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25 aos de democracia

La deuda

Hace 25 años, la democracia volvió a amanecer entre nosotros. La llegada de un gobierno electo fue el cierre de una etapa siniestra e instaló la esperanza de que nunca volveríamos a atravesar ese horror. Hay palabras y frases que, en su sencillez, condensan una potencia increíble, se vuelven consigna, bandera, saludo, síntesis perfecta de una identidad compartida, de un deseo plural, de una voluntad colectiva.

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Hace 25 años, la democracia volvió a amanecer entre nosotros. La llegada de un gobierno electo fue el cierre de una etapa siniestra e instaló la esperanza de que nunca volveríamos a atravesar ese horror. Hay palabras y frases que, en su sencillez, condensan una potencia increíble, se vuelven consigna, bandera, saludo, síntesis perfecta de una identidad compartida, de un deseo plural, de una voluntad colectiva. El “nunca más” no necesita ser explicado; nadie que sepa al menos algo de las últimas décadas argentinas preguntará ‘nunca más’ qué. La muerte temprana, la tortura, el dolor, la usurpación, la mentira, el silencio, la apropiación, las preguntas sin respuestas, las madres sin hijos, los hijos sin padres, las abuelas desesperadas, el exilio, la guerra de un borracho, el mundial cínico, el ministro de la desigualdad… La desigualdad. Nunca más.
En nuestro país más de 11 millones de personas son pobres. Uno de cada dos niños lo es. Uno de cada tres hogares pobres, están bajo la línea de indigencia.
Por eso creo que es importante señalar cuál es la principal deuda de estos 25 años de democracia.
No se trata de una consecuencia inevitable. Nuestro país fue sometido desde mediados de los 70 y los 90, a fuertes intervenciones destinadas a transferir ingresos desde la base de la pirámide social hacia la cúspide. Y se usaron diversos recursos para lograrlo: primero fue mediante la desaparición, persecución y asesinato de una generación de militantes políticos y sociales. Luego, vinieron la extorsión de la llamada gobernabilidad, los “golpes de mercado” o las campañas de desprestigio de lo público; maniobras que resultaron tan eficaces para el desaguace del Estado y la concentración de la riqueza como perjudiciales para los trabajadores y los sectores mayoritarios de la población. En este lapso de más de tres décadas, la desigualdad casi llegó a triplicarse entre el 10% más rico del país y el 10% más pobre; es decir que el ingreso per cápita de los que están en el decil más alto de la pirámide es hoy 30 veces mayor a los que se ubican en el decil más bajo.
Nuestra democracia debe elaborar respuestas urgentes para este drama social; debe ampliarse y profundizarse para ponerles fin a la exclusión y la desigualdad. Así como nos acostumbramos a votar, a exigir respuestas, a manifestarnos en libertad o a militar en un partido o en una organización, debemos como sociedad desacostumbrarnos al hambre, a la desnutrición, a la falta de acceso a los derechos esenciales como la salud, la educación o la vivienda; debemos desnaturalizar el desempleo o la informalidad laboral, la falta de oportunidades para los jóvenes o la pérdida de valor adquisitivo de los salarios; debemos deshabituarnos a que miles de personas vivan en la calle, cenen las sobras de un local de comidas o recurran al delito para sobrevivir. Una porción impresionante de compatriotas están al margen, hundidos en situaciones miserables o aferrados al borde, con una vulnerabilidad que no desean ni merecen.
Saldar esta deuda es una tarea de todos y todas, pero esencialmente de quienes asumimos un lugar de representación. De los dirigentes, de los partidos, de las organizaciones y antes que nada, del Estado. Si el Estado no interviene redistribuyendo la riqueza, recortando los privilegios de unos pocos y garantizando asimismo los intereses de la enorme mayoría, seguiremos aceptando injustamente que una parte de nosotros no merece vivir con dignidad. Si el Estado no garantiza crecimiento equitativo, economía inclusiva y solidaria, desarrollo sostenido y para todos, seguiremos fingiendo la ilusión de un mañana mejor mientras condenamos a millones a un presente injusto. Construir una democracia de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y un Estado que los garantice debe ser el objetivo.
Los partidos políticos populares y progresistas deben expresar intereses colectivos, principios, ideales que se sostienen en el tiempo. Necesitamos volver a enamorarnos de la idea de que es posible un presente sin desigualdad, sin injusticia y en el que nadie quede al margen. Ese es el gran desafío de la democracia.

*Intendente de Morón. Referente del Encuentro por la Democracia y la Equidad.