países europeos, como Portugal y España.
A mí, debo reconocerlo, me parece bien.
Los representantes de los mayores partidos, tres o cuatro, digamos, se reunirían en un taxi de camino a un restaurante donde, alrededor de una buena mesa, tomarían las decisiones pertinentes.
Tras de sí llevarían, pero viajando en bicicleta, a los representantes de los partidos menores, que comerían en el mostrador, en caso de haberlo, o en una cafetería cercana. Nada más democrático.
De camino podría comenzar a pensarse en liquidar esos imponentes, arrogantes y pretenciosos edificios denominados parlamentos y senados, fuentes de continuas discusiones y de elevados gastos que no aprovechan al pueblo.
De reducción en reducción supongo que llegaríamos al ágora de los griegos.
Claro, con ágora, pero sin griegos. Me dirán que a este Cavaliere no hay que tomarlo en serio. Sí, pero el peligro es que acabemos por no tomar en serio a quienes lo eligen.

*Escritor portugués, Premio Nobel de Literatura en 1998.
Extraído de su blog El Cuaderno de Saramago.

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